5/8/22
Max Aub, 1995
Ramón Acín, «el apóstol bueno» en palabras de su discípulo Paco Ponzán, fue una de las primeras víctimas de la represión en la ciudad de Huesca, pero fue, sobre todo, una de las más sañudamente perseguidas por reunir en su persona todos los odiados atributos que buscaban aniquilar los verdugos en plena orgía de sangre: prestigio intelectual y artístico, influencia social merced a su enorme capacidad para el ejercicio del magisterio y la divulgación de sus opiniones críticas a través de los medios de comunicación, compromiso insobornable con la causa de los pobres y una militancia anarcosindicalista que fue eje de su condición personal, profesional y pública.
- Ramón Acín Aquilué, «paseado» en los primeros embates del fascismo en Huesca, constituía un símbolo de independencia y radical defensa de la libertad, cualidades que conformaban en sí mismas la sentencia rubricada por esos «buenos vecinos» que lo señalaron hasta que la policía y los señoritos falangistas lo apresaron, lo apalearon y le dieron cobardemente el tiro que acabó con su vida. Conchita Monrás, su esposa, detenida con él, será fusilada apenas dos semanas más tarde.
«¡Inolvidable Ramón! -escribe su amigo periodista Felipe Alaiz-. Cuando las malditas balas falangistas taladraron su cerebro entraban en una de las mentes más finas de Europa. Cuando la sed de sangre se sació con la sangre de Acín, la inmunda fiera pudo decir que destrozaba una de las vidas más puras, una de las vidas que latían con más decoro y con más esplendidez».
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