Pablo Iglesias 8/11/2023
La cuadrilla de lunáticos que agitaron la noche madrileña e hicieron a las UIPs democratizar su menú del día son solo la punta del iceberg de una estrategia golpista que nace en el Estado y los medios de comunicación
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Disturbios en las inmediaciones de la calle Ferraz durante la noche del 7 de noviembre. / RTVESe enfadan algunos colegas vascos cuando nos cachondeamos de la cayetanada madrileña y les llamamos cayeborroka. No os pongáis tan intensos, les digo, que después de aguantar Vaya semanita y Ocho apellidos vascos, lo menos que podemos hacer, a la espera de que nos lleven a todos al trullo, es reírnos. Nadie grita ante el pelotón de fusilamiento “viva el centro”, pero a este paso acabaremos gritando “le voy a dar un dato”. Así que defendamos al menos la ironía como último refugio de nuestra dignidad.
“Mi primo el de Bilbao os tiene acojonaos”, se gritaba a las UIPs en las manis noventeras de Madrid. Hoy esos agentes tienen la cintura del tamaño de la de Villarejo y saben que Bilbao es un destino de puta madre para los jóvenes policías; no como Algeciras. “A por ellos”, decían los policías en 2017 cuando cargaban contra los indepes. Mi fuente en las UIP me confirmaba anoche que antes de cargar contra la cayetanada, los antidisturbios coreaban “Paracuellos oe” en un homenaje a sus compañeros de la Guardia de Asalto, los antidisturbios creados por la República para reprimir al movimiento obrero de manera un poco más democrática que la Guardia Civil. Por fin tenemos una policía bolivariana. Y yo con estos pelos y sin coleta.
Con Facu Díaz retirado del humor político porque está en otra fase vital (No te fíes de ese uruguayo, le dije siempre a Jaume Roures, que va de tupamaro y es un progre) y con el mundo sumatorio pidiendo al PP que condene los altercados como si fueran Herri Batasuna en los ochenta, deberíamos darnos a la bebida y al MDMA y solicitar la entrada en los Def Con Dos para cantar con ellos “Ultramemia”. Pero no, seamos responsables y tratemos de explicar, en serio, qué significa lo de ayer.
La cuadrilla de lunáticos que anoche agitaron la noche madrileña e hicieron a las UIPs democratizar su menú del día son solo la punta del iceberg de una estrategia golpista que nace en el Estado y los medios de comunicación. Entre la trouppe trumpista de estas noches se encuentran desde Abascal (que fiel a su ADN de nieto de alcalde franquista se va a su casa en cuanto comienza el mambo), Aguirre en modo Joska Fisher en los setenta, Iker Jiménez encontrando más fantasmas que en toda su carrera, Hermann Tertsch listo para hacer que estallen todos los alcoholímetros de occidente, escuadristas de Desokupa, la musa de la camisa azul desarmada y cautiva, varios fachatubers y un notario de Pamplona que vino a la movida.
Pero lo que hay detrás de todo ese circo que no necesita reflejarse en los espejos del Callejón del Gato para expresar la decadencia moral y estética del españolismo es solo la militancia callejera de un proyecto golpista que lleva armándose varios años en los cuarteles de los grandes medios de comunicación y de la derecha judicial.
Su plan era reventar a los indepes y a Podemos y ganar las elecciones. Y casi lo consiguen, pero les faltaron unos pocos escaños. El resto es bastante obvio y una constante en la historia de España: todo vale para defender España del comunismo y del separatismo (aunque lo más parecido al comunismo sea Podemos y los indepes ya no peguen tiros). Y en ese “todo vale”, lo de menos es la infantería. Los golpistas peligrosos no lloran lágrimas de facha como consecuencia de la acción de los gases lacrimógenos. Los golpistas peligrosos dirigen juzgados, empresas, medios de comunicación e incluso tienen tropas bajo su mando.
Y en esta ocasión histórica no se dan las condiciones que se dieron en la Transición. Allí había pistoleros que asesinaban rojos y generales que no dieron un golpe de Estado por la falta de valor inherente a las élites castrenses españolas (la cobardía de la mayoría de los generales españoles el 23F es el mejor ejemplo; estaban de acuerdo con el golpe pero les faltaban agallas para arriesgar sus carreras por España). Pero entonces, a pesar de todo, fue posible una Constitución consensuada con los comunistas y los nacionalistas catalanes, un Estado autonómico consensuado con el PNV y CiU y una paz social consensuada por sindicatos y patronal. Hoy, los únicos que pueden ponerse de acuerdo son los sindicatos, la patronal y el Ministerio de Trabajo. Pero me temo que eso no basta para dar salida a una crisis en la que la derecha ya está dejando claro que la democracia no le sirve.
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