domingo, 13 de octubre de 2024

Homenaje a Pedro Patiño en el 50 aniversario de su muerte

 José Luis Sanz Zapata   13/9/2021

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Eran las siete de la mañana de #TalDíaComoHoy 13 de septiembre de 1971. En su casa de Getafe, Dolores Sancho, de 26 años, miraba desde la cama cómo se vestía su marido: un pantalón blanco de albañil, camisa también blanca, sandalias y jersey marrón. Pedro Patiño Toledo se llamaba. Tenía 34 años. Había nacido en el pueblo toledano de Puebla de Almoradiel, en 1937. A los 16 años se trasladó a Getafe para trabajar en la construcción. La pareja, que militaba en el Partido Comunista (PCE) y en CC OO, se había conocido en 1966 en París, tenía dos niños pequeños y era feliz. Habían vuelto del exilio y las continuas detenciones que sufría Pedro no les preocupaban. Aquella mañana de hace 48 años Pedro no tenía que ir al tajo. El sindicato, entonces ilegal, había convocado a los trabajadores a la huelga general. Por eso repartiría octavillas informativas en las obras del barrio de Zarzaquemada, en Leganés. El matrimonio no se despidió de forma especial. En un rato volverían a encontrarse. Fue la última vez que Dolores lo vio con vida.
Poco antes de las nueve de la mañana, Patiño y sus tres compañeros se encontraban en la carretera de Villaverde a Leganés, donde estaba la última obra que visitaron. Tomaron un camino a la izquierda. A los pocos metros una furgoneta de la Guardia Civil ocupada por cuatro agentes armados se situó junto a ellos. Los obreros se pararon de inmediato al escuchar el cerrojo de los mosquetones. No hizo falta siquiera que les dieran el alto. Serían detenidos como tantas otras veces. Los guardias les rodearon. Después, el absurdo.
Nadie había hecho ni dicho cosa alguna. Un proyectil entró a la altura del hombro, por la espalda de Pedro. El albañil cayó al suelo. Los folletos que reivindicaban las 400 pesetas diarias de salario y las 40 horas de jornada laboral semanales quedaron esparcidos alrededor. Uno de los sindicalistas -más tarde se supo- interpeló al guardia (Jesús Benito Martínez) que había disparado: «¡Pero qué ha hecho usted, hombre!». El agente respondió «con palabras que denotaban confusión y perplejidad».
Dolores se enteró de que su marido y los compañeros «habían caído». «Una detención», pensó. En cuanto pudiera iría a verle. Le llevaría unos bocadillos. A las cuatro de la tarde se fue a trabajar, como siempre, al despacho de abogados de la madrileña calle de la Cruz. Era secretaria de una joven abogada, Manuela Carmena. Mientras ésta le dictaba una carta, sonó el teléfono. Al otro lado estaba Nicolás Sartorius. Había leído en el diario Informaciones que Pedro había muerto. Carmena se quedó pálida.»A partir de este momento mi vida fue la hecatombe», contaba Dolores en una entrevista en 1996 con motivo del 25 aniversario de la muerte de Pedro Patiño. «Me llevaron al hospital Gómez Ulla para reconocer el cadáver. Entré en la morgue. El cuerpo estaba cubierto por una sábana. Tenía la esperanza de que no fuera él. Le destapé. Sólo llevaba puestos los pantalones. Todavía tenía los ojos abiertos. En su pecho no había ningún rastro de sangre. Supe que le habían disparado por la espalda».
Los tres obreros que estaban con Patiño habían sido incomunicados. Los periódicos se plegaron, por imposición de la censura, a la versión oficial, según la cual «Patiño agredió a los agentes y a uno de ellos se le disparó el arma». El diario Pueblo ni siquiera daba la noticia.
A los pocos días, Dolores, como único regalo del destino, pudo leer en el atestado de la Guardia Civil todo lo que ocurrió, incluido el nombre del guardia que realizó el disparo. Así lo relató en 1996: «Nunca supieron cómo nos hicimos con la información. Ahora puedo contarlo. Mi abogado, Jaime Miralles, solicitó que nos entregaran el cadáver para hacerle una autopsia y enterrarlo. Fuimos una tarde al Gobierno Militar. Nos hicieron esperar en una sala. El soldado que estaba de guardia salió para dar cuenta de nuestra presencia. Miralles se acercó. No daba crédito a lo que veía: encima estaba el atestado. El PCE inundó Madrid con las fotocopias. Miralles fue encarcelado semanas más tarde».
El 15 de septiembre le comunicaron que el cadáver estaba al cementerio y que iban a buscarla para enterrarlo cuanto antes. Dolores se escapó y fue a casa de Miralles. Quería una autopsia. Decenas de personas se habían convocado frente al cementerio. El abogado llegó allí y exigió la entrega del cadáver. No fue escuchado. Cerraron las puertas y el ataúd fue introducido en un nicho. Un niño de 10 años, que fue al cementerio con su padre, un abogado laboralista de CCOO, relata lo que vio allí: «Los guardias prepararon los fusiles. El corneta tocó la segunda señal y todos sus fusiles apuntaron hacia la gente. Entonces entre gritos e insultos todos empezaron a correr perseguidos por los guardias civiles. Afortunadamente no hubo tiros. Pensaba que iba a un entierro normal. Y no vi enterrar a la persona que se había muerto. Y así acabó todo: la plaza desierta, las flores pisoteadas«.
No hubo ningún juicio. La autopsia que realizó el Gobierno apuntaba como causa de la muerte ‘hemorragia aguda-choque hipovolémico.
La familia tuvo que esperar 38 años a que, gracias a la Ley de Memoria Histórica, el Gobierno español reconociera que Pedro Patiño fue perseguido injustamente y que murió “en defensa de su actividad política”.

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