Todo esto me ha llevado a concluir que como fuerza revolucionaria
propiamente dicha, el anarquismo es altamente insuficiente (tanto en su
versión anarco-sindicalista, especifista, plataformista, e
individualista). Pero eso no significa que estaríamos mejor sin el
anarquismo… Por Danilo Castelli
http://kaosenlared.net/mi-opinion-sobre-el-anarquismo/ Publicado en: 28 Junio, 2017
El
anarquismo se llama así por la palabra anarquía. La anarquía no es la
falta de orden, sino la falta de autoridad. “La anarquía es la más alta
expresión del orden”, como dice uno de los eslóganes anarquistas más
conocidos, señalando que el orden puede ser voluntario y horizontal, no
solo impuesto desde un arriba.
El
anarquismo ha sido la expresión más radicalizada de la lucha libertaria
(o sea, por la libertad de las personas), porque promueve el
cuestionamiento de TODA autoridad y la crítica a todo lo que reproduzca
la autoridad, ya sea “desde arriba” (las autoridades instituidas y todas
las ideologías que la legitimen) o “desde abajo” (la actitud de
siervo/esclavo contento, la conformidad con ser mandado y la ambición
por mandar).
Este
es el punto más fuerte del anarquismo y de por sí solo hace que su
balance ante la historia sea positivo: la lucha de la humanidad por la
libertad está mejor con el anarquismo que sin él. En muchas ocasiones el
anarquismo ha sido la única corriente de pensamiento que se ha atrevido
a cuestionar instituciones sobre las que existe un amplio consenso
social, como el parlamento, las cárceles, los manicomios, la policía y
hasta la escuela. El anarquismo ha cuestionado la autoridad no solo en
el ámbito del Estado, sino en el de la sociedad civil (la familia, la
monogamia). No se ha limitado a cuestionar a los gobiernos de tal o cual
color político, sino al mismo Estado en sí.
Sin
embargo, opino que como teoría y práctica de una revolución social que
termine con el actual sistema de explotación y con toda forma de
opresión, el anarquismo tiene serias deficiencias que trataré de
sintetizar a continuación.
El idealismo
El
cuestionamiento total del status quo y la propuesta de una sociedad
libertaria ideal (anárquica) es la mayor fortaleza y a la vez la mayor
debilidad del anarquismo. La mayor fortaleza pues expone el
conservadurismo e incluso la hipocresía de las propuestas reformistas y
algunas de las revolucionarias. La mayor debilidad pues no se ocupa de
esclarecer con rigurosidad el conjunto de las condiciones históricas
para la transición entre la sociedad propuesta y la actual, ni el camino
desde el cuestionamiento total del status en principio quo a una praxis transformadora integral que pueda ejercerse en el día a día.
Al
no realizar estas tareas, su oposición a lo existente permanece
ideológica, su crítica del reformismo y de las propuestas
revolucionarias resulta abstracta, su propuesta práctica para el aquí y
ahora se resume a difundir y perseguir un ideal, y su idea general de la
transición entre la actual sociedad y la sociedad anárquica depende de
la esperanza en un único acto reivindicador -llámese revolución social,
insurrección o huelga general- donde los seres humanos decidan, como
despertándose de un sueño, libertarse de las cadenas de opresión de una
vez y para siempre.
El
proyecto de una sociedad anarquista se encuentra con justicia en la
cúspide de las aspiraciones humanas de libertad, igualdad y fraternidad,
y ciertamente ha servido para desnudar la mediocridad del reformismo y
de algunos proyectos (y resultados) revolucionarios. Pero eso no le ha
quitado razón a sus adversarios en la crítica de su idealismo.
La cuestión de la autonomía
Cuando
el anarquismo se proyecta de manera revolucionaria-social, declara que
su fin es una sociedad sin autoridad. Los anarquistas más lúcidos han
señalado que para que esto funcione es necesario un alto nivel de
autonomía individual y colectiva. Por lo tanto, el cuestionamiento a la
autoridad por sí solo no basta, e incluso si mañana la autoridad
desapareciera, eventualmente volvería a aparecer si la gente no
desarrolla su capacidad de vivir libremente. Entonces: cuanta más
autonomía, menos necesaria la autoridad y por lo tanto más cuestionable
la autoridad que pisotea esa autonomía existente y perjudica su
desarrollo ulterior.
Pero
los anarquistas más dogmáticos encuentran problemático admitir que la
autoridad pueda ser o haya podido ser necesaria, o que estratégicamente
convenga cuestionar a una autoridad más que otra, y por eso subestiman o
directamente ignoran la cuestión de la autonomía individual y
colectiva: solamente se enfocan en que la autoridad (toda autoridad, y
siempre) es mala y debe desaparecer/ser destruida.
El
anarquismo hace un fuerte énfasis en la autonomía colectiva pero dice
poco sobre cómo desarrollarla concretamente. Levanta por encima de todo
el ideal de la anarquía e instiga la rebeldía incondicional a cualquier
autoridad. Promueve la autoorganización, la horizontalidad (“ni
dirigentes ni dirigidos”), y la acción directa (o sea, sin
intermediarios). Pero esto es mantenerse aun en el reino de los
principios (porque siempre se puede preguntar “¿y cómo?”). Repetir una y
otra vez los principios no los desarrolla, los fosiliza.
Considero
que es en el terreno individual e interpersonal donde el anarquismo ha
avanzado más en la cuestión de la autonomía, y si fue así es porque tuvo
la apertura de integrar aportes externos al anarquismo que no tuvo en
el terreno de lo colectivo (al igual que la izquierda autoritaria de la
cual se delimita, solo hace algunas décadas que el anarquismo ha tomado
aportes del feminismo, el ecologismo, y la liberación animal/veganismo).
Sin embargo, a pesar de que los aportes del anarquismo individualista
siguen siendo útiles considerando el punto de partida (un mundo que nos
ofrece una supervivencia incierta o la certeza del vacío existencial),
están demasiado ligados filosóficamente al iluminismo burgués del siglo
XVIII, que consideraba a la ignorancia como el mayor obstáculo al
progreso de la humanidad. Los aportes que desde el anarquismo se han
hecho a la cuestión del amor libre -por elegir una- hoy nos sirven más
para aclarar teóricamente el problema que como soluciones prácticas.
Estos temas se han seguido elaborando, pero por fuera del anarquismo.
El estancamiento teórico
Desarrollar
la autonomía no es una cuestión voluntarista, implica un trabajo
cotidiano (sobre uno mismo y con los otros) que se da en ciertas
circunstancias históricas y donde los ideales y su difusión no bastan
sino que hay que pensar y discutir sobre principios, fines, medios,
eficacia, estrategia, táctica. Esto implica una capacidad de autocrítica
y sobre todo de autocorrección, no solo en lo práctico sino en lo
teórico. Pues bien, esto último no es lo que prima en el anarquismo.
En
el anarquismo prima un conformismo muy alto con las ideas y métodos
anarquistas, y esto atrae a gentes que creen que lo que basta para
transformar la sociedad es aprenderse los ideales revolucionarios y
difundirlos mediante la propaganda y el ejemplo. El esfuerzo intelectual
que se hizo para llegar de las ideas heredadas del “sentido común”
hasta el ideal anarquista, no se lo quiere hacer para ir del análisis de
la experiencia a la actualización de la teoría. Cuando se parte de la
creencia de que lo esencial ya ha sido pensado y que la acción debe
limitarse a ejecutar las ideas, se cae en actitudes y prácticas
sectarias: el principio y el final de toda acción ya no es la realidad
que se quiere transformar, sino la doctrina.
Esta
manera de proceder causa muchas frustraciones. Gran parte de las veces
esas frustraciones se resuelven tirando el niño junto al agua sucia: se
abandona al anarquismo y con él a todo cuestionamiento de la autoridad y
ansias de transformación personal y social. El resultado de esto son
aquellas personas que justifican su conformismo maduro con el idealismo
que tuvieron en su juventud.
El
concepto de praxis, realmente útil para articular las funciones de
percepción, pensamiento, y acción, es rechazado por su origen marxista.
Como también se da el caso de que la mayoría de los marxistas lo declama
pero no lo practica, el círculo cierra.
Deficiente comprensión del éxito de la opresión
Desde
el anarquismo (y afuera de él también) se sabe que la opresión no puede
mantenerse sin una cierta colaboración/conformidad de las personas
oprimidas. Muchas rebeliones no tienen como motivación buscar la
libertad, sino un amo “más justo”. ¿Pero por qué pasa esto?
La
aceptación de las autoridades instituidas y la reproducción de la
opresión por quienes la padecen se deben a cuestiones psico-sociales
complejas que deben abordarse concretamente, con un marco teórico que
tengan en cuenta las condiciones macro-históricas y cómo estas influyen
en los grupos humanos. Cuando no hay interés en profundizar la
investigación de este fenómeno, y ya se ha renunciado a justificarlo con
“es la naturaleza humana”, se tiende a pensar que la gente acepta el
status quo porque es “estúpida”, “cobarde”, “borrega”, y otros
calificativos que ponen a los anarquistas en un lugar elitista, por
encima del “ganado” (no es casual la simpatía de algunos anarquistas por
autores como Nietzsche).
La
raíz de todo esto es que el anarquismo nació en un contexto donde la
ciencia psicológica y sociológica no estaban desarrolladas, y era muy
fácil inclinarse hacia el iluminismo y el voluntarismo (el conocimiento
del ideal libertario bastaría para liberar las conciencias y el acicate
de la voluntad de rebelión bastaría para romper las cadenas). Hoy esto
es claramente insuficiente, y sin embargo el anarquismo no ha hecho
grandes progresos en su teoría de por qué la mayoría de los oprimidos
aceptan la opresión y la reproducen. Esta pregunta incómoda vuelve una y
otra vez en los ámbitos de discusión anarquista, y es señal de un
estancamiento teórico. Estancamiento teórico que es una de las
consecuencias del sectarismo descripto en el apartado anterior.
El indiferentismo político y las tácticas invariables
La
respuesta del anarquismo a este déficit ha sido conservar para sí un
terreno de teoría y práctica “coherentes” con sus principios (propaganda
del ideal, tratar de vivir de acuerdo a él, practicar y promover la
autoorganización, la autogestión y la horizontalidad) y abstenerse de
todo lo demás, ya que “todo lo demás” reproduce al sistema y legitima a
la autoridad. En ese “todo lo demás” suele entrar la política.
Esto
determina una actitud indiferente y neutral del anarquismo en gran
parte de los asuntos sociales y políticos que son de interés para la
mayoría de la población. También promueve una actitud de pereza
intelectual basada en poner en la misma bolsa a toda autoridad de
cualquier orientación política y en cualquier circunstancia, sin
distinguir ni las grandes diferencias entre ellas ni mucho menos los
matices. Esto lleva al indiferentismo político y a tácticas invariables
justificadas dogmáticamente de acuerdo a principios eternos.
El
indiferentismo político se resume en que “da lo mismo” izquierda y
derecha, democracia y dictadura. Es rigurosamente cierto que hay rasgos
comunes entre izquierda y derecha, y que la actual democracia es
parcialmente una dictadura. Pero es totalmente sectario decir que son lo
mismo o actuar como si así lo fueran. Esto ha ocasionado y todavía
ocasiona que el anarquismo no sea tomado en serio -y con razón- por
mucha gente interesada en política (e incluso en la gente interesada en
una política transformadora, revolucionaria).
En
cuanto a las tácticas invariables anarquistas, su ejemplo más palpable
es el abstencionismo electoral. Cuando hay elecciones, se promueve el no
votar o votar en blanco no porque se haya evaluado concretamente a los
distintos partidos políticos en competencia y se encontró que a la
población trabajadora le resulta lo mismo quien esté en el poder, sino
porque “votar es convalidar el sistema electoral y por lo tanto al
Estado”, entonces la actitud “coherente” es no votar o votar en blanco.
El énfasis no está puesto en conseguir un cambio en la realidad, sino en
ser coherente con una idea prefijada…
Esto
tiene un daño bastante mayor que el de quitarle algunos votos a la
izquierda: promueve la confusión entre la apatía y la rebeldía. Un
no-hacer que el sistema puede asimilar perfectamente es visto como un
acto subversivo. Los promotores del abstencionismo electoral (algunos de
ellos no son anarquistas) ven con entusiasmo el crecimiento de los
porcentajes de abstención y voto no-positivo como si señalara una
conciencia revolucionaria en ascenso, cuando existen países donde el
voto es opcional y los porcentajes de participación son mucho menores, y
sin embargo la estructura social y el régimen político no son más
cuestionados por ello.
Lo
que los políticos del sistema quieren es que la gente no participe en
política o participe de una manera funcional a sus intereses. Encuentran
aliados insospechados en los anarquistas contrarios a cualquier forma
de participación política…
El anti-marxismo
Como
el anarquismo ha surgido condicionado por el antagonismo personal y
político entre Marx y Bakunin en el seno de la Primera Internacional,
esto ha significado que uno de los artículos de fe de todo anarquista
sea el anti-marxismo. En la división -pertinente- entre socialismo
libertario y socialismo autoritario, Marx -y todo marxista- queda del
segundo lado por su enfrentamiento con el prócer Bakunin y por haberse
atrevido a criticar el anti-autoritarismo y la concepción anarquista de
la revolución social.
Consecuentemente,
este “pecado original” del comunismo marxista hace innecesario su
estudio -salvo como una forma de erudición para reforzar convicciones
previas- y la diferenciación entre el marxismo original y el de la
socialdemocracia, el del bolchevismo, el del stalinismo… Todo lo que sea
marxista es malo, y todo lo que tome algo del marxismo está sucio. El
aporte intelectual de Marx al estudio de la historia humana (conocido
como “concepción materialista de la historia” o “materialismo
histórico”) es o descartada junto con la parte “política” del marxismo o
aceptada a regañadientes porque la alternativa es el idealismo o
aceptar la historia oficial.
Sería
injusto no mencionar que los marxistas también han aportado lo suyo a
esta separación y que algunas de las críticas que se le han hecho al
marxismo desde el anarquismo son ciertas. Sin embargo, esto es
recíprocamente cierto también. Por ello los intentos de conciliar
marxismo y anarquismo, de rescatar lo que tienen en común, o incluso de
hacer una síntesis superadora de ambos, suelen ser vistos con
indiferencia o con hostilidad por la gente que se identifica con uno de
los dos bandos. Sin embargo, como en este texto hablo del anarquismo,
quiero resaltar que la tradición anti-marxista ha contribuido bastante
al estancamiento teórico del anarquismo y a una actitud mentalmente
autocomplaciente en gran parte de sus partidarios, lo cual los vuelve
refractarios a aportes intelectuales que no tengan el sello anarquista.
El autoritarismo velado en Bakunin y algunos de sus herederos
Bakunin
correctamente previó los peligros de una futura revolución dirigida por
intelectuales que resultase en una dictadura de los más sabios (o de
quienes se percibieran como tales). Lo que Bakunin no vio es que tanto
la praxis de la Alianza que él lideró como una revolución victoriosa
siguiendo ese modelo significaría una dictadura de los más
revolucionarios (o de quienes se percibieran como tales):
“…
si somos anarquistas, ¿con qué derecho y con qué método podemos
influenciar al pueblo? Si rechazamos todo poder ¿con qué poder, o mas
bien con qué fuerza, dirigiremos la revolución popular? Una fuerza
invisible -no reconocida por nadie, no impuesta por nadie- a través de
la cual la dictadura colectiva de nuestra organización será más
poderosa, y lo será más en tanto más invisible e irreconocida sea, o en
tanto más permanezca fuera de la legalidad oficial.” (Carta de Bakunin a Talandier sobre Nechaev)
Este
autoritarismo anti-autoritario fue llevado a nuevos extremos más tarde
con La Plataforma, donde se propuso la creación de un partido anarquista
(llamado de otra manera) para maximizar la eficiencia de las acciones
anarquistas. Este documento/propuesta, escrito luego de la represión a
los anarquistas en la revolución rusa, hace referencia numerosas veces a
los bolcheviques y no solo para condenarlos por su dictadura, sino para
utilizarlos como argumento a favor del partido anarquista en nombre de
la eficacia organizativa.
“A
pesar de que en los movimientos sociales las masas viven profundamente
con las tendencias y los esloganes anarquistas, éstos, no obstante, se
dispersan, no están coordinados con un sistema previo y, por lo tanto,
no tienen la fuerza de una dirección ideológica organizada, que es
imprescindible para guardar en la revolución social la orientación y los
objetivos anarquistas. Esta fuerza ideológica directora sólo puede ser
obra de un colectivo especialmente creado por las masas. Los elementos
anarquistas organizados y la Unión General constituyen este colectivo.” (Plataforma organizativa por una Unión General de Anarquistas)
Las
actuales organizaciones que se reivindican “plataformistas” enfatizan
aun más el aspecto partidario y terminan convirtiéndose en agrupaciones
cuyas principales diferencias con las agrupaciones de izquierda son
ideológicas más que prácticas.
España: la mayor prueba histórica del anarquismo
El
desempeño del anarquismo en la revolución/guerra civil española ha
demostrado el límite de lo que este movimiento puede aportar a una
revolución contra el capitalismo. Allí se pagó cara la inexperiencia
política legada por la tradición de indiferentismo político de las
décadas anteriores. Cuando los dirigentes anarquistas se vieron
obligados a ocupar puestos políticos luego de la insurrección del 36
(especialmente en Cataluña), las abstracciones idealistas del comunismo
libertario de la época pre-revolucionaria se revelaron altamente
insuficientes para la política del día a día. La falta de formación en
una política con independencia de clase lamentablemente contribuyó a que
los dirigentes anarquistas fueran influenciados por los políticos
republicanos y del PC. El resultado fue una política anarquista donde,
en nombre de los más altos ideales, se llevaba adelante una realpolitik
totalmente funcional al stalinismo y a la burguesía. El POUM, con sus
limitaciones, intentó aconsejar a la dirigencia de la CNT-FAI para que
abandonara el seguidismo a estos sectores y llevara adelante una
política revolucionaria independiente. Fracasó y, cuando fue el primer
blanco del terror stalinista, la CNT lo vio como un conflicto entre
marxistas en el cual los anarquistas no debían meterse…
Desde
el anarquismo se han hecho críticas correctas a los bolcheviques como
verdugos de la revolución obrera y campesina en Rusia y como
preparadores de la dictadura stalinista, pero en cuanto a la
revolución/guerra civil española la actitud anarquista suele ser echar
culpas a todos los otros partidos (republicanos, socialdemócratas,
marxistas -en los cuales se puso en la misma bolsa al PC y al POUM, al
verdugo y a la víctima) y adjudicar el fracaso a los “errores humanos”
en la aplicación de “la Idea”.
Esto
es así porque no es posible sacar conclusiones radicales de la
experiencia anarquista desde el anarquismo. Solo es posible hacerlo
dando un paso atrás que implique mantener el compromiso con el proyecto
revolucionario anti-capitalista pero viendo al anarquismo como una más
-no la única ni la mejor- de las corrientes revolucionarias. Si se hace
esto, uno reconoce que puede haber ocasiones donde hay que elegir entre
mantener un credo revolucionario o actuar de forma revolucionaria.
Conclusión
Todo
esto me ha llevado a concluir que como fuerza revolucionaria
propiamente dicha, el anarquismo es altamente insuficiente (tanto en su
versión anarco-sindicalista, especifista, plataformista, e
individualista). Pero eso no significa que estaríamos mejor sin el
anarquismo. Lo considero una fase necesaria y muy útil en el desarrollo
del pensamiento y la acción revolucionarias. No hay que ignorar o
abandonar al anarquismo, simplemente tomar de él lo que nos sirva y
descartar el resto.
Lo
que yo tomo del anarquismo son algunos principios para la acción
política y para la ética. Los principios políticos son los del
socialismo libertario, la autoorganización, la autogestión, la acción
directa, y la horizontalidad. El primero de estos principios es
programático y determina el grueso del proyecto revolucionario:
“libertad sin socialismo es injusticia y privilegio, socialismo sin
libertad es brutalidad y explotación” (Bakunin). Los últimos cuatro son
de acción política y determinan el grueso de la praxis transformadora
que busca realizar ese proyecto revolucionario partiendo del mundo
actual. En algunas acciones esos cuatro principios son condición
irrenunciable, en otras son horizontes hacia los cuales caminar. Para
saber la diferencia, hay que analizar concretamente la situación
concreta.
En
cuanto a los principios éticos que tomo, son estos: mi libertad no
termina donde empieza la del otro, continúa y se complementa con la del
otro (también Bakunin); toda autoridad es cuestionable -incluso la mía;
ser libre implica no ser esclavo ni ser amo; yo no puedo liberarme solo
ni puedo liberar a otros, solo podemos liberarnos en comunión.
https://medium.com/@danilocastelli/mi-opini%C3%B3n-sobre-el-anarquismo-5bdcd8cf1ca6
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OTRA COSA:
Queridos padres del mundo: no les metáis mierda en la cabeza a vuestros hijos, de Javier Nix Calderón