sábado, 26 de octubre de 2024

CTXT. “No pude preguntarle si participó en secuestros, muertes, torturas o robos de bebés”, de Ritama Muñoz-Rojas

 Ritama Muñoz-Rojas 5/09/2024

Javier Vaca es activista por la memoria y la justicia, además de hijo del genocida Omar Vaca, que murió sin rendir cuentas por sus crímenes

Javier Vaca. / Foto cedida por el entrevistado

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Las expresiones “atando cabos” y “haciendo memoria” son el resumen de esta conversación con un hijo que tuvo un padre que participó en todo lo participable para doblegar a jóvenes universitarios de ideas progresistas, involucrados en luchas a favor del socialismo o la justicia social. Jóvenes a los que, en el mejor de los casos, eso les costó el encuentro con la picana eléctrica recorriendo las partes más sensibles de su cuerpo, día y noche, sin saber si era día o si era noche, y conociendo, reconociendo, el terror y el dolor en forma de gritos desgarradores en la habitación contigua a la suya en alguno de los centros clandestinos de detención durante la dictadura militar argentina. Fueron muchos los que desaparecieron y a otros les desaparecieron sus bebés. Con alguno de esos instrumentos de tortura despiadada y salvaje se encontró el joven Javier por su casa. “Papá, ¿qué es esto?” Después se puso a atar cabos, a hacer memoria, y así se convirtió en el hijo de un genocida, al mismo ritmo que se le helaba el corazón. Un genocida, Omar Vaca o Antonio Venecia, que era el nombre de guerra, al que no se pudo juzgar, entre otras cosas, por el robo de bebés, y murió impune. Toda la información sobre su actividad había desaparecido en 1984, justo un año después del término de la dictadura militar argentina.

Comienza su relato. “Mi historia en relación con la dictadura militar transcurre en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Mi padre trabajaba en el destacamento de inteligencia del ejército. Él fue quien organizó toda la represión durante la dictadura en lo que se conoce como litoral argentino, que es lo que transcurre a lo largo del río Paraná hacia el interior de Argentina, y que abarca varias provincias, la de Santa Fe, Tres Ríos, Corrientes y Misiones. Es una región enorme”.

¿Cuáles eran las funciones de su padre como miembro del destacamento de inteligencia del ejército?

Eran la búsqueda e identificación de opositores; secuestros de personas que en muchos casos eran llevadas a centros clandestinos de detención. Organizaba toda la represión a través de la logística de persecución, de secuestros, de traslados, de encontrar lo que ellos consideraban terroristas subversivos, que, en realidad, tenían más que ver con personas que militaban en las izquierdas, referentes sindicales o estudiantiles. Perseguir a todos los que, de una u otra manera, pensaran distinto. Mi padre se ocupaba de hacer el ambiental, y eso consistía en identificar a las personas que iban a secuestrar, a torturar o a matar; saber dónde y cómo vivían, cómo estaba compuesta su familia, cuáles eran sus horarios de entrada y salida, y ubicar el momento correcto para secuestrarles o ir a matarles.

¿Exactamente en qué participó su padre?

¡En todo! No sé si él fue a sacar a alguien de su casa para torturarle. Yo sé que él organizó toda la logística para que eso ocurriera, para mandar asesinar, para mandar violar, esconder los cuerpos. No sé si él lo hizo personalmente, pero un genocida es el que organiza todo para que eso ocurriera.

¿Cómo era la vida familiar?

Mi padre siempre fue bastante cerrado en relación a lo que hacía en su trabajo; nunca comentaba nada, era muy difícil saber lo que hacía. Mi familia era lo que yo consideraba una familia normal, con padre, madre, dos hermanas mayores y yo, que soy el pequeño. Todo normal, aunque sí que nos habían dicho que no contáramos a lo que se dedicaba nuestro padre. Estamos hablando de los años setenta, antes del golpe del 76, y ya se nos advertía de que no dijéramos a qué se dedicaba nuestro padre, que no contáramos que era miembro del ejército, porque él iba siempre de civil. Estoy hablando de la época de Isabel Perón; la derecha represiva ya se estaba armando, ya sabían lo que iban a hacer, y se estaban preparando para ello.

Y llega ese momento en el que usted es consciente de quién es su padre.

Sí, llega ese momento, pero al cabo de mucho tiempo, cuando empiezo a estudiar en la universidad Ciencias Políticas. Es entonces, en los años ochenta, cuando tomo conciencia de lo que había ocurrido en la dictadura militar [1976-1983], que ya había terminado, claro; pero una cosa era que hubiera acabado la dictadura, y otra que yo tomara conciencia de lo que había pasado en ese régimen en el que participaba mi padre. Hasta ese momento, yo no pensaba que la actividad de mi padre era la de un genocida.

Llego a la universidad y empiezo a militar en un socialismo democrático. Claramente, a él eso no le gustó, ni tampoco que estudiara Políticas, y así empiezan los enfrentamientos con él, enfrentamientos en los que yo le cuestionaba la dictadura militar, pero no a él, porque por entonces yo no tenía conciencia de su vinculación con ella.

Ni se lo imaginaba.

No. Para mí, mi padre hacía trabajo de oficina, que era lo que nos decía siempre, ¡en el mayor centro de represión de una región y donde se organizaba la represión! [se ríe].

Mi familia era una familia militar, todo era normal, nada nos llamaba la atención. Después, atando cabos y haciendo memoria, empiezo a darme cuenta de que había algunas cosas que sucedían en mi casa y que ahora les he encontrado una explicación. Por ejemplo, además de tener el arma provista por el ejército, la normal, mi padre tenía escopetas de caño recortado, tenía granadas, tenía picanas, que son con lo que se torturaba con una corriente eléctrica. Traía a casa cosas que no tenían origen cierto, por ejemplo relojes, máquinas de escribir… porque lo que pasaba era que, además, robaban en las casas en las que entraban para secuestrar personas; eran tan miserables que, además, robaban. Él traía esas cosas a casa, pero nadie preguntaba nada porque para nosotros estaba dentro de la lógica militar. A los ocho años, podría haber dicho “mira, pa, mira qué máquina de escribir”; pero desde luego nunca se me iba a ocurrir preguntar de dónde salió una máquina que estaba usada o dónde la encontró. Cuando era pequeño, lo veía normal, “papá es militar y trae estas cosas a casa”. Pero después, cuando eres adulto, te das cuenta de que hay cosas que no encajan, que algo no está bien. Y empiezas a tomar conciencia de todo ello, a atar cabos sueltos que se te quedaron en la memoria y te das cuenta de que ahí había algo más.

Llega el día de la verdad, que, en su caso, coincide con un programa de televisión.

Sí. Un programa de televisión en el que se está hablando sobre el centro clandestino de detención de la Quinta de Funes. Entonces, él dice claramente: “No van a encontrar nada, porque quemamos todo”. Ahí es cuando me doy cuenta de que él tenía otro nivel de actividad, otra cosa. Y me impactó. Pero, de todas maneras, yo seguía viviendo bajo el mismo techo, él me seguía financiando, porque yo era estudiante. En esos años tuvimos varias discusiones, pero la realidad era que yo seguía viviendo en su casa, dependiendo de él. Es decir, esto no iba de que un día rompes las estructuras familiares y dices que te vas. ¿Adónde me iba a ir? Yo era solamente un triste estudiante, no era otra cosa. Ni se me pasaba por la cabeza irme; así que tuve que aprender a convivir con eso.

Y su madre y su lugar en la familia.

Ella apoyaba todo lo que hiciera su marido, pero defendía a su hijo, a mí. Estaba en medio, y eso era difícil. Luego, con la muerte de mi padre, se acercó más a mí. Siempre había sido cariñosa, pero ahí comenzó a contarme cosas, hechos en los que él intervino, como la muerte de un vecino. Le daba miedo hablar. En algún momento le dije que debería contar lo que sabía, pero ya estaba muy enferma y no quise presionarla, yo no iba a ponerla delante de un juez a contar lo que sabía. Era mi madre, a uno no le sale hacerla pasar por eso. Si en una familia militar, padre y madre no están de acuerdo, no funciona nada. Ellos, claro, estaban de acuerdo, funcionaban como pareja y todo funcionaba.

¿Fue duro tener que enfrentarse al padre?

Es muy difícil, porque tienes que enfrentarte a una persona muy poderosa psicológicamente para ti. Porque una cosa es discutirle si es hincha o no de determinado equipo de fútbol, y otra cosa es discutirle si mató o no mató a alguien, si participó o no en la tortura. Yo le discutí si participó o no en la dictadura, pero no llegué a preguntarle si participó o no en secuestros, muertes, torturas o robos de bebés.

Cuando lo supe, no me sorprendió tanto. Pero apareció la necesidad de atar cabos, de hacer las conexiones necesarias para explicar tantas cosas.

Mi padre murió impune, no se le llegó a juzgar, aunque estaba ya en un caso de secuestro de bebés. No fue juzgado, porque toda la información del destacamento en el que estaba fue robada en 1984, un año después de terminar la dictadura. Cuando empiezo a indagar, hablando con los abogados de las asociaciones de madres en Rosario, me dicen que no había información sobre mi padre, nada de nada. Y a mí me parecía imposible porque él había trabajado treinta años en aquel lugar. Pues no había nada de nada. Incluso los jefes directos de mi padre que fueron juzgados y condenados dijeron en juicio que no se acordaban de quiénes fueron sus subordinados. Se encubren, yo a algunos les conozco porque iban a mi casa.

¿Por qué es importante el movimiento de los desobedientes, que existan personas, como usted, que señalen a sus padres como genocidas?

Ahí se dan dos cosas. Por un lado, la natural empatía por el dolor de otras personas y por su sufrimiento. Si uno no es empático con las personas a las que les han secuestrado, torturado, asesinado a sus hijos o familiares es muy difícil. Y por otro lado, el sentido de responsabilidad social, que podamos contar lo poquito o lo mucho que nosotros sabemos sobre lo que hicieron nuestros padres, sus tareas. En mi caso, empezó con unas fotos que estaban dentro de una caja de zapatos. Eran las fotos de familia, que un día empiezas a mirarlas con otros ojos y decides llevarlas a organizaciones de derechos humanos, o a hijos o madres en Rosario, en mi caso. Fotos en las que estaba mi padre con sus compañeros de destacamento que podrían servirles para ubicar a estos tipos en una sala de tortura; ésa fue mi primera intención. Eran solo dos o tres fotos, porque no se sacaban fotos entre ellos, pero se las llevé para aportar. Y las hijas de ese vecino que fue asesinado y que yo las escuchaba gritar cuando estaban secuestrando a su padre se ponen en contacto conmigo, y me piden que yo salga de testigo en la querella por el asesinato de su padre. Yo fui testigo en ese juicio y pude servir para que se viera cómo trabajaban la policía y el ejército juntos. Por muy poco que pueda aportar, ya es algo, además de buscar la memoria, la verdad y la justicia, y eso son palabras importantes.

Nosotros no somos un grupo de autoayuda, somos un grupo de acción política. Tenemos un gobierno negacionista que dice que lo que pasó en Argentina está muy bien. Por eso no nos podemos quedar con los brazos cruzados. Tenemos que contar lo que sabemos sobre los que asesinaron, torturaron y vejaron a personas. Y estos tipos ahora vienen a decir que hicieron bien. Nosotros somos sus hijos y sabemos lo mal que lo hicieron. Nosotros somos los hijos de los malos, qué nos van a decir. Somos los hijos del lobo feroz.

Está habiendo detenciones ilegales, no secuestros, pero sí detenciones ilegales en las manifestaciones. Desde el Gobierno se lanzan mensajes negacionistas. ¿Le preocupa esta deriva?

Ahora, con este gobierno, como son de derechas van a empujar esos límites para que las detenciones empiecen a ser legales y la gente se calle y no diga nada, porque seguramente se les tratará como terroristas, que es como calificaron a la última movilización en la plaza de mayo. Nos quieren poner en ese lado. Y todos los que nos movilizamos y luchamos social y políticamente por un país distinto somos terroristas y nos quieren llevar a ese lugar; claramente eso también va a pasar en Europa, que todos los que se movilizan por sus derechos van a acabar siendo terroristas. En esto hay que unificar criterios.

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OTRA COSA:   Juli G. Pausas, investigador del CSIC: "Los pequeños incendios son casi positivos"

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