18/1/23
Están saliendo varios libros que apuntan hacia la desaparición de instancias y espacios intermedios, lugares donde se construía socialidad y que ahora son sitios de aparente ejercicio de libertad individual, pero de facto pasillos que crean homogeneidades: Andrea Greppi (Teatrocracia), yo mismo ( Puntos ciegos, Cultura material y espacios de intimidad) y ahora este magnífico diagnóstico de Ignacio Sánchez-Cuenca sobre este debilitamiento de la esfera pública.
Él se refiere sobre todo al ámbito de la política, pero se observa también en el campo del consumo cultural, la prensa y los medios de comunicación, que nacieron tradicionalmente como filtros intermedios donde se constituía en discurso lo que eran sentimientos y acontecimientos de la calle. La aparición de nuevas formas de comunicación, como las grandes plataformas de internet y las redes sociales han modificado profundamente su lugar. Tienen que competir con la aportación directa de contenidos por parte de los individuos, grupos y redes, que se han convertido en nuevos filtros sin intermediarios de ideas, noticias, experiencias, etc. Los medios de comunicación dependen cada vez más (como cualquier producto de consumo: viajes, ropa, música...) de los likes de los consumidores y del tiempo de atención de los usuarios, de modo que se reconfiguran para adoptar estrategias de sumisión a los algoritmos que ordenan internet. Los viejos medios sirven ahora al poder amplificador de estos mecanismos cuya función primera es comercial, pero cuyas consecuencias son ya bien conocidas: la formación de cámaras de eco y burbujas epistémicas. Algunas visiones de izquierda promueven una visión conspiracionista de la prensa como si fuese el ejercicio de poderes e inteligencias con planes sociales bien orientados (“cloacas” suele ser el término extendido), cuando la realidad es en unos aspectos más simple y en otros mucho más amenazante: los viejos medios inter-medios son ahora aparatos dependientes de las emociones de sus seguidores, a las que tienen que alimentar para que sigan siendo seguidores. La polarización que tanto nos preocupa en el terreno político no es más que una consecuencia no querida de los dispositivos del capitalismo de la atención. Quienes seguimos habitualmente la prensa hemos podido comprobar esta fractalización de los seguidores y lectores que acompaña a una creciente especialización emocional de los discursos de los creadores de opinión, cada vez menos creadores y cada vez más producto ellos mismos de constricciones que dan forma al nuevo espacio cultural sin intermedios. Pensamos un mundo de inteligencias libres y críticas y en realidad estamos viviendo un laberinto de pasiones bien ordenadas por la industria del like.
Muchos estudios sociológicos dan cuenta de que la gente real está mucho menos polarizada en su vida cotidiana de lo que está en el mundo del consumo: pc vs mac, pantalones estrechos vs pata de elefante, etc., pero este batiburrillo de contradicciones crea imaginarios que en el ámbito político conducen al desorden y la polarización de las élites de formación de discursos, tan dependientes del like como las franquicias de pizza a domicilio.
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