Nos hemos convertido en un gigantesco contenedor de turismo barato y
lo primero que debemos hacer para cambiar esa realidad es aceptarla. José Luis Gallego
Garry era un tipo de Manchester que disfrutaba de
unos días de sol y playa en Lloret de Mar. Había venido con su cuadrilla
de amigos de Salford, un distrito obrero del extrarradio azotado por el
paro. Pero es que, por lo que me contó, su estancia aquí les salía
mucho más barato que quedarse en el barrio.
Situado a
un paso de la bellísima ciudad de Girona, Lloret de Mar posee algunas
de las mejores calas de la Costa Brava. Está rodeado por una auténtica
selva de robles y alcornoques, el parque natural Montnegre-Corredor, y
sus restaurantes sirven un exquisito pescado fresco recién sacado del
mar. Pero a Garry y su gente no le había cautivado nada de eso.
Ellos pidieron un destino barato. Donde se pudiera beber
barato, comer barato y salir de marcha barato. Y los de la agencia los
mandaron a Lloret, como los podían haber enviado a cualquiera de
nuestros populares destinos de sol y playa. Porque nos guste o no, somos
el destino favorito de los Garrys de Europa.
Nos
hemos convertido en un gigantesco contenedor de turismo barato y lo
primero que debemos hacer para cambiar esa realidad es aceptarla. Porque
una cosa sabemos: o acabamos con este modelo turístico, o el turismo
acabará con nuestros recursos naturales, nuestro paisaje y hasta con
nuestra convivencia.
La ONU ha declarado 2017 como
Año Internacional del Turismo Sostenible. El motivo es concienciar a los
países del mundo de la necesidad de avanzar hacia un modelo de turismo
respetuoso con el medio ambiente, compatible con la protección de las
costas y los océanos, la conservación de su biodiversidad y la
convivencia social. Algo que nuestro modelo de sol y playa incumple en
su totalidad.
Porque el modelo turístico español no
solo es medioambientalmente insostenible, sino socialmente insoportable y
del todo inadmisible. Un modelo al que muchos califican de "turismo
basura" por el alto volumen de residuos que deja a su rastro y contra el
que se han puesto en pie los habitantes locales de la Bahía de Palma.
Los vecinos y residentes de S'Arenal, Playa de Palma, Palmanova,
Magaluf o Punta Ballena han decidido plantar cara al turismo del "todo
vale" porque es insoportable. Gente que no muestra ningún tipo de
respeto por las más mínimas normas de convivencia y de higiene. Gente
que convierte las playas en vertederos, que mea, caga y vomita en la
calle. Gente que ha convertido el ruido en una dictadura implacable y
que se ha adueñado del espacio público haciendo ostentación de su
incivismo. Esa es la gente que nos trae el turismo basura.
Para luchar contra su tiranía han iniciado una campaña de recogida de firmas.
Su petición es que las instituciones les devuelvan el espacio de
convivencia perdido y pongan fin a la pesadilla que están viviendo. Algo
que no va a ser fácil, ni en Palma, ni en Lloret ni en ningún otro
destino de turismo basura, pues el interés de los grandes turoperadores,
las compañías aéreas y los grupos hoteleros no pasa precisamente por
atender a lo que dice la ONU, sino a sus propios intereses económicos.
Cuando conocí a Garry llevaba la camiseta de su equipo con un número y
un nombre a la espalda: 11, Giggs; el mítico centrocampista galés del
United. Lo que no sabía Garry es que ese mismo número es el que lo
convierte en amo y señor de nuestras playas. Porque el turismo
representa un 11% de nuestro PIB y genera el 11% del empleo. Y para
muchos con ese dato basta. El cafre de Garry (escrito aquí con todo el
cariño) con sus chanclas y sus bermudas, su riñonera y su camiseta de
Giggs, nos tiene cogidos por los eggs.
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OTRA COSA: NO es Venezuela; son niños del sur de Chile en una comunidad Mapuche. Tampoco es 1973, es 2017
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OTRA COSA: NO es Venezuela; son niños del sur de Chile en una comunidad Mapuche. Tampoco es 1973, es 2017
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