Por Joséluis Vázquez Doménech sociólogo -
Lo que no dices y lo que yo veo
La colonización del lenguaje progresista
efectuada por los imperios a través de las “causas justas” es una
constante. No hay más que ver cómo se desarrollan paralelamente las
invasiones y las injerencias con mensajes que predican su disposición a
ayudar “al mundo subdesarrollado que necesita urgentemente su intervención”.
Es francamente desolador ver como las
fuerzas de la OTAN promovieron con una eficacia asombrosa esa imagen en
la que nos hacían ver que estaban protegiendo a las mujeres afganas,
mientras sus bombas aniquilaban el país y daban buena cuenta de sus
objetivos. En este contexto
se diseñó una meta humanitaria apelando al sentido misionero
occidental, de tal forma que en 2012 Amnistía Internacional colocó
carteles en los que se podía leer: “OTAN, que se mantenga el progreso”,
en alusión a su denodada lucha por los derechos de la mujer en
Afganistán, y el Instituto George W. Bush recaudó fondos para promover
dichos derechos. Curioso verdad…
Una buena prueba de ésta forma de actuar
la tenemos también en la concesión del premio Nobel de la Paz a la
joven Malala Yousafzai. De esta forma, mientras otros miles de personas
morían en el anonimato más atroz, se mediatizaba un hecho puntual para
ocultar los trasfondos desoladores de toda guerra. (Lo recuerdo, Malala
es la niña pakistaní a la que los talibanes dispararon a la cabeza por
defender la escolarización de las mujeres).
Casi todo lo que acontece a través de la
propaganda mediática está hilado con una eficaz precisión y, cuenta
casi siempre, con una conmovedora historia.
Apelar a las emociones para ocultar sus
mentiras y trasladarnos al mundo del engaño sin que nos demos cuenta es
una maniobra de libro. Sus efectos son perversos y son capaces de crear
auroras boreales en cielos plomizos manchados de humos de combate.
Y así nos va. Y por si no fuera poco el
trabajo realizado por los servicios de inteligencia y sus amigos
periodistas, tenemos que escuchar palabras grandilocuentes y sesgadas
desde los estrados a los que se llega caminando por las alfombras rojas,
generando titulares con discursos maniqueos que mejor estarían
guardados bajo llave en sus cajones de seguridad donde guardan sus
relojes de oro y sus collares de diamantes.
Ésta vez le ha tocado el turno a Meryl Streep, y se ha hecho viral su portentosa actuación
(conmovedora también) al recibir el premio honorífico a su carrera en
los últimos Globos de Oro 2017. Millones de personas siguieron su
estela, desangrándose sus corazones al ver y escuchar cómo una “gran
dama” era capaz de leer la cartilla al mismísimo futuro presidente de
los Estados Unidos. No sin razón, pero ocultando al mismo tiempo la otra
cara de los bombardeos y humillaciones ejercidos en su trayectoria
política por Hilary Clinton y Barack Obama, las caras amables de un
belicismo sistemáticamente ejecutado por los Estados Unidos.
Y le siguieron las palabras de Robert de Niro, con una carta de apoyo
a su querida compañera de reparto, y luego vino un grupo de actrices y
actores (entre los que se encuentran Emma Stone, Natalie Portman o Amy
Adams), cantando contra Donald Trump su “sobreviviré” particular, y todos los telediarios y periódicos recogiendo la gesta humana de personas tan respetables.
¿Qué es lo que no encaja en todo esto?
¿Por qué cuestiono y soy incapaz de compartir el discurso de Meryl
Streep, reconociendo al mismo tiempo las obscenidades y barbaridades de
Donald Trump?
Utilizaré las palabras de su propia alocución para desarrollar mi razonamiento:
“Hollywood, los extranjeros y la
prensa”, menciona, para hacernos creer que en esos estudios todos los
intérpretes que vienen de otros lugares son muy bien recibidos,
olvidándose por ejemplo de que los propios artistas negros que le
acompañan en sus trabajos protestaron no hace mucho por el mal trato que reciben a la hora de poder conseguir estatuillas, y olvidándose también de que actor o director que se pase de la raya tiene la censura como escolta, o de que la CIA interviene continuamente
en sus trabajos para dar el toque final a la propaganda bélica. Pero
eso quizás lo desconoce, como les pasa a muchos que llenan sus bolsillos
y olvidan su memoria en las mesillas de noche. Desconocen que están en
la Meca del Cine Sionista, dueña de la industria recolectora de la basura.
“Así que Hollywood está plagado de
marginales y extranjeros”, continúa. Sí, de marginales ricos de la
sociedad, que se lustran con sus lágrimas y olvidan las causas que
provocan millones de marginados de verdad.
Pero lo más importante llega cuando hace
alusión a Donald Trump (pero es incapaz de ver más allá), con unas
expresiones acertadas sino fuera porque son parciales, interesadas,
incoherentes, y profundamente irresponsables. Dice así: “Pero hubo una
actuación este año que me dejó atónita, y me clavó sus garfios en el
corazón. Y no porque fue buena, no hay nada de bueno en esa actuación,
pero fue efectiva y logró su objetivo. Hizo que su público riera, y que
mostrara los dientes. Y fue en ese momento, en que la persona que pedía
ocupar el lugar más respetado de este país (la presidencia de Estados
Unidos, una de las fábricas de aniquilamiento más perfectas que existe)
imitó a un periodista discapacitado. A una persona que superaba en
privilegio, poder y su capacidad de responder al ataque. Y me rompió el
corazón. Cuando lo vi, todavía no puedo sacármelo de la cabeza, porque
no pasó en una película, pasó de verdad. Y ese instinto que busca
humillar, cuando lo hace alguien público, alguien poderoso, penetra en
la vida de todos…, porque les da permiso a otros para hacer lo mismo”.
Así es Meryl. Cuánta razón llevan tus
palabras. No debemos permitir que las malas artes y las humillaciones
puedan ser ejemplo de nada y para nadie, y menos si vienen de un
presidente. Porque ese comportamiento da permiso para que otros tengan
carta blanca para hacer lo mismo. Así es. Te enojas con Donald Trump
pero nada dices de Obama, cuyas matanzas con drones son un ejemplo de comportamiento, y callas ante el “Señor de la guerra”
que ha llevado la masacre a Irak y Siria y ha auspiciado un golpe de
estado en Ucrania (pero también te concedió una hermosa medalla). Y
sonríes cuando te haces un selfie con Hilary Clinton, la dama que lleva penetrando en la vida de miles de habitantes de la tierra con balas y con cazas que sobrevuelan sus cabezas.
Tu “indisposición” con cierta injusticia
es partidista, y me gustaría poder vislumbrar esa mirada que tienes de
una sociedad que busca la paz y la integración de los extranjeros y los
seres marginados. Estaría muy bien que te detuvieras y pensaras por qué
eres permisiva con las guerras de tus amigos demócratas y en cambio te
mueve la ira cuando escuchas las sonrojantes palabras de Donald Trump.
Tus palabras las trasladaría yo hacia
todas las personas que promueven, mantienen y fomentan la guerra, las
injusticias y el saqueo sostenido. Y entonces, sí tendría sentido
atenderte cuando dices: “La falta de respeto invita a la falta de
respeto, y la violencia incita a la violencia. Cuando los poderosos usan
su posición para hostigar a otros, perdemos todos”.
Pero creo que ya tomaste partido en tu vida, y las dos imágenes que acompañan este artículo son prueba de ello.
Ojalá hubieran podido escuchar tus
palabras todas las personas que habitaban en paz en Siria hace siete
años, o en Yemen, o en tantos otros sitios. Mas no pudieron hacerlo
porque las políticas de tus queridos amigos les mataron y destruyeron
sus vidas, y les dejaron sin tan siquiera poder escuchar tu voz tan
emotiva y sentida…
Me es imposible callar y permanecer
impasible ante una voz tendenciosa que solo se alza con ímpetu ante una
parte de las injusticias, y permanece en silencio ante otras.
Sería deseable un análisis más honesto y
coherente de la realidad, para poder dirigirnos hacia otros mundos más
solidarios y humanos.
No a las guerras, no a la OTAN
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OTRACOSA: No, la sarna no es una enfermedad de pobres
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