Era el mes de febrero de 2012, pleno siglo XXI, cuando uno de los ateos más célebres del planeta, el biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins, se enzarzaba públicamente con Rowan Williams, arzobispo de Canterbury y líder de la Iglesia Anglicana, en una (amable) batalla dialéctica para departir sobre creacionismo y evolución. O lo que es lo mismo, sobre religión y ateísmo, ciencia y creencia. La sala de conciertos del teatro Sheldonian, en Oxford (Inglaterra), se llenó tanto que se tuvieron que habilitar dos estancias más para acoger a un público que no quería perderse el debate. Miles de personas siguieron en directo –también a través de Internet– un acontecimiento que despertó un auténtico fervor, dejando claro, entre otras cosas, que aún hoy, para muchas personas la fe sigue moviendo montañas, a sabiendas de que esa convicción que les sostiene no puede ser verificada científicamente. ¿O será, quizá, precisamente por eso?
Hasta mediados del siglo XIX, cuando el naturalista británico Charles Darwin publica El Origen de las especies y populariza su teoría de la evolución, la explicación más aceptada del porqué de la existencia humana había sido la gracia divina. "No puedo entender por qué (la gente religiosa) no puede ver la extraordinaria belleza de la idea de que la vida surgió de la nada. Es algo tan asombroso, elegante y maravilloso… ¿por qué querer saturarlo con algo tan complicado como un Dios?", se pregunta Dawkins. Para el astrofísico y divulgador Carl Sagan, esta "enraizada necesidad de creer" se yuxtapone a otra profunda convicción humana: pensar y razonar, para ir siempre más allá de cualquier tipo de creencia.
La pregunta, entonces, para quienes siguen el camino que marca el método científico es: ¿Por qué millones de almas optan por una percepción de la realidad que no puede ser contrastada empíricamente? Y no son pocos los estudios científicos que se han hecho al respecto. ¿Quizás la religión hace más dichosos a los creyentes, mejores personas o más resilentes (capaces de sobreponerse a adversidades)? ¿Son distintas las personas creyentes de las que se manifiestan abiertamente ateas o, simplemente, no creyentes? Lo cierto es que hay argumentos para todos los gustos. En paralelo a las publicaciones que corroboran que el número de personas que se consideran no religiosas crece en todo el mundo, proliferan también las investigaciones científicas que ponen la lupa en lo que diferencia a las personas que profesan alguna fe de aquellas que no. Estas son algunas de sus conclusiones:
1. La gente religiosa está más satisfecha con la vida. Eso afirma un estudio realizado por investigadores de las universidades estadounidenses de Wisconsin y Harvard, de acuerdo con las opiniones de 3.108 personas adultas acerca de sus creencias y relaciones sociales. En gran parte, afirman, es el aspecto social el que hace que una persona religiosa se sienta más dichosa. Cuando un creyente va a la Iglesia, construye vínculos con los demás miembros de la congregación que generan bienestar al individuo.
'Ranking' de religiosos versus ateos en el mundo
Según una encuesta realizada en 2015 por WIN Gallup International sobre un total de 63.898 personas de 65 países distintos, cada vez hay más gente en el mundo que declara no profesar ningún tipo de religiosidad. ¿Los menos creyentes del mundo? En China (Hong Kong, concretamente), el 90% se declara ateo. Luego viene Suecia –con un porcentaje del 76%– y la República Checa (75%). En la Europa Occidental, el ranking de no creyentes está encabezado por Gran Bretaña, Países Bajos, Alemania, Suiza, España y Austria. Algún dato sorprendente: en Israel, el 65% de los encuestados afirmaron no creer en Dios, aunque en los territorios palestinos el 75% se muestra creyente. En general, y con la excepción de los Estados Unidos, los países más ricos tienden a ser menos religiosos. En lado opuesto, Tailandia es el país con más creyentes: el 94% practican el budismo. Le siguen Armenia (con un 97% de cristianos), Bangladesh (el 91% son musulmanes), Georgia (84% de ortodoxos) y Marruecos, con un 98% de musulmanes suníes.
3. Las personas profundamente religiosas son menos tolerantes. Una investigación llevada a cabo por tres universidades de Estados Unidos – Duke University, Ausburg College y University of Southern California– evaluó la correlación entre religión y racismo desde 1964, cuando se promulgó la Ley de Derechos Civiles, hasta hoy, y concluyó que una fuerte identidad religiosa dentro de un grupo fomenta el etnocentrismo y, por ende, el racismo y la intolerancia hacia otras formas de ver la vida.
4. Creer en Dios reduce la ansiedad. Dos psicólogos del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Toronto Scarabough de Canadá han descubierto que las personas que profesan una profunda fe en Dios muestran una actividad menor en el área del cerebro denominada córtex del cíngulo anterior, responsable de las reacciones corporales de excitación asociadas al estrés. Parece que la fe divina provee a los que la sienten una serie de argumentos que disminuyen la incertidumbre ante los misterios de la vida.
5. Los ateos son, en general, más inteligentes. Es lo que se desprende de la revisión de más de 60 estudios científicos coordinada por la Universidad de Rochester al norte del estado de Nueva York. La conclusión es que las creencias irracionales, como las religiosas, atraen menos a la gente con mayor capacidad de razonar, de resolver problemas, de pensar de manera abstracta y aprender de la experiencia.
6. La fe religiosa ayuda a las personas con enfermedades crónicas. Según un estudio científico realizado en la Universidad de Missouri, en Columbia, Estados Unidos, la religión es beneficiosa para todas aquellas personas aquejadas de dolencias o incapacidades crónicas, como lesiones en la médula espinal, apoplejía o cáncer. Tener mayor esperanza y menos estrés son dos de los factores que determinan esta superior calidad de vida.
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