4/8/22
EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE ALBATERA (ALICANTE). 22.000 VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO
Veo en el periódico “El Público” un reportaje sobre las condiciones del campo de concentración de Albatera, tras la Guerra Civil y no puedo menos que dedicarle un recuerdo y un homenaje a mi tío materno, Bernardo Simón Cano.
En 1968 tuve la oportunidad de conocerlo y hablar con él al “disfrutar” de un permiso carcelario ante el cáncer terminal que padecía donde la “generosidad” del caudillo le permitió volver a ver a su familia antes de morir. Habían pasado casi 30 años del final de la contienda y aún seguía purgando una condena por “rojo”.
Bernardo fue un activo militante comunista y un luchador incansable por la República en los frentes de Madrid (Ciudad Lineal), el Ebro y Jaén.
Me contaba que la derrota le sobrevino con el fusil en la mano, en Tarancón, y que fue uno de los miles de republicanos que esperaron en balde un barco francés en el puerto de Alicante. Los franquistas le apresaron allí y le llevaron primero al campo de exterminio de Los Almendros y más tarde al de Albatera.
En una prisión pensada para un máximo de mil personas, Franco reunió a 22.000 prisioneros. No cabían ni de pie. Desde abril de 1936 a noviembre del mismo año, los que sobrevivieron, apenas tuvieron un “jarrillo de agua” cada dos días y prácticamente nada para comer. Se comieron hasta las raíces de los almendros del campo.
Bernardo, apasionado de la Historia, decía que si a los responsables de los campos nazi de Auschwitz y Mauthausen se les había juzgado y condenado, al menos nominalmente en Nüremberg, los genocidas de Albatera ni siquiera habían sido molestados.
No sobrevivieron más de 3.000 y mi tío Bernardo lo hizo de forma paradójica: de estar tantas horas de pie, contrajo una grave dolencia en las rodillas y en la columna vertebral, que le impedía estar erguido. A sus carceleros les debió de parecer el límite de la infamia fusilarlo estando postrado que no lo hicieron.
Posteriormente pasó a la prisión de Orihuela, donde fue torturado sistemática y periódicamente.
En 1950, el Gobierno de Franco, ante lo que se podía avecinar, mandó destruir a conciencia cualquier resto que pudiera delatar lo allí ocurrido, roturaron el campo, quemaron todo lo quemable y hasta le cambiaron el nombre al lugar, llamándole “San Isidro” (detrás estaba una vergüenza humana inextinguible).
Hago mío el viejo eslogan de todas las víctimas: ¡Verdad, Justicia y Reparación!
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