No, no voy a escribir sobre las amistades peligrosas. Estoy leyendo, completamente entregado, el libro del teórico de la literatura Wayne C. Booth Las compañias que elegimos. Una ética de la ficción. Es un escrito tardío, en el final de una carrera de un crítico que firmó mil dictámenes sobre obras y autores.
"Debo dejarle -escribe el autor- a cada lector la práctica de una ética de la lectura que pueda determinar cuáles criterios deberían contar más, y cuáles de las narraciones del mundo deberían proscribirse o aceptarse en el proyecto, que dura toda la vida, de construir el carácter de un lector ético"Es un libro sensato en el que renuncia a los grandes pronunciamientos y del que uno puede aprender tolerancia y al mismo tiempo amor intenso por la lectura. Está entre los formalistas, que sólo valoran la forma de la escritura y su aportación al arte o al pensamiento, y quienes valoran solamente las consecuencias que tiene sobre la subjetividad del lector, emocionales o cognitivas. Está también entre quienes defienden la existencia de un canon inapelable y quienes defienden un relativismo de contexto social o histórico en la valoración de los textos y obras de arte.
Booth se pregunta por qué cayó en desgracia la crítica ética, es decir, la critica que tiene en cuenta lo que la literatura hace con nosotros. Por qué, en el siglo pasado (y no menos en el actual) se aborrece entre la élite de la crítica la referencia a las consecuencias y, tal vez sólo los marxistas más tozudos siguen defendiendo la mirada desde algún sitio para valorar los textos.
No puedo repetir sus argumentos, así que me ciño a sus conclusiones: sin contexto de lector la obra no tiene valor, pero el contexto (subjetivo o social) del lector, por sí mismo, no es suficiente para que la obra abra todos los valores que lleva dentro. Hay valores de forma y valores de contenido. No hay valores absolutos: podemos leer desde diversos puntos de vista y las grandes obras nos responderán siempre con asombrosos descubrimientos. Los absolutistas que creen solamente en algún tipo de valores (formales, de contenido, internos, externos) no tardan en encontrarse en contradicciones al juzgar las obras.
Pero, ¿con qué autoridad juzgamos los textos de literatura o pensamiento? Pues lo mismo: no hay autoridades definitivas, pero podemos construir un cierto carácter o ethos de la lectura. Ganamos en sabiduría a medida que nuestros juicios son más ponderados, más profundos y ricos y hacemos que las obras saquen más cosas de las muchas que llevan dentro.
Nada hay prohibido en literatura ni pensamiento. Pero de Jane Austen podemos extraer mucho más que de Arturo Pérez Reverte y de Kant más que de José Antonio Marina, pero eso no implica que haya un canon obligatorio en literatura y pensamiento que castigue la lectura de autores fuera de la alta iglesia literaria. Sin embargo, sabremos extraer mucho mejor lo que pueda tener una novela del Capitán Alatriste si somos capaces de leer con perspicacia La abadía de Northanger. La emoción es importante, pero tampoco es una guía segura. Puede que nos conmueva Antígona y puede que no, puede que sintamos escalofríos al escuchar "Manuel" de Joan Manuel Serrat o que nos parezca cursi y viejuna, pero es importante que podamos hablar y pensar sobre nuestras reacciones emocionales, que hagamos de la lectura un acto de conversación con otros o con nosotros mismos.
Todo esto es lo que encontramos en este sabio libro sobre el arte de criticar un texto. No es casual que Booth se apoye por aquí y por allá en los mejores autores de la filosofía contemporánea porque sus argumentos son compartidos con muchas controversias internas al mundo de la filosofía. De hecho, cuando paso las páginas, estoy pensando en la aplicación a lo que también podría llamar una ética de la creación y la evaluación filosófica.
Me he encontrado en mi ya larga historia como lector apasionado de filosofía (en cierta forma escritor del ramo y de vez en cuando, con cierta habitualidad, evaluador de textos, proyectos y méritos de profesionales) siempre en la perplejidad evaluativa, y en mucha mayor perplejidad cuando me he tropezado con posiciones intransigentes, incapaces de ver otros valores que los que les proporciona su visión de túnel. Respecto a mí mismo, en la medida en que uno viene siempre de una escuela, me he encontrado, también muchas veces preguntándome: ¿cómo es que me gusta tanto este texto que según la opinión corriente entre los míos es absolutamente detestable? Poco a poco he ido aprendiendo a leer con un criterio más amplio que me ha permitido disfrutar, aprender y preguntar de formas nuevas a los autores para encontrarme en mundos conceptuales nuevos.
Imaginemos que leyendo las Meditaciones Metafísicas de Descartes, un texto que en cierta forma de lectura aparecería como el culmen de la tradición intelectualista "cartesiana", uno encuentra que Descartes dice que incluso el mejor matemático, aunque tenga conocimiento (cognitio) no llegará a tener sabiduría (scientia) si no posee el saber teológico de lo que Dios hace con nosotros. De pronto Descartes cambia. Cambia mucho más si en vez de Dios leemos, como Spinoza, Deus sive Natura, y aún cambiaría mucho más si, llevados por nuestro ardor paulino decimos: "aunque fueseis los mejores matemáticos, poseedores del más alto conocimiento, si os falta amor nunca tendréis sabiduría". Nada nos impide leer así al Descartes que sabemos amante de la música y enamorado de la joven princesa Isabel de Bohemia. No está claro que Descartes cometiera ningún error, tal vez (estoy seguro) siempre fue un philosophe masqué, siempre engañoso sobre sus reales opiniones y sentimientos. Si logramos hacer esta lectura, estoy seguro de que todos sus textos se iluminan con nueva luz y nos los apropiamos paralela o externamente al canon. Hemos entrado en una larga conversación en la que estamos en las mejores compañías.
¿Qué hacer cuando uno encuentra al opiniador opinionado que hace juicios inapelables sobre todos los textos y autores con un infinito desprecio por todo aquello que no se parece a lo que a él/ella le gusta o escribe? (mi opinionador favorito es Mario Bunge, aunque encuentro a muchos ejemplares de la misma muestra con asiduidad en los entornos profesionales). Tendría que explicarle lo que se pierde en la vida de lectura el dogmático; lo que se ha perdido por no leer a (ponga aquí a los autores de su corriente más odiada); tendría que hablarle de la increíble experiencia de encontrarte con que los textos grandes te responden cuando les sabes hacer buenas preguntas; tendría que... pero uno se calla y asiente porque suele ser muy difícil discutir con gente así.
Me preocupa cada vez más la ética de la lectura, sobre todo cuando esta ética se convierte en política porque forma parte del barroco sistema de evaluación por pares sobre el que se articula la universidad y la academia contemporánea. Pero éste es otro tema (que estaba presente desde el principio)
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OTRA COSA: 15 de junio, ocho de la mañana. Abrimos las aulas del instituto. Medimos la temperatura: 28º, de Javier Nix Calderón
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