jueves, 31 de marzo de 2022

Alejandro Torrús: "La fuga de presos del Fuerte San Cristóbal sucedió en 1938, pero todavía es presente"

 PUBLICO.ES  18/2/22

El 22 de mayo de 1938, 795 presos escapaban del penal del Fuerte de San Cristóbal, en Navarra. Entre sus muros, se amontonaban 2.500 hombres, entre los cuales había presos políticos y prisioneros de guerra. Un pasaje histórico formidable que supuso un fuerte impacto para las autoridades franquistas. El periodista y especialista en memoria democrática, Alejandro Torrús (Elche, 1987) lo narra a la perfección en el libro La gran evasión española (SineQuanon, 2022). Torrús, que actualmente es el jefe de Opinión de este periódico, combina el rigor histórico con un estilo dinámico y directo para acercar la historia de aquellas personas que la historia ha tratado de ocultarlas en el olvido. Tan solo tres de los fugados consiguieron llegar a Francia. Muchas historias, por lo tanto, que merece la pena rescatar.


La fuga del penal del Fuerte de San Cristóbal es un episodio fascinante de la Guerra Civil española. ¿Por qué escribir sobre este y no otro?


Esta es una historia que empecé a trabajar en 2013 con las noticias de las primeras exhumaciones alrededor del Fuerte San Cristóbal, ahí es cuando fui conociendo la magnitud de la fuga. Ya tenemos una película muy famosa, que es La Gran Evasión, que ocurre en la Segunda Guerra Mundial. Prisioneros británicos y estadounidenses huyendo de las autoridades nazis, una película que marcó una generación, que es muy conocida, que está muy bien contada. Pero al conocer esta historia, empiezas a plantearte por qué nosotros no estamos contando nuestra historia, la historia de los héroes de la Guerra Civil española.


Y entonces, a partir de ahí, investigando, te das cuenta de la magnitud: estamos hablando de una prisión con más de 2400 presos, de los que 795 deciden escaparse. Una cantidad terrible de hombres, de personas que prefieren poner su vida en riesgo, a sabiendas de que era muy complicado llegar a un final feliz, a continuar sufriendo los malos tratos y vejaciones de las autoridades franquistas. Me parecía que había mucho que contar, muchas vidas que recuperar y muchas historias de vida que narrar.


Cuando hablamos de 795 personas, el dato solo puede tapar la vida humana que hay detrás. Entonces, el reto era mostrar que esas795 personas tenían una historia detrás, una familia, unas aspiraciones de vida y que ninguno de ellos, en ningún momento, pensó que por hacer activismo político podía acabar en un penal, en una prisión, sufriendo aquellas condiciones de vida. El objetivo era hacer un libro con historias de vidas y ponerlas en común en un mismo relato (...)

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OTRA COSA:   La luna y el sol en el horizonte. Estrecho de Magallanes, 24/1/2022  

Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria, de Milan Kundera

 Gaston GomezFilosofía y Ser  22/2/22


"Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Destruyen tus libros, tu cultura, tu historia. Y alguien más escribe otros libros, les da otra cultura, inventa otra historia; después de eso, la gente comienza a olvidar lentamente lo que son y lo que fueron. Y el mundo que te rodea se olvida aún más rápido".

Todo el capitañ de nuestros banqueros, comerciantes, fabricantes y grandes terratenientes no es más que el trabajo acumulado no remunerado de la clase trabajadora. Friedrich Engels

Alberto Camporá   28/1/22




Ateísmo y política para tontos, de Fernando García Ortega

 LAICISMO.ORG

Observatorio del Laicismo  11/2/22   desde Las 2 Orillas


Siempre ha existido una misteriosa alianza de los representantes 

divinos y la clase dominante. ¿Por qué optar por un Estado 

verdaderamente laico?

Por: fernando garcía ortega febrero 09, 2022












Acepto solo la percepción como fuente de conocimiento, 
así que no puedo creer en dios alguno. Nadie lo ha visto 
ni podrá verlo en el futuro. Es producto de la imaginación 
de individuos astutos, autoproclamados como sus representantes 
en la Tierra, quienes lo inventaron para ganarse la vida 
arbitrando mentiras e intimidando a la gente hasta que se 
sometieran, temiendo que Dios los castigaría si no cumplían 
con normas convenientemente fabricadas y acomodadas.

No hay cielo, ni infierno, ni dioses, ni leyes eclesiásticas 

objetivas. Las únicas normas que obligan en verdad son 

las leyes del Estado, cuya obediencia trae recompensas 

y desacatarlas, castigo. Punto final.

El cielo es terrenal; es el placer que uno tiene al comer, 

beber, divertirse, cantar, tener sexo, que no solo debe ser 

con fines reproductivos. Y el infierno es el dolor que se 

experimenta al no poder disfrutar todas las cosas placenteras 

de la vida. Es una solemne estupidez cohibirse del goce en 

pro de obtener la salvación eterna, en un futuro inexistente; 

si con la muerte todo cesa y simplemente nuestro cuerpo 

se transforma en abono si nos entierran o en vapores de agua 

y cenizas si nos creman. No hay posibilidad de vivir al lado de 

un redentor inexistente.

Las diferencias de clase social y sus deberes distintivos son 

establecidos de manera engañosa por las élites interesadas. 

No hay leyes éticas equitativas, por lo que algunos privilegiados 

con posición y fortuna pueden hacer lo que quieran, mientras 

los vasallos, que aún existen por millones, siempre deben 

cuidarse de que sus acciones no traigan como resultado el dolor ajeno.

Siempre ha existido una misteriosa alianza de los representantes 

divinos y la clase dominante, pues en el fondo ninguno de los 

dos grupos cree en lo que predican. Instruyen a la plebe para 

hacer ofrendas en este mundo, que sacien ávidos intereses 

monetarios. Y en reciprocité ofrecen indulgencias y maravillas 

en un cielo mítico. Los creyentes e ingenuos fieles nunca saciarán 

su hambre y sed de justicia, que siempre se les negó durante 

70 u 80 años de existencia.

Pero es la promesa falsa de que tanto sufrimiento terrenal, es un 

instante comparado con el gozo perenne, a la diestra de un padre 

benefactor y bondadoso. Ese es el manido cuento desde hace dos 

mil años en la iglesia católica.

Lo mismo sucede (con algunas variaciones leves en cuanto a los 

ofrecimientos) en cualquiera de las otras religiones monoteístas. 

Alá, por ejemplo, promete 70.000 vírgenes a todo aquel que se 

forre en dinamita y se inmole explotándose en una embajada 

gringa para acabar con los “infieles”. ¡Y los judíos aún esperan la 

llegada de su mesías, todos los sábados arrodillados e implorando 

al sordo muro de los lamentos! Y creen que llegará con misiles, 

bombas y muchos diamantes, en vez de las habilidades del 

carpintero aquel…

No hay alma que deje cuerpo alguno ni después de la muerte se 

va a otro mundo. La vida del ser humano pertenece solo a este 

planeta y termina aquí. Por lo tanto, debemos tratar de sacar 

lo mejor de esta vida, sin creer en tantas patrañas que predica 

la religión, apropiadas para tontos y pícaros. Nunca se debería 

confiar en sacerdotes, imanes, prelados, obispos, priores, salvo 

contadísimas excepciones y debemos hacer todo lo posible para 

aumentar el placer y evitarnos el dolor.

Los placeres están asociados a las bellas artes, así que debemos 

cultivarlas. Por supuesto, el placer no es posible en ausencia de 

riqueza. Con dinero puede obtenerse a manos llenas. ¿Quién puede 

gozar con el estómago vacío? ¿Con qué ganas podría una mujer 

tener un acto sexual si ha pasado tres días huyendo, pues a su 

marido y dos niños los asesinaron en una masacre?

¿Pero, se puede hacer cualquier cosa —estafar, pedir prestado 

y no pagar, robar o asesinar— para acumular poder, riqueza y placer? 

No, las leyes lo impiden y castigan a quien las desobedece. Aún 

siendo suficientemente inteligentes como para burlarlas, el delito 

es injustificado.

Se deben cumplir las normas de ley y evitar el castigo. Porque en 

la antigüedad la justicia era muy parcializada. Los reyes, que tenían 

el poder sobre las leyes del Estado, hacían lo que querían: cualquier 

cosa para aumentar su riqueza, poder, placer y dominio. Confiaban 

en la ignorancia de la gleba y el designio divino. Por fortuna los reyes 

ya son reliquias del pasado y los dioses van de bajada.

En menos de 20 años, la religión habrá desaparecido en 20 países 

de Europa. Desgraciadamente, todavía existen ciertas castas políticas 

en estos países subdesarrollados, como el nuestro, que vienen 

usufructuando —como los reyes— la candidez de pueblos cautivados 

y atemorizados con las llamas del infierno y promesas de un goce 

divino en la eternidad futura.

Son los pobres, domesticados con la magia de las religiones, que 

se mueren en la ignominia, confiados en que dios proveerá, que 

haga su santa voluntad y obre por caminos inescrutables, misteriosos

 e insondables…

Por eso le temen a los cambios, a la democracia, al Estado laico, 

a la equidad de género, a la educación universitaria gratuita y 

de calidad; a la erradicación del analfabetismo, de la desnutrición 

y al fomento del pensamiento crítico, de la justicia igualitaria. 

No solo para el desposeído, como viene sucediendo tristemente 

en nuestro país (no somos los únicos, si eso les consuela).

Es hora de que las cosas cambien. No más racismo ni homofobia;

a fue suficiente el sufrimiento, el crimen, la sangre derramada 

y la mezquindad de un presidente que despreció la paz del 

gobierno de Santos y en vez de cimentarla, arreció la guerra infame.

El futuro se puede mejorar si empezamos a erradicar vicios y mitos 

de nuestra existencia; hay que aprovechar las circunstancias 

inigualables, después del gobierno más oprobioso, nefasto y mediocre 

de nuestra historia como república dizque independiente…

miércoles, 30 de marzo de 2022

Grado (Asturias), 1940. Los falangistas “PASEARON”, y arrojaron a una fosa a SANCHO ÁLVAREZ ALONSO. Sigue desaparecido

Ricardo Glerar      


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Se llevaron a Sancho a Grado en abril de 1940. Lo encerraron en
una prisión de odio y de muerte. Un día fuimos a llevarle una manta,
porque hacía mucho frío”. Pero Sancho nunca pudo recibir la manta
de su hermana Teresa. “Desde unos ventanucos que daban al sótano
escuchamos a otros prisioneros que decían: ‘A Sancho le han dado
el paseo’. Nunca le volvimos a ver, Sancho sigue desaparecido" wp.me/p7ZWPl-4xZ
Teresa Álvarez Alonso nació en Asturias en 1921. En 1936 tenía 15 años, cuando el levantamiento de los perjuros y el inicio de la Guerra Civil. Su abuelo paterno, su padre y los 2 hermanos mayores de Teresa fueron represaliados por el régimen franquista en la pequeña localidad asturiana de Bayo (Concejo de Grado). “El mismo día que terminó la guerra, el 1 de abril de 1939, el coronel Antonio Uría, de la fábrica de armas de La Vega, en Oviedo, vino con una columna gallega a por mi padre, y a por mis hermanos José y Sancho”.

El abuelo, Evaristo Álvarez Iglesias, con 77 años, había sido juzgado en consejo de guerra el 4 de noviembre de 1938, inmediatamente tras la toma de Asturias por las tropas traidoras de Franco, y condenado a la isla de San Simón, en Redondela (Pontevedra), de donde nunca volvería. Algunos dijeron que murió famélico en prisión y que sus restos los tiraron al mar. Otros dicen que sí, que murió de hambre, pero que está enterrado de forma anónima en Vigo.

Los hechos fueron dramáticos. En 1940 su padre, Francisco Álvarez Miranda, fue encarcelado y torturado. “A mi padre, Francisco, le torturaron en el hórreo: le metieron varillas de paraguas en los oídos y le dejaron sordo. Luego, a él, y a mi hermano José, les llevaron primero a Grado para interrogarles; después, a la cárcel de Algodonera, en Gijón, y finalmente, a la prisión de San Marcos, en León, donde les torturaron a ambos”. Su hermano José Álvarez Alonso fue enviado a un batallón disciplinario de trabajadores franquista en Barcelona.

Querían llevarse también a su otro hermano, Sancho, pero no lo encontraron porque no había regresado aún del trabajo. Se lo llevaron al día siguiente, el 2 de abril de 1940. “A mi hermano Sancho se lo llevaron a Grado y lo encerraron en la casa de un indiano que habían reconvertido en prisión de odio y de muerte. Un día fuimos a llevarle una manta, porque hacía mucho frío”. Pero Sancho nunca pudo recibir la manta de su hermana Teresa. “Desde unos ventanucos que daban al sótano escuchamos a otros prisioneros que decían: ‘A Sancho le han dado el paseo’. Nunca le volvimos a ver”. Los ‘paseos’ falangistas acababan siempre frente a una tapia, y los ‘paseados’, en una fosa sin identificar en los caminos.