20/10/22
(...) La televisión, también en democracia, ha sido siempre ese púlpito sagrado donde se legitimaba el discurso dominante. Los servicios informativos eran y son el puntal de ese discurso. Por algo nuestros abuelos, con un vocabulario de reminiscencias bélicas, siguieron llamando "el parte" al telediario. El parte de guerra del bando nacional, para ser más precisos. En los telediarios democráticos vimos la gloria de los nuevos tiempos, la familia real en la pista olímpica de Barcelona, el centenario de la conquista del descubrimiento de América, Cobi, Curro y los mensajes navideños de Su Majestad el Rey don Juan Carlos I, el dignatario más campechano que ha conocido el mundo.
Luego llegaron las cadenas privadas, Jesús Gil hundido en las burbujas de un jacuzzi, las Mama Chicho, el tupé de Andoni Ferreño, La ruleta de la fortuna y Farmacia de guardia. Uno podía llegar a pensar que la pluralidad informativa era eso, disponer de un amplio surtido de canales al alcance del mando, como si de un día para otro ya no tuviéramos la obligación de rezar todos al mismo dios. El caso es que las televisiones ya no iban a estar en manos de burócratas sino en manos de millonarios, aunque los burócratas y los millonarios han terminado comiendo siempre alrededor de la misma mesa.
No sé cómo ocurrió, pero con el tiempo las televisiones públicas perdieron fuste y dos grandes empresas se adueñaron de la bicoca publicitaria. La diversidad mediática ha resultado ser un espejismo tan inverosímil que el espectador puede cambiar de canal sin cambiar de contenidos. En todos los lugares, a todas horas, uno escucha las múltiples declinaciones del discurso hegemónico. La pleitesía a la Corona. La rendida admiración a los prohombres de empresa y chequera. La criminalización de la clase trabajadora. La demonización de la pobreza.
Leo por ahí que La Sexta Noche ha tenido que someterse a una operación de maquillaje y cambio de nombre después de haber dejado un rastro pestilente durante diez años de indas, rojos y marhuendas. Cadenas de televisión de apariencia respetable han elevado a la fama a charlatanes disfrazados de periodistas, traficantes de bulos, gritones de tertulia tumultuosa, personajes fácilmente reemplazables cuando han cumplido su servicio y han embarrado el terreno del debate público hasta los límites del desencanto.
El desencanto es el fermento donde germina el fascismo. Y lo hace a golpe de mantras tan penetrantes como reaccionarios. "Todos los políticos son iguales", suena al fondo de la sala. Hay algo de eso en la crisis de credibilidad que padecen los grandes medios, un plan para apuntalar el orden establecido aun a costa de la reputación del periodismo. "Eduardo, es muy burdo, pero voy con ello", dice Ferreras antes de ofrecer un bulo en La Sexta. "Nos van a dar pero bien", dice Sandra Golpe antes de ofrecer un bulo en Antena 3 (...)
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OTRA COSA: Quién mueve los hilos de Florentino, de Pelayo Martín
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