Irene Zugasti 20/11/2023
El rearme reaccionario va a ser tremendo, y el antifascismo –el de verdad, el que se lleva las hostias, las denuncias y la precariedad a su casa– será, como siempre, el primer dique de contención y el único fiable
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Manifestación durante las Jornadas Antifascistas celebradas este mes en Madrid. / Álvaro Minguito
Bestias, payasos y equilibristas: Ferraz o el circo de tres ...
Yo también me he pasado estos días a echar un vistazo por Ferraz. Y seguro que muchas habéis tenido la misma idea. No se trataba de vocación periodística ni de ganas de ser testigo, como diría Estefania Molina, de la Historia de España, ni mucho menos. Surgió como exótico entretenimiento de domingo para una amiga que me visitaba desde Barcelona y merecía una full experience madrileña.
Tampoco había tanto que ver allí, salvo el desfile de bestias y payasos habituales. Y es que en este circo de tres pistas, la primera, Ferraz, ha dejado de tener gracia hace bastantes días, de hecho, casi desde el primero. Observar esa mezcla de fauna y flora jugando a ser la caricatura de sí mismos ha pillado a muchos sin conocer su propio país: si hubieran escuchado antes a los y las antifascistas sabrían que las bestias, como el dinosaurio, siempre y todavía han estado aquí. Están cada 20N haciendo su función Cuelgamuros, y puedes encontrarlos en la previa al partido pululando cerquita del Bernabéu y el Metropolitano. Son los que terminan las bodas y monterías mamados y cantando el Cara al sol, o los que aprobaron las oposiciones a Municipal en Madrid y escribían “Heil Hitler” y “el fascismo es alegría” en el grupo de whatsapp de los compañeros de comisaría. Un caso que, por cierto, fue archivado por la justicia y el Ayuntamiento de Madrid. También son esas pititas tontainas que aspiran a codearse con María Pombo y Victoria Federica mientras se graban bailando el himno nacional en TikTok y las señoronas que acuden a Ferraz con el astracán y las zapatillas de la clase de pilates que después les limpiará su mucama filipina.
También podéis encontrarles, puntuales cada inicio del curso, gritando desde las ventanas del Colegio Mayor Elías Ahúja, y ayer mismo, por la mañana, estaban rebuscando entre su propia y carísima basura en eso que las viejas derechosas llaman el Rastrillo Nuevo Futuro, un acto de beneficencia patrocinado, cómo no, por la alcaldía de Madrid. Últimamente algunos han dejado la madriguera youtuber y se prodigan también por la prensa y la tele, y hasta se suben a la Nave del Misterio. Aunque, para versiones más lumpen, aún quedan por allí los escombros de productos como el Hogar Social Madrid, neonazis chandaleros de alta cuna y de baja cama que intentaron capitalizar la crisis repartiendo bocadillos “sólo para españoles” por los barrios de Madrid. Acabaron felizmente expulsados de casi todos ellos, limitando su beneficencia a cocinar un par de sandwiches para exlegionarios desdentados. Y, si todavía no les ubicáis, recordemos que estuvieron también apostados durante meses en Galapagar, frente a la casa de Montero e Iglesias, o delante de la vivienda de Mónica Oltra agitando banderas de España 2000. Los más espabilados, sin embargo, se codean con otra derecha extrema y dura, la de Little Caracas, que tiene más capital riesgo y más gracia que los carcamales locales, qué duda cabe.
Lo dicho, que no hacía falta concentrarles a todos en Ferraz ni hacerles la cobertura mediática y opinadora propia de un “momento histórico” de esos de Molina. Pero no habría función sin payasos ni fieras, y eso nos lleva a la segunda de las pistas, la de los medios de comunicación. El inusitado interés por cubrir estas protestas con directos eternos en el 24 horas de TVE, horas y horas de debate en La Sexta –y hasta “El Intermedio” de Wyoming emitiendo directos con periodistas pertrechados como si estuvieran en Sarajevo 1992– ha convertido a los payasos en lucrativos “memes” y ha dado oxígeno a las bestias, deseosas de salir en pantalla, jugando cada día a ser más grotescas para disfrute de todos, amigos y enemigos: hasta Ok Diario ha sacado un pingüe beneficio de estos días, optimizando en redes sociales sus vídeos como si de un catálogo de freak show se tratase, un circo de engendros del que nadie piensa ahora responsabilizarse.
Si alguien cree que la mejor forma de exponer al fascismo, a los ultras y a los radicales es darles horas de pantalla, reírles las gracias o usarlos como epítome de un villano extremo y caricaturizado, sepa que hace un flaco favor a las democracias. Al fascismo se le combate con denuncia, sí, pero no así. ¿Estarán también los medios cubriendo por tierra, mar y aire la próxima vez que alguno de estos elementos le pegue una paliza a una pareja de bolleras o acose un centro social y persiga a sus activistas? ¿Denunciarán en sus canales cada atropello a la Memoria Democrática y a sus víctimas? ¿Se quedarán a grabar la violencia policial que sucede al final de las manis o dentro de los furgones, donde nadie mira? ¿Apostarán las cámaras en las puertas de los juzgados cuando las antifascistas tengan que tragarse una nueva multa gracias a la Ley Mordaza? ¿Van a señalar en algún programa de investigación los nombres y estructuras de quienes ejercen la violencia política digital en redes, foros y agujeros de la “manosfera” contra las feministas? ¿Quedarán atentos los medios a qué apellidos se licencian en la próxima promoción de ICADE o en los nombramientos del BOE, cuando las niñas y niños con abrigos Helly Hansen se aburran de Ferraz y vuelvan al cole, se gradúen y hereden la butaca del consejo de administración de su padre, los contratos públicos, las fundaciones, el escaño del partido?