El lunes a mediodía el programa de La Sexta de Antonio García Ferreras hacía honor a su título, Al rojo vivo. El presentador y sus tertulianos aparecían sentados en la mesa de debate rodeados de un decorado salpicado de lava incandescente, tal cual como si estuvieran sentados en el cráter. El titular rotulado en pantalla transmitía el drama informativo que le gusta a su editor: “La Palma vomita magma por ocho bocas”. Para amenizar la información en directo, el realizador intensificó el relato poniendo de fondo la banda sonora de Interstellar, una superproducción de ciencia-ficción en la que se anuncia el fin del mundo debido a la contaminación y el mal estado de sus cultivos, y toda la humanidad parece condenada, en sus últimos días de vida, a pasar hambre. El protagonista, por lo tanto, liderará una expedición en el espacio para buscar un nuevo hogar para la especie humana.
Con el escenario visual y sonoro perfectamente diseñado, Antonio García Ferreras podía empezar su melodrama informativo ajustándose al espectáculo trágico. “No es el apocalipsis, aunque pueda parecerlo, ¿verdad?”, le preguntaba al geólogo de emergencia que tenía sentado en la mesa. Para desarrollar todo el hilo argumental alrededor de la erupción del volcán de Cumbre Vieja, el presentador usó su estrategia periodística habitual en caso de catástrofe, ya sea por un volcán, por una pandemia o por unos resultados electorales: consultar a diferentes expertos en la misma materia, hacerles idénticas preguntas a pesar de conseguir respuestas diferentes, de tal manera que se asegura la confusión del espectador y la garantía de que se quedará con el titular de la respuesta más trágica de todas las obtenidas.Otro gran vicio del presentador es cuantificar en cifras los detalles de la tragedia aunque los datos no digan nada al espectador. “¿Se puede calcular la cantidad de magma que está expulsando el volcán?” Y le responden que alrededor de veinte millones de metros cúbicos. García Ferreras, entonces, mostraba su estupefacción por la envergadura de la cifra aunque la inmensa mayoría de espectadores no tengan ni idea de si esto es mucho o poco en la erupción de un volcán. “¿Qué temperatura tiene la lava?” o “¿Podemos decir qué cantidad de... yo digo azufre, es dióxido de azufre, se está emitiendo?” Le hablan de miles de grados centígrados y de miles de toneladas, y aunque sean datos lógicos en toda explosión volcánica, son tan elevadas que siempre son útiles para crear alarma. Otra estrategia es plantear el empeoramiento de la catástrofe, avanzarse al peor de los escenarios: “Cuando la lava caiga al mar hay quien dice que puede provocar un tsunami...”, consulta García Ferreras. O “¿Puede surgir otra boca inesperada en otra zona de la isla?” o “Esto, tarde o temprano, ¿volverá a pasar?” Periodismo a ritmo de ciencia-ficción y con pretensiones de melodrama extremo. Sádicos de la información que más que pensar en el servicio público prefieren incitar al pánico para erigirse en protagonistas y gestores del terror.
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