HENRIQUE MARIÑO
Viajó en el siglo XIX por toda América y plasmó su experiencia en varios
libros, aunque también escribió poesía, novelas y artículos en prensa.
Emilia Serrano fue la primera. La primera, en muchos aspectos, pero el paso
del tiempo terminó relegándola en los anaqueles de la historia. No hubo antes
otra española que atravesase el continente americano de punta a punta, ni que
plasmase todas sus observaciones y vivencias en varias obras. Literatura de
viajes en la que combinaba la antropología con la historia, la geografía con la
actualidad, el diario personal con la reflexión intelectual. También, como afirma
Ana María Velasco, la primera persona que estudió "las cuestiones de género
e identidad en América" y que antologizó a los literatos de ultramar, entre los
que incluyó a veinte escritoras.
La primera, esta primera, no terminó siendo la última, pero han sido necesarias
demasiadas décadas para que su figura fuese reconocida. A veces, como
incansable viajera, aunque su perfil trasciende los límites de las fronteras
geográficas, pues su labor también abarcó la unión entre pueblos, el hermanamiento
iberoamericano y, sobre todo, un lavado en seco de todo lo que significaba el
Nuevo Mundo para quienes jamás habían salido del Viejo. Y en esa tarea,
digamos, pedagógica, puso énfasis en la figura femenina. Tarea, por cierto,
de ida y vuelta, pues en una de sus maletas llevaba su afrancesamiento a ultramar,
de donde regresaba cargada de experiencias de primera mano que sacudían los
tópicos europeos.
Emilia Serrano tuvo la gracia de ser de buena cuna, lo que no le resta mérito
alguno en un tiempo donde la mujer, también la de la alta sociedad, era más
objeto que sujeto. Nació en Granada, de padre notario, en el primer tercio del
siglo XIX. La fecha baila, aunque la catedrática Amelina Correa la fija en
1833 o 1834. Algunas otras cifras también varían en función de la fuente,
si bien es probable que Emilia realizase seis viajes a América, el primero en
1865, después de la muerte de su primer marido —el noble británico Henry
Wilson, con cuyo título y apellido firmaría algunas de sus obras: la baronesa
de Wilson— y de su hija, de solo cuatro años. Casi la misma edad a la que
sus padres la llevaron a París (...)
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