Búscame en el ciclo de la vida
Un bombero no se capacita para la guerra, sino que se prepara para la paz. Sin embargo, el golpe de Estado de 1936 provocó que el Cuerpo de Bomberos de Madrid tuviese que apagar fuegos esquivando los obuses rebeldes. Y, cuando no había agua, olvidarse de las llamas para centrarse en el rescate de las víctimas, un halo de vida entre los cascotes. Mil veces acudieron a las llamadas de socorro bajo el aguacero de bombas entre el 30 de octubre de 1936 y el 24 de febrero de 1939.
"Cuando sonaban las sirenas y la gente se refugiaba en el metro, ellos surcaban las calles, sorteando las barricadas en coches descapotables", recuerda el inspector jefe jubilado Juan Redondo Toral (Úbeda, 1954), quien ha salvado de una memoria calcinada por el franquismo las gestas de unos hombres que suplieron la falta de medios con valentía e ingenio. "Su actuación fue épica, porque actuaban totalmente desprotegidos y los recursos eran precarios", explica el autor de un libro que pretende "contar una historia real sin ningún tipo de posicionamiento".
Politizados o ajenos a los avatares de la historia, se debieron a los ciudadanos, poniendo en riesgo su integridad física durante las intervenciones. Con las ametralladoras, la onomatopeya pac se hizo verbo, paqueo. Y la metralla y los colapsos terminaron matando a ocho bomberos e hiriendo a treinta, algunos incapacitados para siempre. "En mis 35 años de profesión vi de todo, pero no me quiero imaginar sus condiciones de trabajo, cuando ayudaban a todos madrileños sin pedirles el carné, expuestos a las balas", añade Redondo (...)
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