João
Doria, un político brasileño, ha propuesto suministrar a los pobres una
especie de pienso elaborado a partir de productos a punto de caducar:
la 'farinata'. Un método insultante, nada ético y escasamente estético,
para solucionar el déficit de nutrición de las capas sociales más
necesitadas. Algo similar a la 'papilla' propuesta por José de Acuña en
la España de 1930.
"Está bueno, yo lo he probado. Tiene varios sabores e incluso el Ejército lo usa en situaciones de emergencia. El alimento fue desarrollado por científicos, elaborado con gran cuidado y presentado al Ayuntamiento de São Paulo con todos los respaldos académicos y científicos. Dura años y es el mismo que consumen los astronautas en el espacio". Con estas palabras, João Doria, el polémico alcalde de la ciudad más rica de Brasil, anunciaba el pasado octubre su intención de introducir un pienso llamado 'farinata' como alimento en los centros escolares y los albergues para indigentes. Una iniciativa que ha desatado tal tormenta que el mandatario ha tenido que dar marcha atrás.
Por supuesto, esta farinata no tiene nada que ver con la fainá (de fainâ, su nombre en el dialecto genovés de la lengua ligur, farinata en italiano) que es un plato hecho a base de harina de garbanzos, agua, aceite de oliva, sal y pimienta. Esta ‘farinata para pobres' consiste en un producto en polvo o granulado fabricado con alimentos a punto de caducar, que son descartados por la industria alimentaria. La plataforma Sinergia, responsable de la controvertida idea, asegura en su web que la farinata puede ser una "una solución práctica y eficaz para combatir el hambre en el mundo".
Las reacciones no se hicieron esperar y muchos aseguran que el presidenciable alcalde de Sao Paulo quiere acabar con los problemas de nutrición de su ciudad alimentando a los pobres como si fueran perros. El Consejo Regional de Nutricionistas de Sao Paulo señaló, en un comunicado, que esta iniciativa es una afrenta al derecho básico de tener una alimentación adecuada y recordó que no pueden obviarse cuestiones como la dignidad que va más allá de recibir una ración de nutrientes. Esta iniciativa es una total falta de respeto a los avances de las últimas décadas en el campo de la seguridad alimentaria en lo que respecta a las políticas contra el hambre y la desnutrición".
La idea del pienso para humanos encuentra un antecedente hispánico en la 'papilla alimentaria' propuesta por José de Acuña, promotor y único militante de Mesocracia Universal, partido político por el que se presentó a las elecciones generales de 1936 en Jaén y obtuvo un escaño de diputado en las Cortes. Era Acuña un rico propietario que se aburría en el campo y necesitaba una coartada sólida para instalarse en Madrid y divertirse lejos de los predios de labranza. En un breve relato biográfico, dice de él Rafael Torres que: "Rico por herencia, no lo era, en cambio, de esa manera rapaz, desalmada, insultante y pistoleril de los hacendados españoles de su época, y pasaba el tiempo leyendo novelas exóticas de Pierre Benoit e inventando tractores con patas articuladas". Se supone que para saltar acequias y ribazos.
Este conspicuo y fabulador político propuso, en los años treinta del siglo XX, garantizar a toda la población el derecho a la existencia a través del suministro de una "canasta básica" de productos elementales provista por el Estado. Una propuesta que venía a ser el corolario de la teoría política que Acuña inventó bajo el título de Mesocracia Universal.
El
vocablo mesocracia figura en el diccionario de la lengua castellana y
significa dominio de la clase media. De la clase media económica,
entendámonos. Al utilizarlo, le he querido dar una nueva acepción; no me
refiero a la clase media económica, sino a la clase media intelectual,
pues para mí las sociedades civilizadas no pueden dividirse ni se
dividirán en el porvenir en más clases que las siguientes:
1. Anormales positivos o aristócratas de la inteligencia, que son aquéllos que se distinguen de sus semejantes por una cualidad especialmente positiva. Son anormales positivos o aristócratas los genios de la Ciencia y del Arte, profesores ilustres, músicos, escritores e incluso toreros, cuando son muy buenos. Esta categoría social constituye una minoría reducidísima. Son indispensables a la Humanidad, puesto que sin ellos no podría progresar en ningún sentido, ni tampoco recrearse en lo superfluo, objetivo esencial de nuestra existencia. Y son peligrosos, si se les deja en completa libertad, por su egolatría.
2. Normales relativos o mesocracia. Son los relativamente equilibrados. Constituyen la mayoría del género humano, más del ochenta por ciento. Son las hormigas que trabajan, pien-san, sufren por vivir lo mejor posible. Y sólo aspiran a esto: conseguir vivir bien gobernados.
3. Anormales negativos o eskatocracia, que son aquéllos que no tienen ninguna cualidad positiva, y todas negativas, y constituyen lo que puede llamarse residuos o desperdicios de la sociedad.
Pues bien, como teoría política, la mesocracia significa que los únicos que tienen el derecho y el deber de gobernar son los componentes de la mesocracia, pero no directamente, sino por medio de la aristocracia, teniéndola a su servicio, exigiéndole constantemente que cumpla con su deber. El día que los ministros se recluten como las cocineras, y se despidan con la misma facilidad cuando cometen algún desaguisado, será el día en que la Humanidad empezará a redimirse de las terribles angustias que le abruman ahora.
Nadie hubiera apostado un céntimo por su candidatura, y menos cuando el mesocrático ingeniero optó por utilizar un jeroglífico como reclamo de propaganda electoral. Pero Acuña, que podía ser todo lo fantasioso que se quiera pero no tenía un pelo de tonto, se venía gastando desde 1931 un buen dinero en pasquines, carteles y folletos. De forma que, cuando se convocaron los comicios de febrero de 1936, cualquier habitante de la provincia de Jaén sabía de sobra que el cuchillo, el tenedor y la cuchara flanqueados por las letras M y U del jeroglífico significaba Mesocracia Universal.
Y para la gente del común, la filosofía de Mesocracia Universal se traducía en un principio fácilmente entendible: «El hombre civilizado tiene el perfecto derecho de vivir sin trabajar», sentenciaba Acuña: «A simple vista, resulta sugestivo para los vagos y divertido para todos, si se piensa, como pensamos la mayoría, en la vida plena y completa del hombre moderno. Pero no es eso. El teorema habla de vivir, de subsistir, pero no de gozar. A vivir tenemos derecho todos los hombres por el mero hecho de haber nacido, pero a gozar sólo lo tienen y tendrán los que sepan conquistar los goces con su esfuerzo y con su trabajo personal». Por tanto, sostuvo Acuña que:
El derecho general a existir debería garantizarlo el Estado, proporcionando a todos un mínimo de alimento, vestido y cobijo. Para el goce se necesitaría el plus que habría de fabricar cada cual.
De acuerdo a la doctrina mesocrática, mientras que trabajar para vivir y luchar por lo necesario es un suplicio porque es forzoso, trabajar para gozar y pelear por lo superfluo se convierte en un placer porque es voluntario. Por cierto, las ascéticas prestaciones garantizadas por el Estado Mesocrático bastarían para tumbar el argumento de que nadie trabajaría con un ingreso básico. Pocos lujos cabían dentro de la elemental canasta diseñada por José de Acuña:
El alimento podría ser una papilla nutritiva, pero no apetitosa, puesta gratuitamente a la disposición de todos por medio de surtidores parecidos a los que ahora se usan para el suministro de gasolina a los automóviles, estratégicamente distribuidos por toda la superficie del Planeta. De tal modo que cualquier ser humano, andando por el mundo por sus propios medios, podría proveerse del alimento necesario con la frecuencia conveniente a su bienestar fisiológico.
Los vestidos serán sencillos y feos, frescos en verano y de abrigo en el invierno, y no servirán, desde luego, para hacer conquistas, sino que, al contrario, estarán hechos de forma que desee uno quitárselos pronto. Las viviendas, con las habitaciones imprescindibles, serán modestas y reducidas.
"Está bueno, yo lo he probado. Tiene varios sabores e incluso el Ejército lo usa en situaciones de emergencia. El alimento fue desarrollado por científicos, elaborado con gran cuidado y presentado al Ayuntamiento de São Paulo con todos los respaldos académicos y científicos. Dura años y es el mismo que consumen los astronautas en el espacio". Con estas palabras, João Doria, el polémico alcalde de la ciudad más rica de Brasil, anunciaba el pasado octubre su intención de introducir un pienso llamado 'farinata' como alimento en los centros escolares y los albergues para indigentes. Una iniciativa que ha desatado tal tormenta que el mandatario ha tenido que dar marcha atrás.
Por supuesto, esta farinata no tiene nada que ver con la fainá (de fainâ, su nombre en el dialecto genovés de la lengua ligur, farinata en italiano) que es un plato hecho a base de harina de garbanzos, agua, aceite de oliva, sal y pimienta. Esta ‘farinata para pobres' consiste en un producto en polvo o granulado fabricado con alimentos a punto de caducar, que son descartados por la industria alimentaria. La plataforma Sinergia, responsable de la controvertida idea, asegura en su web que la farinata puede ser una "una solución práctica y eficaz para combatir el hambre en el mundo".
Las reacciones no se hicieron esperar y muchos aseguran que el presidenciable alcalde de Sao Paulo quiere acabar con los problemas de nutrición de su ciudad alimentando a los pobres como si fueran perros. El Consejo Regional de Nutricionistas de Sao Paulo señaló, en un comunicado, que esta iniciativa es una afrenta al derecho básico de tener una alimentación adecuada y recordó que no pueden obviarse cuestiones como la dignidad que va más allá de recibir una ración de nutrientes. Esta iniciativa es una total falta de respeto a los avances de las últimas décadas en el campo de la seguridad alimentaria en lo que respecta a las políticas contra el hambre y la desnutrición".
La idea del pienso para humanos encuentra un antecedente hispánico en la 'papilla alimentaria' propuesta por José de Acuña, promotor y único militante de Mesocracia Universal, partido político por el que se presentó a las elecciones generales de 1936 en Jaén y obtuvo un escaño de diputado en las Cortes. Era Acuña un rico propietario que se aburría en el campo y necesitaba una coartada sólida para instalarse en Madrid y divertirse lejos de los predios de labranza. En un breve relato biográfico, dice de él Rafael Torres que: "Rico por herencia, no lo era, en cambio, de esa manera rapaz, desalmada, insultante y pistoleril de los hacendados españoles de su época, y pasaba el tiempo leyendo novelas exóticas de Pierre Benoit e inventando tractores con patas articuladas". Se supone que para saltar acequias y ribazos.
Este conspicuo y fabulador político propuso, en los años treinta del siglo XX, garantizar a toda la población el derecho a la existencia a través del suministro de una "canasta básica" de productos elementales provista por el Estado. Una propuesta que venía a ser el corolario de la teoría política que Acuña inventó bajo el título de Mesocracia Universal.
1. Anormales positivos o aristócratas de la inteligencia, que son aquéllos que se distinguen de sus semejantes por una cualidad especialmente positiva. Son anormales positivos o aristócratas los genios de la Ciencia y del Arte, profesores ilustres, músicos, escritores e incluso toreros, cuando son muy buenos. Esta categoría social constituye una minoría reducidísima. Son indispensables a la Humanidad, puesto que sin ellos no podría progresar en ningún sentido, ni tampoco recrearse en lo superfluo, objetivo esencial de nuestra existencia. Y son peligrosos, si se les deja en completa libertad, por su egolatría.
2. Normales relativos o mesocracia. Son los relativamente equilibrados. Constituyen la mayoría del género humano, más del ochenta por ciento. Son las hormigas que trabajan, pien-san, sufren por vivir lo mejor posible. Y sólo aspiran a esto: conseguir vivir bien gobernados.
3. Anormales negativos o eskatocracia, que son aquéllos que no tienen ninguna cualidad positiva, y todas negativas, y constituyen lo que puede llamarse residuos o desperdicios de la sociedad.
Pues bien, como teoría política, la mesocracia significa que los únicos que tienen el derecho y el deber de gobernar son los componentes de la mesocracia, pero no directamente, sino por medio de la aristocracia, teniéndola a su servicio, exigiéndole constantemente que cumpla con su deber. El día que los ministros se recluten como las cocineras, y se despidan con la misma facilidad cuando cometen algún desaguisado, será el día en que la Humanidad empezará a redimirse de las terribles angustias que le abruman ahora.
Nadie hubiera apostado un céntimo por su candidatura, y menos cuando el mesocrático ingeniero optó por utilizar un jeroglífico como reclamo de propaganda electoral. Pero Acuña, que podía ser todo lo fantasioso que se quiera pero no tenía un pelo de tonto, se venía gastando desde 1931 un buen dinero en pasquines, carteles y folletos. De forma que, cuando se convocaron los comicios de febrero de 1936, cualquier habitante de la provincia de Jaén sabía de sobra que el cuchillo, el tenedor y la cuchara flanqueados por las letras M y U del jeroglífico significaba Mesocracia Universal.
Y para la gente del común, la filosofía de Mesocracia Universal se traducía en un principio fácilmente entendible: «El hombre civilizado tiene el perfecto derecho de vivir sin trabajar», sentenciaba Acuña: «A simple vista, resulta sugestivo para los vagos y divertido para todos, si se piensa, como pensamos la mayoría, en la vida plena y completa del hombre moderno. Pero no es eso. El teorema habla de vivir, de subsistir, pero no de gozar. A vivir tenemos derecho todos los hombres por el mero hecho de haber nacido, pero a gozar sólo lo tienen y tendrán los que sepan conquistar los goces con su esfuerzo y con su trabajo personal». Por tanto, sostuvo Acuña que:
El derecho general a existir debería garantizarlo el Estado, proporcionando a todos un mínimo de alimento, vestido y cobijo. Para el goce se necesitaría el plus que habría de fabricar cada cual.
De acuerdo a la doctrina mesocrática, mientras que trabajar para vivir y luchar por lo necesario es un suplicio porque es forzoso, trabajar para gozar y pelear por lo superfluo se convierte en un placer porque es voluntario. Por cierto, las ascéticas prestaciones garantizadas por el Estado Mesocrático bastarían para tumbar el argumento de que nadie trabajaría con un ingreso básico. Pocos lujos cabían dentro de la elemental canasta diseñada por José de Acuña:
El alimento podría ser una papilla nutritiva, pero no apetitosa, puesta gratuitamente a la disposición de todos por medio de surtidores parecidos a los que ahora se usan para el suministro de gasolina a los automóviles, estratégicamente distribuidos por toda la superficie del Planeta. De tal modo que cualquier ser humano, andando por el mundo por sus propios medios, podría proveerse del alimento necesario con la frecuencia conveniente a su bienestar fisiológico.
Los vestidos serán sencillos y feos, frescos en verano y de abrigo en el invierno, y no servirán, desde luego, para hacer conquistas, sino que, al contrario, estarán hechos de forma que desee uno quitárselos pronto. Las viviendas, con las habitaciones imprescindibles, serán modestas y reducidas.
¿Estará generalizándose entre los dirigentes la idea de la papilla alimentaria.básica? |
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