Buenísima crónica de una/ otra semana triste. Diez días en que tantos barcos con vías de agua naufragaron
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La semana triste de Cataluña Antonio Maestre 13 octubre 2017 https://www.lamarea.com/2017/10/13/la-semana-triste-cataluna/
Carrer Sardenya, Barcelona. Las diez de la mañana de un día desapacible y plomizo. Frente al instituto Ramon Llull muchos ciudadanos han visto cómo la Policía Nacional cerraba el colegio electoral para llevar a cabo la votación del referéndum planteado por las fuerzas independentistas. Los miembros de la UIP enarbolan sus rifles con las bocachas destinadas a reprimir voluntades mediante el uso de la goma. De repente una orden pone en movimiento a los policías, que suben a sus vehículos para ir en convoy calle abajo. Una muchedumbre se lo impide llamando a sus propios y se sienta frente a la Policía al grito de: “Quieren cerrar otro colegio”. El jefe del operativo presente habla por teléfono con la puerta entreabierta del vehículo ocultándose a la prensa que cubre los hechos. No lo consigue y, tras colgar, dice a su subordinado: “Avisamos y si no se mueven… cargamos”. No se mueven. Cargan.
Las pelotas de goma lanzadas a 15 metros de los manifestantes golpean la cara de un hombre de 38 años. No solo sangra su ojo, sino el de muchos ciudadanos catalanes que a pesar de no ser golpeados conocen a alguien que lo fue, o sienten que ellos también podían haber sido los que hubieran perdido parte de la visión. Las cargas y las pelotas de goma son los escapularios de 2017. La plasmación evidente, concreta, dolorosa, de que todo el mito construido por la independencia se fragua en un enemigo real que se comporta de manera inmisericorde con gente pacífica que solo quiere votar. El relato, hasta ahora retórico, se convierte en palpable.
Las identidades múltiples se uniformizan
El punto de inflexión se ha producido. El enemigo se muestra, se hace visible y la construcción identitaria y el capital acumulado por los independentistas gana terreno y hace el resto. Las banderas configuran el campo de batalla. Las múltiples identidades que Amin Maalouf adjudicaba a cada individuo se van difuminando en una sola. La polarización retórica empieza a tomar forma y espesa el ambiente. El aire de Barcelona se torna sólido y pesado, agitado por las banderas que remueven su cielo.Lo español empieza a sentirse ajeno de forma concreta. Las exhibiciones patrias hasta entonces eran una muestra centrada en el yo, sin apelaciones evidentes o mayoritarias al otro. En las calles se apelaba a sus propias características dejando a un lado al adversario. Tras las cargas se configura el ellos como el enemigo. Se aumenta el riesgo de que el movimiento sufra una deriva reaccionaria al ensanchar la base independentista con gente no convencida, jóvenes con poco bagaje político y con personas que jamás han salido a la calle a protestar por nada que tenga que ver con los derechos perdidos o la reivindicación social. Un recipiente lleno de pensiero debole, parecido al 15-M, al que se dota con símbolos identitarios propios del pensamiento fuerte. El proceso al que se sumaron amplias capas antisistema por su potencial de ruptura comienza a desarrollar de forma mayoritaria un carácter nacionalista y excluyente.
La fortaleza de los movimientos tan transversales es a su vez una debilidad evidente, su vacío de contenido racional e ideológico puede ser rellenado fácilmente con elementos emocionales que deriven la tendencia hacia políticas y sentimientos reaccionarios. Una masa gritando “español el que no v(b)ote” tiene tintes xenófobos innegables; que estudiantes griten a periodistas “prensa española manipuladora” enarbolando La Vanguardia como ejemplo de buen trabajo solo por ser catalana tiene una clara connotación etnicista. Algo tremendamente peligroso.
La transversalidad posmo del movimiento ofrece situaciones surrealistas que modelan la victoria del nacionalismo excluyente frente a la ruptura. Jóvenes estudiantes gritan a la policía en Via Laietana: “Sin los mossos no sois nada”. Su edad les impide a muchos conocer las actuaciones salvajes de la policía autonómica en el pasado. Un anarquista con experiencia de movilización lo deja claro: “En cuanto los Mossos carguen como hacían antes se acaba este puto síndrome de Estocolmo que tienen algunos”. Una confrontación de ideas que se repite en diversas manifestaciones. Por un lado ciudadanos pacifistas, algunos casi naïfs, y liberales con esteladas como capas que miran a los mossos y comentan entre sí: “Pobrecitos, si es que tienen cara triste”, y gritan proclamas y loas a la BRIMO. Por otro lado, la CNT, con el culo pelado, responde airada “mossos torturadores”. Pero al final, las proclamas identitarias vencen y poco a poco van ganando terreno hasta hacerse unívocas.
El ambiente festivo de la Diada y de las movilizaciones independentistas que se dieron en los días anteriores han perdido alegría. El “a por ellos” y la exhibición fascista en muchas ciudades españolas han torcido el gesto de las calles. Los guardias civiles saliendo de paisano de los hoteles en Calella para apalear vecinos con sus porras extensibles añaden dolor y confrontación. Banderas de todo tipo se arrojan al contrario para excluirle y afianzar su identidad. El monstruo nacionalista se sigue alimentando con la negación de la humanidad ajena por parte de dirigentes irresponsables que miran para otro lado cuando las calles se engalanan con el discurso del odio. El fascismo asoma su pezuña con la connivencia del Gobierno y dota de legitimidad a los sentimientos más hostiles hacia España y por extensión a todo lo español. La víscera derrota a la razón.
‘Un sol poble’ y la traición del cambismo
El procesismo demuestra una fortaleza el día 1 de octubre encomiable. Con las comunicaciones intervenidas y todas las fuerzas de orden actuando contra sus dirigentes, y con toda la inteligencia española dirigida a impedir la celebración del referéndum, la organización de la sociedad civil manifiesta una implicación y una eficiencia admirables. Logran que haya urnas y papeletas, y a pesar de la intervención policial se celebra la consulta. Esa fuerza está posibilitada por el objetivo común de muchos actores políticos y sociales de diversas ideologías y orígenes sociales que aunaron esfuerzos dejando de lado las enormes diferencias que existen entre grupos como la CUP, anarquistas, burguesía catalana o el PdCAT. Es precisamente esa masa heterogénea la que corre el riesgo de girar hacia la uniformidad estructurada con los herrajes de símbolos identitarios.La capacidad reactiva de las élites dirigentes aprovecha la torpeza del Estado para ganar ventaja de cada error del adversario. La declaración de Felipe VI toma la postura del Gobierno como propia, sin dirigirse a una parte importante de la población a la que también aspira a representar. El uso de una escenografía desafortunada deja en bandeja de plata la consolidación del relato independentista. Un mensaje con plano cerrado y el ceño fruncido, un monarca gesticulante y amenazante y con el cuadro de Carlos III –el rey que en 1770 impuso el castellano frente al catalán– enarbolando la vara de Capitán General hacen lo demás.
Puigdemont contraataca con una escenografía limpia, espaciosa, con una puerta abierta ofreciendo diálogo y echando la bronca al rey. Una sentencia del president llamó la atención sobre las del resto y no pasó desapercibida en un contexto de enardecimiento nacionalista en ambos espectros del tablero: “Ens hem de mantenir com un sol poble”. Como todas las frases proclamadas por dirigentes, solo puede ser desencriptada atendiendo al contexto. El concepto ha sido usado a lo largo de la historia catalana en multitud de ocasiones por diferentes actores, como Francisco Candel, Xavi Domènech y Pablo Iglesias. Pero en la situación concreta de emociones identitarias a flor de piel una conceptualización que llama a difuminar la diversidad, la divergencia y la pluralidad del pueblo podía materializarse en representaciones simbólicas de muy nocivo significado político. A pesar del riesgo inveterado en toda comunidad cuando se recurre a dicho afecto, la diatriba del president fue todo un éxito en sus filas. Sigue consolidando la plural masa independentista en sus principios compartidos.
Pero aparece el espíritu del Frente Catalán de Orden. Jordi Solé Tura explicaba en un artículo de 1997 la actitud de Francesc Cambó con el catalanismo cuando se trataba de priorizar identidad o dinero: “Cambó fue un nacionalista de derecha que, al igual que otros dirigentes de la Lliga Regionalista, contribuyó a modernizar la lengua y la cultura catalanas y a poner en marcha un esbozo de autonomía, pero que cuando las cosas se complicaron siempre puso por delante sus propios intereses, o sea, sus intereses de clase social. No fue el primero, ni el único, ni el último…”.
Ni el último. Los movimientos empresariales y bancarios de los más importantes miembros de la burguesía catalana en contra de la posición independentista comienzan a medrar en el sector más conservador del PdCat como una gota china. Los cambios de sede social de diversas empresas importantes se precipitan: La Caixa, Banc Sabadell, Gas Natural, Colonial, Abertis. Una cascada de noticias que, sin tener una repercusión directa notable en la economía, desmonta parte del relato y tuercen la balanza de prioridades del sector independentista representante de la burguesía.
El día de la proclamación de la independencia se acerca y asoma el fantasma de Cambó, no el que hasta ahora había enarbolado Puigdemont, sino el que tiene que decidir entre patria o patrimonio. Los matices y la pluralidad quedan al desnudo cuando la dicotomía se hace presente. Las prioridades asoman y toca decidir. Y la CUP se entera una hora antes del pleno de proclamación de independencia de la república catalana de que el cambismo ha vuelto a asomar y el Frente Catalán de Orden se impone nuevamente. No hay DUI y la masa homogénea con un objetivo común se resquebraja por donde la historia ha enseñado en multitud de ocasiones: por la brecha de clase.
La traición consumada la refleja Arran, las juventudes de la CUP, en las redes sociales. Anna Gabriel en su discurso da buena cuenta de que se ha faltado al acuerdo al que habían llegado, y el diputado Sergi Saladié teme un pacto de las élites para no cumplir los compromisos adquiridos. Pero el mayor indicador emocional de la decisión de Carles Puigdemont es la multitud de gente que acudió al paseo Lluís Companys a presenciar un momento histórico en una pantalla gigante. La calle, siempre enarbolada como motor del procés, no puede ahora ser ignorada cuando deja al descubierto su profunda emoción. La decepción manifiesta de aquellos que se han organizado de manera ejemplar para poder votar el 1 de octubre, la de todos aquellos que han defendido con su cuerpo unas urnas para que sus dirigentes cumplan el mandato, no puede ocultarse. El proceso vivido en Cataluña brota de la piel y el sentimiento, y no se puede esconder cuando el sueño queda frustrado.
El conflicto acelerado durante estos diez días tumultuosos ha enseñado la peor cara de una parte de la España escondida tras el búnker de la cultura de la transición. Un nacionalismo ultramontano que ha envenenado con sus peores vicios a una parte del independentismo que quería huir de ella. La configuración del movimiento soberanista, ejemplar hasta estos días, comenzó a emponzoñarse con las actitudes que combatía hasta que la deslealtad cambista heló el ardor excluyente para convertirlo en desengaño.
La rotura de la heterogeneidad del movimiento independentista no significa que desaparezca el sentimiento, simplemente está de duelo. La reivindicación lírica del catalanismo volverá a aflorar más pronto que tarde. Exhibir desdén hacia estas emociones y menospreciar la fuerza de una pasión las hará regresar con más rabia, y estamos a un paso de que sea ira. La crónica emocional de estos días en Cataluña es la narración de una semana triste en la historia de dos naciones que compartían destino.
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