Hay batallas que pueden ganar guerras y cambiar épocas. La del Donbass es una de ellas. Si los ucranianos logran repeler la ofensiva rusa, el mundo será de una manera, pero si no lo consiguen será de otra. Así de fácil y así de complicado. Es el gran juego de las superpotencias en versión siglo XXI.
En el pulso que libran para ser el poder hegemónico, Estados Unidos quiere frenar el crecimiento de China y China quiere neutralizar la influencia de Estados Unidos en Eurasia y el Indo-Pacífico.
La guerra de Ucrania se plantea a menudo como un pulso entre las democracias liberales y los totalitarismos, pero tanto China como Estados Unidos pueden salir victoriosos, es decir, con una relación beneficiosa para ambos y el mundo entero.
El nuevo orden mundial puede ser uno de confrontación o de coexistencia, con áreas geográficas de influencia exclusiva u organizaciones internacionales en las que se puedan dirimir las disputas satisfaciendo los intereses de todos.
El mundo occidental, tal como lo hemos conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, basado en el libre flujo de ideas, personas, bienes y capitales, se juega gran parte de su futuro en Ucrania. Estados Unidos lo ha liderado hasta ahora y al finalizar la guerra fría se convirtió en la única potencia. Se habló entonces de un mundo unipolar.
Han pasado, sin embargo, 30 años desde el colapso de la Unión Soviética, la guerra vuelve a asolar Europa y las autocracias cotizan al alza. En el 2012 había en el mundo 42 democracias liberales, según un cálculo de la organización V-Dem. Fue un récord. Hoy solo hay 34, que apenas representan el 13% de la población mundial, y en todas ellas se sufre una creciente “polarización tóxica”.
Ahora se habla de un mundo multipolar, con varias potencias y muchos estados nación que anteponen la soberanía nacional ante cualquier corriente de integración internacional. “La jungla vuelve a crecer”, argumenta el analista estadounidense Robert Kagan en su último libro. Regresa la ley del más fuerte, el derecho de conquista.
Estos nacionalismos populistas, sin embargo, erosionan las democracias y, tal vez, a ninguna más que a la estadounidense. Estados Unidos lleva 20 años perdiendo la confianza del mundo. La solidaridad internacional que recibió a raíz de los atentados del 11-S -la Rusia de Putin fue uno de los primeros países en tenderle la mano- la dilapidó con la guerra “contra el terror”.
Las nefastas invasiones de Irak y Afganistán, la crisis financiera del 2008 -que provocó Wall Street y se extendió por los cinco continentes-, así como el racismo, la violencia interna y la difícil transición entre Trump y Biden pusieron a EE.UU. entre las democracias menos ejemplares.
Antes de la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos no estaba en condiciones de sostener el orden mundial y, mucho menos, de construir uno nuevo. Si en los años sesenta representaba el 40% del PIB mundial, hoy no llega al 25%.
Pero, entonces, Putin cometió un gravísimo error estratégico y el mundo ha podido recordar varias lecciones olvidada (...).
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