El asunto de la denuncia gira en torno a un hallazgo del historiador sobre Jaime del Burgo. Tanto en su libro Sin piedad, limpieza política en Navarra 1936. Responsables, colaboradores y ejecutores, como en el artículo Saca de Tafalla-Moreal de 21/10/1936, publicado hace unos meses, Mikelarena relata que Jaime del Burgo fue jefe de requetés de Navarra desde el 18 de octubre del 36 hasta, al menos, el 27 del mismo mes, por designación de Esteban Ezcurra.
Así consta en una nota publicada en varios diarios, como Pensamiento Navarro, con fecha de 16 de octubre de 1936, donde Ezcurra informa de que "teniendo precisión de ausentarme de esta plaza y en tanto dure mi ausencia, vengo a disponer: que en mi ausencia actual me sustituya con plena representación de las facultades que me han sido conferidas el capitán don Jaime del Burgo Torres".
Según ese hallazgo de Mikelarena, durante esos días en que del Burgo ocupó la jefatura de requetés se produjo en Navarra la mayor matanza de republicanos, conocida como la saca de Tafalla, donde 64 personas fueron fusiladas en La Tejería de Monreal el 21 de octubre de 1936. La jefatura de requetés se ubicaba en Escolapios, "donde había una cárcel privativa de los carlistas y se ubicaba dicho Tercio Móvil, la unidad represiva de los tradicionalistas", señala el historiador en el artículo por el que ahora le demandan (...)
+ 28/02/2021 BLOGS.PUBLICO.ES Francisco J. Leira-Castiñeira
Recientemente, el historiador Fernando Mikelarena ha sido denunciado por publicar, con base documental, que durante el periodo de tiempo en que estuvo en el poder uno de los jefes de los requetés de Navarra se produjo la mayor matanza y persecución de personas favorables al Frente Popular. La denuncia la realiza el nieto del jefe de los requetés, quien a su vez es hijo de un antiguo dirigente de Unión del Pueblo Navarro. Este despropósito se une al ocurrido hace unos años, cuando la Universidad de Alicante accedido a borrar dos artículos de Juan Antonio Ríos Carratalá porque citaba el nombre del alférez y secretario del juicio sumarísimo de guerra que condenó a muerte al poeta Miguel Hernández. Por si no fuese suficiente, hace relativamente pocas semanas, en Polonia, denunciaron y condenaron a dos historiadores, Barbara Engelking y Jan Grabowski, por afirmar, también con datos, la supuesta colaboración de un alcalde de un distrito de Varsovia durante la ocupación nazi. Otro ejemplo, ya más distante y sin ánimo de ser exhaustivo, es el caso del historiador Dionisio Pereira, que en 2007 tuvo que pasar el mal trago de ir a juicio por afirmar que los alcaldes de una localidad habían colaborado en el proceso represivo golpista de 1936. Todos estos ejemplos tienen dos puntos en común. En primer lugar, de alguna manera señalan la desprotección jurídica que padecemos los historiadores e historiadoras ante los descendientes de aquellos a quienes investigamos y, en segundo lugar, muestran el imposible deseo de estos «herederos» de que los investigadores expliquemos el pasado sin aludir a sus protagonistas, como acabo de intentar hacer ahora al citar los casos expuestos.
Hay que poner negro sobre blanco que, como señalaba en un tuit el catedrático de la Universidade de Santiago de Compostela, Lourenzo Fernández Prieto, «ni la honra ni la deshonra deben heredarse». La investigación histórica no tiene como meta manchar ningún nombre o reputación. Como expliqué en una tribuna, tampoco ninguno de estos familiares, que se ve acusado por los descubrimientos que han realizado estos estudiosos, debería sentirse avergonzado: las posibles faltas que cometieran nuestros antepasados ni nos hacen «culpables» de aquello que hicieran, ni deberían legitimarnos para ocultarlo en tanto que «herederos de su memoria». Ese sentimiento de herederos de la (des)honra, tal como comenté en una entrevista con Sebastiaan Faber de reciente publicación, es el problema principal que tenemos en tanto que sociedad: nos consideramos portadores políticos del pasado, cuando no debemos ser herederos incondicionales de ningún suceso histórico. Ni siquiera los que tienen que ver con nuestros familiares o personas cercanas.
En este sentido, se debería tomar nota de la honestidad de Julie Lindahl quien, investigando sobre la vida de su abuelo, descubrió lo que el resto de su familia había intentado ocultar durante años: que aquel hombre había sido un alto jerarca nazi. Incluso fue hasta Polonia a hablar con las víctimas de su abuelo y nos ha dejado por escrito todo este proceso y el resultado de su investigación en un magnífico libro titulado The Pendulum: A Granddaughter’s Search for Her Family’s Forbidden Nazi Past. Un ejemplo similar es el de Silvia Foti, quien comenzó a realizar una investigación sobre su abuelo, el general Storm, un supuesto héroe nacional lituano. Según avanzó en sus pesquisas, descubrió partes oscuras, como que colaboró con los nazis y ayudó a matar a judíos en la Segunda Guerra Mundial, algo que no dudó en dejar por escrito en un imprescindible libro The Nazi’s Granddaughter. No me puedo olvidar del libro de Martín Davidson El nazi perfecto. El descubrimiento del secreto de mi abuelo y del modo en que Hitler sedujo a una generación, cuyo título ya indica las líneas generales de su contenido. O como Géraldine Schwarz narra cómo sus abuelos compraron una fábrica a unos judíos a un precio irrisorio, una familia que luego fue asesinada en Auschwitz y su familia negó la reparación moral a los descendientes de los judíos asesinados, quedó relatado en la impactante Los amnésicos. Historia de una familia europea. Estas dos personas entendieron que los actos de sus antepasados no les hacían herederos de la deshonra y por ello fueron honestas con lo que hallaron en el desarrollo de su investigación (...)
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