El Estado ha pasado de tener 130 empresas públicas estatales 
participadas mayoritariamente y de forma directa en 1985 a solo 16 en la
 actualidad.
Aunque ya muchos no se acuerden, España tuvo muchas y potentes empresas públicas que eran utilizadas para lograr determinados objetivos
 de política económica (facilitar el crédito, proveer distintos bienes y
 servicios, redistribuir la renta, etc.) al mismo tiempo que contribuían
 a incrementar los ingresos del sector público, pues buena parte de 
ellas registraban importantes beneficios.
Durante prácticamente todo el tiempo que 
va desde el siglo XIX hasta los primeros años de democracia tras la 
dictadura, la tendencia política por parte de los distintos gobiernos 
fue la de mantener y fortalecer el cuerpo empresarial público,
 convencidos de que era condición indispensable para poder alcanzar sus 
objetivos de política económica así como para asegurar la solidez y 
poder del Estado. Sin embargo, la incorporación de nuestro país a la 
Comunidad Europea supuso un importante punto de inflexión en la citada 
trayectoria. Los principios neoliberales que ya impregnaban fuertemente 
las instituciones europeas se basaban en la liberalización de 
prácticamente todos los sectores económicos así como en la reducción del
 tamaño del sector público en favor del privado. En consecuencia, la 
integración comunitaria vino de la mano de la liberalización económica 
y privatización progresiva de las empresas públicas españolas.
Este cambio de tendencia se acentuó 
notablemente en 1992 con el Tratado de Maastricht, ese documento que 
sentaba las bases para la introducción de la moneda única (...)
 
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