https://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/08/10/viva-mi-dueno/8957
Esa es leyenda de puñal de pícaro y de navaja de chulo, pero también berrido lacayuno de la tropa que vitorea con devoción a quien tiene el poder por el hecho de tenerlo y ejercerlo de manera abusiva. Cuando Étienne de la Boétie escribe de la servidumbre voluntaria y de la lealtad, lo hace de otra cosa, aquí se habla del gusto por la sumisión.
Viva mi dueño escribe Valle Inclán en los amenes, dice él, del régimen isabelino, en su franca descomposición. En los amenes del esperpento nacional en que llevamos años viviendo quisiéramos estar y no estamos, sino en una suerte de vísperas incruentas de matadero por agotamiento, por derribo, en el tiempo de «la conjura de embozados, el misterio de santos y contraseñas en voz baja», dice Valle, antes de admitir que la Niña, esa constitución tan necesaria entonces y ahora renovada, duerme en las afueras.
En estas vísperas de apagados entusiasmos, los Ministros del Real Despacho no son fantoches de cortas luces por tradición, sino que son astutos y malintencionados como tahúres, trapaceros como puntos de patio de Monipodio donde se celebran las hazañas de éste, como las del pepero que hace méritos ante la policía política de Fernández inscribiendo a su nombre los dominios de internet con el de los opositores políticos del régimen. ¿Abuso de derecho, mala fe…? Que eso sea noticia sin consecuencias debería ser grave, pero no lo es. Es una festejada listeza. «¡Que se jodan!»… Ya se dijo en escenario parlamentario. No vivimos en el país de las ideas políticas, sino de los zascas, los descabellos, las majezas y los ases en la manga que tu público aplaude en el bar de la tribu y en los mentideros.
Mete miedo que la política nacional se solucione no por verdaderos pactos sobre los asuntos de urgencia nacional sino por la astucia del trampero, del aquí te pillo y aquí te mato y que se reivindique el derecho a la mentira y al cambio de programas electorales como mero cambio de planes estratégicos sin otro horizonte que el hacerse con el poder y ostentarlo. Prima la estrategia de gobierno sobre las necesidades del ciudadano que entrega su voto y que sólo para eso es necesario y requerido, de modo que sus prioridades, sus urgencias vitales, quedan en un muy segundo plano. Ese voto que es el aval de todos los abusos y el tapabocas de las mínimas rebeliones.
«¡Viva mi dueño!» es el grito de quien acepta la invitación del ministerio del Interior de Fernández a delatar a sus vecinos si observa en éstos algo que se sale de lo común, para lo que previamente tiene que espiarlos, ponderar su singularidad y rareza, su no ser como todo el mundo y ser potencialmente peligrosos a juicio del delator. Yihadistas o feroces etarroides o bolivarianos ruidosos (contra los que ya advertían los Reales Despachos de Valle), es lo mismo. Y no pasa nada, la indiferencia es la respuesta, el entreguismo de admitir que sólo es «una más»… y luego, enseguida otra. No hay verdadera respuesta ciudadana a la extensión de lo policíaco o esta es mínima. El tiempo de las grandes movilizaciones pasó, conviene admitirlo. Estamos en el tiempo de las quinielas, el viva mi dueño es el santo y seña de quien no tiene por ello nada que temer, de momento. Imposible no acordarse de los vientres sentados de Luis Cernuda, porque el tiempo del verso y su historia profunda no pasa: Esa seguridad de sentir vuestro saco/ Bien resguardado por vuestro trasero.
Tiempo de quinielas y tiempo de obedecer a ciegas los dictados de lo políticamente correcto de tu tribu, de tu bando mejor dicho. Nada de disentir en el seno del cotarro, eso no conviene, no trae más que problemas de convivencia. Hay gurús de sobra para marcar el camino que mejor convenga.
«¡Viva mi dueño!» es el grito de quienes votan con entusiasmo al que saquea lo público y lo privado, les empuja a vivir en la precariedad y recorta sus derechos sociales más elementales, porque sólo así es posible explicarse que entre los ocho millones de votantes del Partido Popular no solo haya pletóricos beneficiarios del régimen, sino seriamente perjudicados por éste.
Detrás de ese grito es fácil advertir un gusto rancio por el autoritarismo y lo policíaco, ese orden que no es más que arbitrariedad y desorden más fuerza, mucha, algo que viene de lejos, de un tiempo ominoso que sus beneficiarios se cuidan de condenar.
Del «¡Viva mi dueño!» de los pícaros y los chulos al «¡Vivan las caenas!» de los serviles no hay ningún paso porque me temo que, si nada lo remedia, es el mismo peldaño del descalabro nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario