Noventa años después de la revuelta anarquista, Ramón Pérez Montero relata los cruentos sucesos que forzaron la dimisión de Azaña en la novela 'Tres días del 33'.
Ramón Pérez Montero (Medina Sidonia, 1958) cree que la masacre de Casas Viejas supuso el principio del fin de la Segunda República. "Me gusta aplicar el efecto mariposa a la historia: cómo un pequeño acontecimiento, al que apenas se le da importancia, se va reproduciendo hasta adquirir resonancia en los grandes hechos históricos, que son con los que luego nos quedamos", explica el poeta y escritor.
La perturbación inicial fue la feroz represión con la que el Gobierno de Manuel Azaña aplacó la insurrección en la localidad gaditana el 11 de enero de 1933, después de que los jornaleros anarcosindicalistas declarasen el comunismo libertario: una veintena de muertos a manos de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto. El efecto inmediato sería la dimisión del presidente del Consejo de Ministros y, a medio plazo, el golpe fascista de 1936 y la defunción de la SEGUNDA REPÚBLICA.
"El Gobierno no supo asimilar bien los sucesos. Al principio intentó ocultarlos, guiado por la perfidia del capitán Manuel Rojas, quien mintió al negar las represalias contra los jornaleros. Digamos que se tragó su versión porque le interesaba y, cuando se descubrió el pastel, quedó muy vendido y ya no hubo modo de rectificar", analiza el autor de Tres días del 33 (Libros de la Herida), una novela que rememora lo acontecido hace nueve décadas en la entonces pedanía de Medina Sidonia, hoy Ayuntamiento de Benalup-Casas Viejas.
Pérez Montero se retrotrae en el tiempo y estira su relato hasta el presente siglo, aunque el título de su última obra deja claro que el núcleo de la acción se circunscribe a aquellos días de enero, cuando los jornaleros, pobres como ratas, descontentos con la prometida reforma agraria, se suman a las huelgas y revueltas anarquistas que se extienden por el territorio español. Sin embargo, en su intento de instaurar el comunismo libertario, Casas Viejas se quedó sola.
"Alentada por los sindicatos de ferroviarios, estaba prevista una acción coordinada en todas las ciudades del país. En Jerez, el plan era atacar la central eléctrica y dejar la ciudad sin luz. Luego, los anarquistas encenderían una fogata en el castillo de Medina Sidonia, que se vería desde Benalup, la señal para proclamar el comunismo libertario. Sin embargo, era una noche oscura y los anarquistas intuyeron un fuego que nunca se prendió", recuerda el escritor de Tres días del 33, que se presenta este jueves en el Centro Cultural Jerome Mintz (Benalup-Casas Viejas).
No se enteraron de que la revolución no prosperó porque habían cortado la línea telefónica, por lo que estaban incomunicados y no podían recibir noticias. "Ellos mismos se pusieron la soga al cuello. Y, como las fuerzas de seguridad estaban expectantes ante las posibles revueltas en la provincia, se concentraron en la aldea y les dieron palos por todos lados", añade el también autor de Eras la noche (Libros de la Herida), una noveLA sobre el maquis que traicionó a la guerrilla antifranquista de las sierras de Ronda y Grazalema (...)
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