Por aclarar el título. Se denomina “analfabeto funcional” al individuo incapaz de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones habituales de la vida. O sea, sabe leer, escribir y sumar, pero no entiende lo que lee, casi no se entiende lo que él escribe y suma poco, resta mal y divide, con problemas, por una cifra.
Pues esto es lo que en un informe, estilo “PISA”, nos ha comunicado la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), que los españoles somos analfabetos funcionales, que somos los últimos en matemáticas de 23 países, y los penúltimos en comprensión lectora.
Debería haber sido tremendo y no lo ha sido. Debería de haber habido cientos de “mareas” protestando, exigiendo una rectificación, una compensación a nuestro amor propio herido, ultrajado, y no ha habido nada más que chistes, y plazas y cabezas vacías. ¿Dónde están esos patriotas, de bandera y melodía, que se rasgan las vestiduras defendiendo islote de Perejil? ¿En qué barra de bar están opinando?
Parece ser que a pocos nos ha dolido, pero prefiero reconfortarme en pensar que no por ser pocos se ha de perder la razón. O como se le atribuye a Mallarmé, hablando del escaso apoyo que suelen tener, al principio, los genios: ese público subraya con la presencia de su escasez la ausencia multitudinaria.
Llevamos al pie de 150 años de retraso en Educación. Desde que allá por 1876 un grupo de catedráticos, encabezados por Giner de los Ríos, Azcárate y Salmerón, sin olvidarnos de Bartolomé Cossio y otros tantos, fundaron la ILE, la Institución Libre de Enseñanza, para defender, entre otras cosas, la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o moral.
Permitidme un apunte “local”. Aquí, en León, tiene especial relevancia la Fundación Sierra-Pambley, que fue creada en 1887, y de la que hay que resaltar, sobre manera, a los hermanos y maestros Juan y Ventura Alvarado y su gran, y misteriosamente desconocida, labor en Villablino.
Pero volviendo al hilo central de este escrito. Hemos perdido, como país, todos los trenes que llevaban al futuro y, eso, se nota en la Educación. No olvidemos que estamos en la patria en la que los pobres, los esclavizados muertos de hambre, gritaron, cuando ellos mismos restauraron en el trono al rey que acababa de vender España a los franceses, “vivan las cadenas”. O más acá en el tiempo, hemos aplaudido y admirado a unos militares cuya consigna, ya metafórica, era “muera la inteligencia”.
En 1931 la constitución de la II República hablaba de gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, de un sistema de becas para facilitar a los económicamente necesitados el acceso a todos los grados de estudio. Hablaba de libertad de cátedra, laicidad, de maestros dignos y dignificados, etc., etc., pero la derecha, la misma derecha cruel y rancia de siempre, tumbó, borró con la sangre de cientos de miles de españoles (y la de miles de Brigadistas Internacionales) y con una dictadura sanguinaria y atroz (y aún impune) cualquier atisbo de mejora en la Educación.
No necesitan necesariamente analfabetos totales, Marx, el del pelo largo y barbas, lo resumió perfectamente en esta frase: el sistema capitalista no precisa de individuos cultivados, sólo de hombres formados en un terreno ultraespecífico que se ciñan al esquema productivo sin cuestionarlo"
Analfabetos funcionales, esto es lo que somos. Un Pueblo que ignora quién es el Quijote y que, para más dolor, exige su derecho a ser imbécil. Un Pueblo en el que un tipo como Wert puede ser ministro sin sonrojarse. Analfabetos funcionales, eso somos, pero no debemos olvidar que un pueblo así tiene poco de Pueblo y mucho de corral.
Hoy el ministro Wert ha presentado en el Congreso, presta al rodillo, su obra “culmen”, por no denominarla “detrito cerebral”, la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), una ley que nace para ideologizar la Escuela Pública y que prepara el terreno para que la Enseñanza Privada la fagocite en un futuro más bien cercano. Una ley que cuenta con el rechazo de profesores, alumnos y padres en toda España. Una ley que nace herida de muerte ya que varios partidos políticos, Izquierda Unida entre ellos, han advertido que la derogarán en cuanto la aritmética parlamentaria cambie.
Esa es la tarea, una de ellas, que hay que empezar a ganar desde mañana. La de instaurar la Educación Pública, universal, gratuita y de calidad. La Educación soñada por quienes fueron capaces de atisbar que “a una persona bien formada se la engaña peor”. Ni os imagináis el dolor que esa acción les conllevaría.