martes, 3 de octubre de 2017

Sí, es momento y es obligación, por Gerardo Tecé


Sí, es momento y es obligación

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Apreciad@

Aquel viernes noche, hace ya dos años, una cadena de ataques terroristas ponía París patas arriba y dejaba a todo el planeta con el alma en vilo, pendiente del horror por televisión. Minutos después de emitirse las primeras imágenes del caos y la violencia de los yihadistas en el restaurante, el café o la sala de conciertos, cientos de usuarios comenzaron a inundar las redes sociales de comentarios violentos y racistas contra todo musulmán viviente. Otros tantos, políticos incluidos, aprovechaban el olor a sangre para relacionar el atentado con los refugiados que, precisamente, huían de una violencia igual o peor a la que veíamos en directo en ese momento. Primero el terrorista, luego el racista. El protocolo del odio y el miedo volvía a funcionar completando, una cita más, con éxito sus dos etapas necesarias.

Esa noche me quedé especialmente impactado. Qué les voy a contar que no recuerden. Era París. Uno se podía sentir esa noche de viernes tan dentro de la sala Bataclan, disfrutando de un concierto… O tomándose unas cervezas en la terraza junto al estadio de fútbol de Saint-Denis, sin poder imaginar que algo así le pudiera caer encima de un momento a otro. Ponerse en el lugar del otro es algo que suele pasarnos, queramos o no, cuando se juntan drama y cercanía. Y aquello era un auténtico drama. Y era París. Después de un buen rato de horror en televisión, y de racismo en las redes, en las que la tendencia era ya a esas horas el “ellos (musulmanes, refugiados, inmigrantes…) contra nosotros (occidentales)”, no pude resistirlo e hice algo de lo que, imaginaba, me arrepentiría de una forma u otra. Ese algo fue escribir un tuit sin tener en realidad nada que decir, excepto: ¡Qué asco! ¡Qué asco de asesinos y qué asco de racistas que aprovechan un momento así! Palabra arriba o abajo, fue el tuit que publiqué.

Al poco, un conocido periodista de televisión, especializado en sucesos y terrorismo, Manuel Marlasca, cogía mi tuit y lo ponía en el paredón: “Perfecto ejemplo de repugnante equidistancia”, me señaló y, desde aquel momento, durante las horas siguientes, mi sensación fue la del que quita la música y retira el alcohol en mitad de la fiesta del año. Desde amenazas hasta ojalá vayan a por ti, pasando por el clásico mételos en tu casa. Viniendo del mundo de las matemáticas, yo no llegaba a entender qué problema geométrico suponía mantenerme, como denunciaba Marlasca, en equidistancia tanto respecto a asesinos como a racistas. Yo me veía bien colocado en ese sitio, la verdad. Pero al parecer no lo estaba. No lo estaba porque “no es momento de esto”, me explicaron algunos, más sosegados, que, sin desearme nada horrible, tan solo me daban un tirón de orejas por la pirueta geométrica que había hecho. Ante la avalancha de reproches, tuve dudas. Muchas. Igual, en efecto, no era buen momento para eso.

Dos años después, aquel asco violento de París llegó a casa, a Barcelona. Y tras la violencia, el racismo y la idiotez de señalar como culpables a quienes nada tienen que ver no faltaron a la cita -la máquina del odio en dos pasos ha seguido engrasándose durante este tiempo-. Con una novedad. Esta vez, siendo más próximo que nunca el horror, siendo más intensa la sensación de dolor, la xenofobia ha calado menos que nunca. El mérito es, en gran parte, de una ciudad. De su espíritu pragmáticamente abierto. No fue un tuit, sino Barcelona la que fue equidistante esta vez. Decidió situarse tan lejos de los que asesinan como de quienes pretenden aprovechar la sangre para sembrar odio en sus calles. Los racistas expulsados de Las Ramblas por los vecinos o las avenidas inundadas de pancartas con lemas como “No tenemos miedo”, “La mejor respuesta es la paz” o “No al terrorismo, no a la islamofobia” hacían de aguafiestas absolutas del guateque del odio y jodían la estúpida teoría del ellos contra nosotros.

Dos años después de aquella duda, lo tengo claro. Sí, sí es momento. El momento es justo después de que se produzca el primer paso; cuando un acto horrible vuelve a ponernos la violencia delante de nuestras narices es momento de recordar que el 80% de los que mueren en atentados yihadistas son musulmanes y que todos, o casi todos, los autores de atentados en Europa son europeos. La teoría del ellos contra nosotros es una gran estafa racista. Y sí, es obligación. Es obligación porque “la internacional del odio”, tan bien definida por el corresponsal de guerra Ramón Lobo, sólo funciona si estas dos etapas (terrorismo-racismo) se completan. La primera no podemos evitarla, pero la segunda depende de nosotros. Seamos, como diría Marlasca, repugnantemente equidistantes.



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