Tarik Cyril Amar 6/11/2023
Existe una manera profundamente perversa en la que los alemanes utilizan a los palestinos para sentirse mejor respecto a la culpa de sus propios padres, abuelos y de la nación en su conjunto
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Entrada principal del Bundestag alemán (Berlín). / Jorge Royán
Tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, la actual respuesta israelí, consistente en el castigo colectivo de los palestinos de Gaza y Cisjordania en un intento genocida de completar su limpieza étnica, se ha convertido en una prueba intelectual y, sobre todo, ética para el resto del mundo.
País por país, vemos cómo toman forma y chocan diferentes reacciones; y dentro de los países también difieren. En general, van desde, en un extremo del espectro, el apoyo incondicional de facto a Israel, incluso mientras comete crímenes de guerra masivos y crímenes contra la humanidad bajo la amplia luz mediática mundial, hasta, en el otro extremo, el apoyo a los palestinos y su lucha, incluido Hamás y todos sus métodos.
Encontramos respuestas alentadoras, como las posiciones explícitas contra el ataque de Israel adoptadas por los presidentes de Colombia y Turquía, así como reacciones que pasarán a la infamia, como la del presidente de Estados Unidos o la engreída jefa de la función pública de la UE, Ursula von der Leyen, que no se cansa de respaldar a Israel pase lo que pase y de encubrir así sus crímenes.
En cuanto a las reacciones de los medios de comunicación y de la opinión pública, los medios tradicionales occidentales han fracasado en gran medida a la hora de ser objetivos, favoreciendo en cambio las reivindicaciones y narrativas israelíes. A menudo contribuyen a promover la deshumanización israelí de los palestinos, que es un elemento de genocidio de manual. Las redes sociales están sujetas a la manipulación y la censura proisraelíes, pero siguen ofreciendo una imagen más compleja, gracias a los usuarios que se niegan a acatarlas. Las opiniones públicas de todo el mundo se movilizan mucho más por los palestinos que por Israel, lo que es un signo alentador de que sus gobiernos y medios de comunicación no son (todavía) capaces de erradicar la cordura moral.
Y luego está Alemania… Allí la respuesta de la élite política y de los medios de comunicación ha sido abrumadoramente proisraelí, en el sentido específico de que, la mayoría de las veces, las políticas, motivaciones y acciones militares israelíes se embellecen masivamente y cualquier crítica de los crímenes israelíes o incluso el cuestionamiento de las narrativas israelíes son muy mal recibidas y pueden conducir rápidamente al ostracismo, a menudo bajo la acusación libremente mal aplicada de antisemitismo.
Alemania es, por supuesto, una nación con un historial de genocidios: primero en África (un hecho que sólo recientemente ha vuelto a la memoria, con mucho esfuerzo doloroso) y después, en Europa (sobre todo), cuando los alemanes iniciaron y llevaron a cabo (con bastantes ayudantes no alemanes) lo que se ha convertido, en la cultura de la memoria global o al menos occidental, en el genocidio paradigmático, a saber, el Holocausto, el asesinato en masa de 6 millones de judíos.
Resulta tentador referirse a esta historia para explicar la unilateralidad neuróticamente insistente de la respuesta general alemana a la masacre y expulsión de las víctimas palestinas a manos de los perpetradores israelíes. Después de todo, el canciller alemán Olaf Scholz hizo referencia explícita al Holocausto cuando definió el lugar de Alemania como “sólo al lado de Israel”, como si la idea de que un canciller alemán pudiera o debiera ponerse también del lado de las víctimas de Israel –no menos humanas, no menos vulnerables– fuera evidentemente absurda: la vieja y mala Nibelungentreue alemana, una lealtad que se declara tan absoluta que convenientemente anula la responsabilidad moral, puede adoptar muchas formas.
Y, hasta cierto punto, esta explicación es correcta. Incluso si muchos alemanes reaccionan con una actitud defensiva reveladora y una gran agresividad ante esta observación, es cierto: existe una manera profundamente perversa en la que los alemanes utilizan a los palestinos para sentirse mejor respecto a la culpa de sus propios padres, abuelos y de su nación en su conjunto, una especie de colonialismo desplazador de la gestión de la memoria.
En un acto de horrible sobrecompensación, parecen sentir que esa carga real (y merecida) se aligera –la carga de haber cometido no cualquier genocidio, sino el genocidio– poniéndose del lado de los descendientes de las víctimas o, al menos, del Estado y el ejército que dicen actuar en su nombre, incluso, quizá especialmente, cuando esos descendientes o ese Estado y su ejército cometen ellos mismos crímenes horrendos, incluida la limpieza étnica y el genocidio, contra otro grupo de víctimas.
En este sentido perturbador y repugnante, abandonar a los palestinos a su suerte e incluso exigir empeorarla recortando la ayuda puramente humanitaria, que Alemania les presta desde hace tiempo –como los alemanes hacen ahora a menudo–, es el resultado y el síntoma de que el proyecto nacional (y, absurdamente, el orgullo, seamos sinceros) de “reconciliarse con el pasado” ha salido horrible y vergonzosamente mal. Queridos compatriotas alemanes: Nuestra Vergangenheitsbewältigung [hacer frente al pasado] ha fracasado. Cualquier palestino podría decírselo. Si alguna vez tuvieran el valor y la decencia de preguntarles.
Sin embargo, esta no es toda la historia que se esconde tras la actual muestra de torpeza moral de Alemania. También hay una sorprendente pereza intelectual. Muchas declaraciones de políticos, profesionales de los medios de comunicación y “expertos” alemanes delatan una vergonzosa falta de familiaridad elemental con los hechos. De nuevo, con el canciller a la cabeza: la declaración de Scholz en una reunión de la UE de que “Israel es un Estado democrático con principios muy humanitarios… Y, por lo tanto, pueden estar seguros de que el ejército israelí… seguirá las normas que se derivan del derecho internacional” es delirante por su total distanciamiento de la realidad empírica y del registro histórico. Delirante o totalmente cínico.
Pero la pereza intelectual crece allí donde los perezosos creen que pueden permitírselo. Detrás de esta complacencia hay dos factores adicionales: el continuo intento alemán (es decir, preponderantemente, étnicamente alemán) de aceptar o rechazar la presencia de una minoría musulmana grande y creciente, y una búsqueda igualmente inacabada y a menudo llena de angustia ante la imposibilidad de aclarar quién y qué pertenece a la Alemania contemporánea y quién y qué no. Llámese identidad, si se quiere.
Estos dos complejos interactúan: los cerca de 5,5 millones de musulmanes que viven actualmente en Alemania son el elemento más importante contra el que no sólo la extrema derecha alemana, sino también la corriente dominante (étnicamente) alemana, definen un sentido de la propia germanidad “euroblanca”. Y, no se hagan ilusiones, se trata de un sentido inherentemente racista en todo el espectro político, que asigna a los musulmanes, creyentes o no, el papel del “Otro” cultural en el peor sentido del término: inferiores, atrasados y eternamente necesitados de ponerse al día y, lo que es más importante, de demostrar que se han puesto al día.
Este es el mensaje implícito, pero estruendoso, que transmite una reciente campaña del principal periódico sensacionalista alemán, Bild. Desgraciadamente muy popular y políticamente influyente, Bild acaba de publicar lo que llama un “manifiesto”. El manifiesto, un incoherente torrente de inconsciencia pequeñoburguesa de 50 puntos, no menciona directamente a los musulmanes de Alemania, pero son su objetivo. Bajo el titular “¡Alemania, tenemos un problema!” (un calco de una película de Hollywood, por supuesto), Bild establece la ley de cómo ser bienvenido –o tolerado– en Alemania, es decir, “nuestro país”, caracterizado, con lo que debe ser la tradicional modestia alemana, como “maravilloso y acogedor”.
Los puntos individuales del discurso van de lo trivial (respetar la ley y la Constitución) a lo cómicamente pedante o estúpidamente chovinista (decir “por favor” y “gracias” o ser “civilizado en las redes sociales” o “aquí comemos cerdo”) y no merecen un análisis detallado. Lo esencial está muy claro. Muchos de los 50 puntos están diseñados para hablar no de cómo viven y se comportan realmente los musulmanes alemanes, sino de los estereotipos (étnicos) que a los alemanes les encanta tener sobre ellos, incluyendo, de forma destacada, la acusación de antisemitismo.
La ironía histórica es tan gruesa que debe ser humor alemán: el periódico más influyente y demagógico de una Alemania que una vez excluyó y luego masacró a los judíos con un antisemitismo no igualado en su implacable ferocidad y letalidad por ningún otro país (ya sea musulmán o, digamos, cristiano ortodoxo), ahora dirige el reproche de ser antisemita contra otro grupo más marginal, los musulmanes. A la orden del día: ¡Projektion, jawohl!
Esto es totalmente sintomático: una de las formas, quizás la más importante e hipócrita, en que los musulmanes de Alemania se enfrentan ahora al reto de demostrar su viabilidad y asegurar su precario lugar en términos (étnicamente) alemanes es que deben profesar la posición precisamente “correcta” sobre Israel y, en particular, sobre lo que son en realidad los crímenes de Israel contra sus compatriotas musulmanes. Que desaparezca la idea de que un musulmán en Alemania se atreva a sentir tanta compasión o solidaridad con los palestinos que no acepte de buen grado y con gratitud todas las mentiras israelíes. Y, si no lo hacen, son antisemitas y, por lo tanto, no pertenecen a los nuevos, tolerantes, perfectamente reconciliados con el pasado, muy buenos, muy inseguros y autocomplacientes alemanes.
Si esto no es un patrón colonial y racista (con muchos giros), nada lo es. Y es esta arrogancia, este torpe sentido de la superioridad, lo que define una vez más cómo ser alemán. Esta vez no se trata de una raza superior, es cierto. Sólo una sociedad superior en “valores”. Y, como antes, excluyente y despiadada.
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Tarik Cyril Amar es doctor en Historia por la Universidad de Princeton. Ejerce como profesor en Koç University. Anteriormente enseñó en Columbia University
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