Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto entre 1954 y 1970, en un acto en Mansoura en mayo de 1960.
Bibliotheca Alexandrina
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24 de
Agosto de
2017
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Para analizar lo ocurrido en Barcelona no hay que buscar en el Corán sino recurrir a la política. La radicalización de los jóvenes que asesinaron a quince personas en Cataluña no se explica por lo que diga o deje de decir su religión, sino como consecuencia de las actividades de un grupo que busca la revolución y que recurre al terrorismo siempre que se siente debilitado en el plano territorial. Si el Estado Islámico no estuviera sufriendo una derrota en Siria o en Irak, los jóvenes de Ripoll no hubieran atropellado a los viandantes de las Ramblas, sino que estarían más probablemente combatiendo en las trincheras de varios países árabes. Porque el terrorismo etarra era etarra y no vasco, el terrorismo de ISIS es de ISIS y no de los árabes en general, ni mucho menos de los musulmanes, de los que solo una minoría son árabes.
El Islam es mucho más Indonesia que Arabia, Irak o Irán. Y lo que distingue a Indonesia del mundo árabe o de Irán no es la interpretación del Corán, sino la proliferación en el mundo árabe de regímenes políticos abominables, dictaduras sangrientas, contra las que sus mismas sociedades intentaron levantarse pacíficamente en la llamada Primavera Árabe, para encontrarse masacradas por nuevos o viejos regímenes autoritarios, sostenidos por Occidente. Los sirios se levantaron pacíficamente contra El Assad y en menos de una semana el régimen asesinó a 1,500 manifestantes. Y nadie en Occidente hizo nada para ayudar a esas sociedades a sacudirse las dictaduras, ni mucho menos. Millones de personas siguieron humilladas, discriminadas y sometidas, y aún así solo son unos pocos los que se enganchan en la alternativa revolucionaria que les propone ISIS (una especie de Panislam frente al panarabismo político de Nasser, tan combatido en Londres o París), porque la inmensa mayoría entiende que no es una solución sino una revolución (más bien una involución), sí, pero igualmente dictatorial y sangrienta.
El ISIS se aprovecha de la indudable humillación que sufren las sociedades musulmanas árabes (a la que no es ajena la manera en la que surgió y se mantiene Israel), y se propone como vanguardia violenta, de la misma forma que hicieron algunos grupos políticos occidentales en el siglo XIX y en el siglo XX. Si entonces se intentó analizar lo que ocurría en las sociedades occidentales con categorías económicas y políticas, sin recurrir a lo que dice la Biblia o los teólogos católicos, habría que ser mínimamente congruente a la hora de analizar lo que sucede en las sociedades árabes o persa. Es absurdo pedir que el Islam se secularice, tan absurdo como pedir que se secularice la Iglesia Católica. No son las religiones las que se secularizan, sino las sociedades, y es a eso a lo que deberíamos aspirar y ayudar.
Servirá mucho más para la lucha contra ISIS, será mucho más eficaz contra los atentados en Barcelona, Madrid, Londres o París defender los movimientos feministas de Egipto o Marruecos, la lucha por la libertad de expresión en todas las sociedades árabes, el apoyo al pensamiento crítico y a los grupos progresistas musulmanes que continuar atacando injustamente al Islam como religión incapaz de adaptarse al mundo globalizado. Dejemos de una vez de hablar de religión y de teología y hablemos de política. Seamos congruentes.
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