15/11/22
Las malas condiciones laborales, la carga excesiva de trabajo y las pocas plazas disponibles de esta especialidad han provocado el colapso de las consultas de pediatría en la Comunidad
La falta de pediatras en los centros de salud madrileños es una de las muchas caras de la crisis sanitaria que vive estos días la Comunidad. El plan del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso de reabrir los 80 centros de urgencias extrahospitalarias con la mitad de los sanitarios que había antes de la pandemia desencadenó una huelga indefinida de médicos de estos servicios, convocada por el sindicato Amyts, aunque el Ejecutivo madrileño impuso unos servicios mínimos del 100%; y la primera y mayor manifestación contra la gestión la presidenta, el domingo. Al paro se sumarán el día 21 los médicos de familia y los pediatras de atención primaria, que llevaban ya tiempo avisando de que su situación era insostenible debido a la carga asistencial a la que hacen frente cada día: mientras los organismos internacionales recomiendan que cada facultativo atienda a unas 20 o 25 personas al día, en Madrid tienen una agenda diaria de 50 o 60 pacientes. Queda muy lejos poder atender un mínimo de 10 minutos a cada uno.
“El principal problema es la falta de pediatras, que no es por otro motivo que por las malas condiciones laborales. Esto hace que tengas que ver más pacientes en menos tiempo, con más riesgos para el médico y para el paciente”, resume el vicepresidente de Atención Primaria de la Asociación Española de Pediatría, Guillermo Martín, desde el otro lado del teléfono. Según los cálculos de la asociación, en Madrid hay un 30% de plazas sin pediatra y de ellas, un 20% que no se llegan a cubrir. Martín explica que un pediatra que termina la residencia y consigue una plaza en un centro de salud puede llegar a cobrar menos que un residente de último año —pues no tiene guardias—; que la mayoría de las plazas que ofertan son de turno de tarde, cuando la mayoría de los pediatras son mujeres ―“a las que les toca conciliar mucho más que a los hombres”―; que la sobrecarga de trabajo ha hecho que asumir los pacientes de un compañero de baja sea la tónica general; y él mismo ha calculado que en su centro, cuando cubre la baja de un compañero, por cada consulta extra que toma le pagan un euro.
La pediatra del centro de salud del noreste de Madrid habla dos idiomas y asegura que, si fuera por ella, ya “habría emigrado”. Pero tiene un hijo pequeño y un hermano con una discapacidad. Lleva 12 años intercalando contratos como mucho de seis meses, porque solo le ofrecen turnos de tarde y tiene que hacerse cargo de su familia. Pide que no se sepa su nombre: “Te persiguen desde la Consejería. Tengo compañeros que han hablado y no los han contratado más”.
Gira el ordenador donde aparece la lista de pacientes, tapa sus nombres con la mano y comienza a contar: “Uno, dos, tres, cuatro... Treinta. Y, teléfonos, siete. Esto solo en la mañana, de ocho a tres de la tarde. Luego tuve que doblar. En las cuatro horas siguientes atendí a otros 30″. La doctora habla enfadada desde su consulta, desde donde se escuchan los llantos y las carreras de otros por el pasillo. “Me acabé yendo a las ocho menos algo de la noche. Por eso cuando nos llaman vagos, pues te cabreas. Porque la mitad de los días ni como, ni voy a tomar un café. El jueves me escapé un segundo, me compré un sándwich y me lo comí entre paciente y paciente”, cuenta.
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