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La extrema derecha ha vuelto al parlamento alemán setenta
años después. La noticia es histórica, pero la observamos como el que ve
llover a través de la ventana. Nos ha salido callo de tanta agua. ¿La
clave del éxito ultra en Alemania? La de siempre últimamente, que es la
misma de toda la vida y en todos lados. Olvido, agitación del
nacionalismo en tiempos difíciles y búsqueda de enemigos, fuera y
dentro. Esta fórmula, como la de la Coca Cola, nunca falla. El
refrescante chisporroteo del nacionalismo hace que hasta el consumidor
más moderado, según su propio criterio, se apunte a la moda del gas
ultra. Alemania no es un caso raro. Pasa en casi toda Europa. Con más o
menos fuerza lo hemos visto últimamente en Francia, Finlandia, Hungría,
Holanda, Austria, Noruega, Reino Unido… Siempre que vemos la lluvia a
través del cristal, solemos taparnos con la manta y contar la misma
historia: en España, por suerte, eso no pasa. Es gracias al PP, dice la
leyenda, el partido vileda que todo lo absorbe. Gracias a ellos aquí
estamos secos como culo de bebé de anuncio. Desde el sofá y con la
manta, celebramos la moderación que supone que algo tan peligroso como
la ultra derecha no cruce los Pirineos.
Lo celebramos tanto, y es normal, porque sería muy
preocupante que movimientos ultras llegasen a puestos de poder en
España. Nadie quiere algo así. Si eso llegara a pasar algún día, y ojalá
nunca pase, sabríamos lo que es tener, como en otros lugares, a líderes
políticos señalando a los inmigrantes como culpables de la inseguridad o
el lento funcionamiento de la sanidad. No son los recortes, es esa
señora con velo, diría un dirigente ultra antes de aprobar una ley que
se carga la atención sanitaria universal. Otro líder ultra señalaría con
carteles por las calles de su ciudad a los rumanos. Habría para todos.
Si un día el extremismo llegase, veríamos cosas que nos parecerían
imposibles de ver por aquí. Ministros de Interior, ni más ni menos,
despachando el drama de los refugiados con un “pues métalos usted en su
casa”, para, a continuación, culpar a las ONGs, ponerle dos metros más a
la valla de Melilla y una ración extra de cuchillas a la de Ceuta. ¿Se
imaginan?
Veríamos, si algo como el extremismo de derechas pudiera
suceder en España, al mismísimo Gobierno saltarse leyes internacionales,
negándose a cumplir la legislación que obliga a acoger a quienes huyen
de la guerra. Y además, esto siempre pasa en otros lugares con partidos
ultras, lo haría con excusas que estigmatizasen como terroristas a las
propias víctimas del terrorismo. Madre mía, la que está cayendo ahí
fuera. Por suerte no pasa, pero si en España pudiera suceder, en algún
caso extremo incluso podríamos llegar a ver escenas dramáticas. Quién
sabe si la Guardia Civil disparando hacia personas a nado. Y lo peor,
veríamos a los responsables ultras tapando primero y justificando
después quince muertes. Si en España, como ocurre en otros lugares,
gobernaran los ultras, al ser preguntados por un escándalo como ese, la
respuesta habitual sería una evasiva patriótica.
Francia/Finlandia/Alemania es una gran nación. Algo así.
Por suerte aquí no pasa. Si pasara, si en lugar del
Partido Popular tuviéramos en España dirigentes ultras, quién sabe si
sufriríamos a líderes políticos que, en lugar de arreglar las tensiones
internas, las alimentaran para sacar beneficio nacionalista. ¿Se
imaginan lo que debe de ser que, ante una situación territorial
delicada, en lugar de sentarse a solucionarla, los dirigentes pidieran
más banderas a la población? “Cuelga tu bandera española en el balcón”,
sería la solución ultra en lugar de sentarse a trabajar para solucionar
el problema territorial. Si aquí hubiese, como al otro lado de la
ventana, partidos extremistas, desde el Gobierno harían incluso vídeos
para victimizar el hecho de ser español ante el enemigo Cataluña. Qué
locura sería que en lugar de cohesionar, alguien con poder jugase a
dividir su propio país, ¿se imaginan? Menos mal que aquí no pasa. En
nombre de la interpretación más extrema y subjetiva de la ley, un
Gobierno ultra llegaría incluso a detener a políticos. También se
registrarían imprentas y periódicos, se prohibirían actos legales y
pacíficos o se usarían millones de euros y recursos para crear una
sensación de guerra, con los cuerpos de seguridad del Estado desfilando
por medio país. Para todo esto, si hiciera falta, se usarían jueces
amigos, quién sabe si cargos de la dictadura anterior reconvertidos a
los nuevos tiempos. Y se podría hacer así porque, en un país ultra, lo
de la independencia judicial sería muy relativo.
En un país donde la extrema derecha estuviera presente,
como los del otro lado de la ventana, el espíritu ultra acabaría
notándose en la calle. Habría masas en las puertas de los cuarteles
ovacionando a la Guardia Civil enviada a tierra enemiga, y gritos de “a
por ellos” mientras se agitan las banderas. Incluso, vamos a seguir
imaginando, veríamos a cargos públicos del partido ultra en el Gobierno
pidiendo en redes sociales que la Guardia Civil vaya a Cataluña a “dar
hostias como panes” contra ciudadanos que quieren votar. Sería de locos
si en España no estuviera el PP, las consecuencias serían imprevisibles.
En un país dominado por el espíritu ultra, los límites democráticos se
difuminarían tanto que los gobernantes sentirían que esto es su cortijo,
también a la hora de usar a su antojo las fuerzas de orden público.
Sería peligroso. Se intentarían imponer leyes mordaza para controlar a
la ciudadanía crítica, se crearían alcantarillas del Estado en las que
tapar delitos del propio partido en el Gobierno, fabricar informes
falsos contra rivales políticos o acosar a jueces, fiscales y
periodistas.
Si en España hubiera un partido ultra con poder, la cosa
iría más allá del conflicto entre territorios, o del enemigo inmigrante,
o del victimismo español o católico. Quién sabe si, desde el propio
Gobierno, se señalaría incluso como traidores a la patria a los críticos
con el partido ultra. Las cosas podrían ponerse mal. Puestos a
imaginar, vámonos a un caso tan extremo como extremos son los partidos
que crecen fuera de España y aquí por suerte no. Imagínense a 400 cargos
públicos, a diputados, senadores, alcaldes, todos críticos con la
postura del partido ultra, todos elegidos en democracia, siendo
retenidos durante horas en un edificio por manifestantes que los acusan
de ser traidores a la patria, ni más ni menos, mientras las fuerzas de
seguridad están en cuadro porque se preparan para incautar urnas. Sería
de risa si aquí algo así pasara. Tanto la escena como las explicaciones.
Los ultras, como explica Le Pen en Francia o Wilders en Holanda, dirían
que no son ultras, sino franceses u holandeses molestos que han
decidido protestar contra quienes atacan su país. Y lo peor, si en
España hubiera alguna vez un partido ultra con fuerza, es que todo eso
iría cada vez a más. Al mismo tiempo que toda esa radicalidad,
autoritarismo y nacionalismo crecerían, encontraríamos a mucha gente que
lo justificase de una u otra manera. Todo se normalizaría. Siempre pasa
así cuando lo ultra se impone. Por suerte en España esto no pasa porque
tenemos al PP. Que alguien me traiga un secador, por favor.
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OTRA COSA: Las órdenes de exterminio del franquismo: Así mandaron matar a 130.000 españoles
Con una bandera se construye un mito, y puede hacer creer a un hombre bueno que el suelo que pisa es más que tierra, que es sagrado, de Pelayo Martín
OTRA COSA: Las órdenes de exterminio del franquismo: Así mandaron matar a 130.000 españoles
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