Guillem Martínez 24/05/2023
El voto es un ejercicio de libertad absoluta. Por lo que es un punto certero para visualizar el carácter poco absoluto, incluso nebuloso, de la libertad misma
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El sufragio universal empezó siendo, a pesar de su nombre artístico, absolutamente no universal, masculino. Si bien hoy no es exclusivamente masculino, sigue siendo no universal. En 2018 se acabó con la injusticia de que las personas con discapacidad intelectual, trastorno mental o deterioro cognitivo (unas 1000.000) no pudieran votar, sin embargo, sigue habiendo mayores de edad sin acceso al voto. Se trata de personas que a) carecen de esa posibilidad por sentencia judicial. De b) ciudadanos residentes en el extranjero que, si bien tienen garantizado su voto en tanto que ciudadanos –pese a haberse derogado el voto rogado–, no tienen, las más de las veces, manera efectiva de ejercerlo. Suponen, por número, el equivalente a una provincia española no vacía. Una provincia díscola, insatisfecha, migrada, que ningún gran partido quiere, visto lo visto, tener cerca. Por pobreza extrema –o por su prima menos estridente, la precariedad–, un número variable de personas, integradas en el 12% de la denominada abstención técnica, han sido c) expulsadas del censo, al carecer de un domicilio fijo, o medianamente duradero y estable. También quedan fuera del voto un amplio contingente de conciudadanos, con los que trabajamos o nos cruzamos por la calle. Se trata de los no-ciudadanos, personas desprovistas de ciudadanía, que no han podido incorporarse al censo al ser d) no-nacionales y/o al carecer de una documentación en regla. Las cosas a), b), c) y d), el carácter no universal del sufragio universal, determina, sesga, de alguna manera, el voto. Pero hay variables que lo pueden determinar de manera más sofisticada e intensa, y que se han ido desarrollando en el tiempo.
El sufragio universal –masculino– fue proclamado en 1869, jubilado con la Restauración y vuelto a instaurar en 1890. El sufragio universal, edición también mujeres, es de 1932. En el ínterin 1939-1975 fue eliminado, y quedaron expulsadas de ese derecho las mujeres de toda clase y condición, pero también los hombres que no fueran cabezas de familia, que estuvieran en el exilio, que tuvieran antecedentes judiciales, o que gastaran afinidad, durante la Guerra Civil, hacia el bando ganador en el resto del mundo. Esto garantizaba, de manera sencilla y obvia, resultados electorales apropiados para el Estado. Pero anteriormente, con el sufragio universal –1932-36–, había otras técnicas de modulación, menos explícitas. Como la movilización, por parte de la Iglesia, de ciudadanos creyentes, que a su vez trasladaban a los colegios electorales a ciudadanos no necesariamente creyentes, pero sí ancianos o impedidos, y con su papeleta ya cerrada en la mano. Previamente, durante el sufragio universal masculino –1869-74, y 1890-1931–, hubo otras técnicas más aparatosas, pero efectivas, para la modulación del voto, que trascendieron su época. Como el caciquismo, como la Banda de la Porra, como el pucherazo –romper el puchero, la urna, y suplantar los votos allá depositados– o como la compra del voto, por dinero, trabajo, comida o alcohol. Con el tiempo, esos sistemas de corrección electoral fueron sustituidos –o no, o no siempre– por otros sistemas más discretos. En Madrid, en las elecciones municipales de 1906, por ejemplo, los partidos de la Restauración tenían un secreto: eliminar, no depositar en la urna, todos aquellos sobres que en una de sus esquinas carecieran de un agujero hecho con un alfiler. Ese era el sello que indicaba que ese voto había sido comprado, o bien poseía una denominación de origen controlada y fiable. El PSOE, por cierto, descubrió ese hecho oculto. Y lo incorporó. Todos los electores del PSOE votaron con sobres perforados, que fueron admitidos, por tanto, en las urnas. El resultado fue el primer cargo electo marxista de la historia en España: Pablo Iglesias (...)
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