CTXT.ES Gerardo Tecé 16/11/2018
El cine español le debe una película a José Antonio Ortega Lara. Una película sobre uno de esos referentes sociales que han marcado los últimos 20 años. Tan necesaria como complicada de hacer. Si alguien decidiera dar ese paso, tras decenas de reuniones con los productores, esos señores y señoras que ponen la pasta, existiría la gran tentación de centrar el relato en el calvario que aquel funcionario de prisiones burgalés sufrió durante los 532 días que ETA lo mantuvo secuestrado en un zulo. Era aún la década de los 90 y, veinte años después, seguimos sintiendo aquel sufrimiento como propio. Difícil olvidar algo así. El director, fuese quien fuese, se decantaría, con la financiación sobre la mesa, por ahondar en el sufrimiento de aquel hombre al que conocimos 30 kilos más delgado que en las fotos del telediario. Caminando como camina un zombi con barba que ha vuelto a la vida. Confundido y aturdido, tras ser liberado de una tortura inhumana. Este enfoque aseguraría el éxito en taquilla. Pero no sería un relato completo ni honesto. A la película le faltarían muchos matices. El principal sería el de completar al propio personaje. Ortega Lara es muchas más cosas además de una víctima del horror. Ortega Lara también es un fascista. Uno de esos capaz de culpar a los perseguidos durante el franquismo –otras víctimas del horror– de su propia persecución. “Provocaron la guerra”, despachaba recientemente en una charla a los represaliados tras el golpe de Estado militar. Un fascista capaz de recordarles hoy a esos familiares que piden enterrar a sus torturados y fusilados, que perdieron aquella guerra y que más guapos están calladitos. La película sobre Ortega Lara, la víctima y el fascista, sería esencialmente una peli sobre el odio. El odio como gasolina de una biografía.
La pasada semana, un grupo de jóvenes increpaba a Ortega Lara cuando llegaba a Murcia para participar en un mitin de Vox. “Ortega Lara de vuelta al zulo”. Puro odio. El cántico de aquella docena de manifestantes, destacado en grandes titulares de prensa, era nuevo. Pero no era nueva la situación de ser increpado para Ortega Lara. Unos días antes, la víctima del horror se fue a Alsasua a apoyar otro horror cometido sobre otras víctimas: el de los jóvenes condenados a penas por terrorismo, tras una pelea de bar. Allí, su odio, su indiferencia ante otros horrores generó más odio, que también fue destacado en titulares de prensa. “El odio es un alimento muy fuerte”. La reflexión es de Iñaki Recarte, condenado a 22 años de prisión por terrorismo tras asesinar a tres personas. También torturado y de familia represaliada. Aquella polémica entrevista de Jordi Évole a un miembro de ETA acabó convirtiéndose en una reflexión sobre la vida y su incompatibilidad con el odio. “Uno sabe que odia sombras, sabe por dónde están, pero no sabe mucho más, sólo sabe que odia. Luego, cuando dejas de odiar, empiezas a vivir”. Iñaki Recarte salió de ETA para nunca más tener nada que ver con aquello.
Ortega Lara nunca ha dejado atrás el odio. De hecho, ahora milita en él con carnet de honor. Una trayectoria quizás lógica para quien ha sufrido el horror de esa manera, nos diría un psicólogo. Una trayectoria inquietante e incomprensible para quienes hemos tenido la suerte de no sufrirlo. ¿Cómo puede alguien que sabe lo que es sufrir ser indiferente al dolor de otros? ¿Cómo puede alguien que estuvo en desventaja de tal manera, militar en la extrema derecha que persigue a los desaventajados? ¿Cómo puede quien recogió la sensibilidad de un país, vivir por y para el odio? La biografía es espectacular. Ojalá se haga la peli.
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