La patética tragicomedia que interpretaron los hipócritas que abandonaron la charla de Pablo Iglesias en la Facultad de Filosofía
no ha dado el resultado previsto. Solo hay que leer lo que
mayoritariamente se dice en la sección de comentarios de los diferentes
diarios digitales de toda tendencia. Pero es lo que suele ocurrir cuando
el actor es malo y el apresurado guión se piensa con el culo.
En este país en el que ya hemos visto
indignidades de todos los colores por parte de los asalariados de la
comunicación, ese conato de impertinente y falsa dignidad no podía
colar. Daba risa y pena a partes iguales. Porque aunque lo que se dijo
sí pudiera ofender a destiempo a algún ‘profesional’ (las verdades
escuecen), la que hizo Iglesias no dejaba de ser una descripción precisa
de la actualidad periodística y, por si fuera poco, hecha con mucha más
cercanía y ‘buen rollito’ del que merecen los que están provocando un
nuevo nivel para el significado de humillación.
Hay que ser torpe. Lo tienen todo y,
afortunadamente, no siempre saben cómo utilizarlo. El inmenso poder de
la comunicación de masas, y parece que lo tenían claro, no radica tanto
en el presunto bombazo del que empiezan a abusar, como en el
inmisericorde goteo al que nos tienen sometidos. Pero no es suficiente,
porque aunque la creación de opinión, para bien o para mal, sí se basa
en la constancia de una u otra fórmula, máxime si tu tarea es deformar
la realidad, esa insistencia en la espectacularidad se convierte, mucho
más que el goteo, en luminoso escaparate de tus propias vergüenzas si no
tienes o has perdido la credibilidad (o la apariencia de rigurosidad).
No basta con tener el mayor canal de difusión, porque si te pasas de
listo, o mejor dicho, de imbécil, logras el efecto contrario al
esperado.
Hay quien por estar demasiado alejado de
la realidad plebeya ha llegado a subestimar a sus semejantes: incluso a
los de su cuerda. Y alguno ha llegado a creer que cualquier argumento
prefabricado es válido, sea o no cierto, sea o no riguroso, para
utilizarlo como arma arrojadiza. El problema es que si bajas tanto el
nivel creyendo que tratas con auténticos idiotas, hasta a los ‘tuyos’
les puede dar vergüenza aprovechar tus recursos infantiles para atacar
al contrario.
Es lo que ha ocurrido en este caso. Y
todo porque parece que no han entendido que si algún día los medios de
comunicación de este país tuvieron algún prestigio, ya no queda nada de
él. Y no importa si el público al que se dirigen es de derechas o de
izquierdas, porque hoy, en general, se le tiene menos respeto y aprecio
(si cabe) a los periodistas que a los políticos. Y por eso este tipo de
cínica y burda defensa corporativista no consigue traspasar el ámbito de
la profesión y no merece adhesiones ajenas. Si acaso desprecio o burla.
Se lo han ganado a pulso. Pero parece
que no tienen bastante. O al menos esa es la sensación que a uno le
queda tras haberse torturado con las ‘tertulias políticas’ de esta
mañana en Atresmedia y Mediaset. Descalificaciones, insultos y mentiras
que destilan tanto odio como rechazo provocan. Allá ellos. Ya lo han
probado todo para acabar con Podemos o con cualquier alternativa que
vaya en contra del gran poder económico al que se deben. Y siguen sin
entender, y eso después de dos años de campaña de acoso y derribo, que
el único que puede destruir a Podemos es el propio Podemos. Pero
mientras desde la formación morada se diga la verdad sin miedo, como de
forma cordial ha hecho Pablo Iglesias en esta ‘polémica’ charla
académica o como vehementemente hizo en la primera sesión de investidura
de Pedro Sánchez, y se evite caer en las redes de esos mismos medios a
los que no se les debe ningún favor, y mucho menos pleitesía, todo irá
cada día mejor.
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