8 de noviembre de 2023 Iñigo Sáenz de Ugarte
El camino hacia la polarización extrema marcado por Donald Trump y los republicanos de Estados Unidos cuenta con muchas alternativas y en algunos países como España unos cuantos se han apresurado a seguirlas. Existe un requisito básico. La patria –o la democracia o la Constitución– está en peligro. El enemigo ya no es sólo el adversario tradicional, sino la causa de todos los males. Es una amenaza que hay que purgar de raíz. Se puede discutir sobre los métodos, unos más admisibles o civilizados que otros, pero nunca sobre una misión que no admite medias tintas.
“La supervivencia del grupo (o de la nación, el proyecto de país, etc.) depende de la derrota de la parte opuesta. La política se convierte en un juego de supervivencia y de suma cero. Por lo tanto, en este contexto, el pacto es una traición, ya que pone en riesgo la supervivencia de uno mismo”, ha escrito Míriam Juan-Torres, investigadora sobre democracia en la Universidad de Berkeley (California).
El acoso a las sedes del PSOE de los últimos días y los disturbios ocasionados han surgido como hitos básicos en esa lucha, para la que el resultado de las elecciones de julio es sólo un elemento accesorio. O uno al que se puede dar la vuelta por completo, como hizo Alberto Núñez Feijóo el miércoles al volver a presentarse como vencedor de esos comicios.
El Partido Popular tuvo que alterar levemente su brújula después de los graves incidentes de la noche del martes, pero en esencia sus intenciones continúan siendo las mismas: Pedro Sánchez no tiene derecho a ser reelegido con el apoyo de los independentistas catalanes.
Con las primeras manifestaciones del lunes, la reacción del PP fue clara. En un comunicado enviado a los periodistas, criticó las cargas policiales que comenzaron cuando los congregados intentaron acercarse a la sede de la calle Ferraz: “El Gobierno del PSOE obligó a nuestros agentes a tratar a las personas que estaban en la calle como si fueran CDR. No lo eran”. Sólo eran ciudadanos que ejercían su derecho a manifestarse ante la sede de un partido identificado como el enemigo, alegaban. Por tanto, la condena de los hechos estaba fuera de lugar.
En el Senado, se vivió una variante cómica de ese estado de opinión. “Han polarizado a España y lo pretenden arreglar con ley mordaza y, si hace falta, hasta con gas mostaza”, dijo José Antonio Monago. Se refería, quizá sin saberlo, a las armas químicas utilizadas por varios ejércitos en la Primera Guerra Mundial.
Como ya lo había dicho varias veces, Isabel Díaz Ayuso no se iba a cortar. “Lógicamente el descontento solo puede ir a más y más porque nos va la democracia a todos en ello”, dijo. También dijo que un grupo de ultras habían “parasitado” la concentración, algo que Génova no se había atrevido a hacer en ese momento. La presidenta madrileña y sus asesores ya están acostumbrados a variar su mensaje en función de las circunstancias. Un día, atizan las llamas del discurso de la confrontación y al día siguiente acusan a sus rivales de politizarlo todo. Hasta lo más nimio, afirman con gesto ofendido.
(...) La utilización de la violencia en el proceso que dio lugar al referéndum independentista de 2017 ya quedó zanjada por la sentencia del Tribunal Supremo. Si los magistrados la hubieran apreciado como un factor esencial, habrían condenado a los acusados por rebelión y no lo hicieron. Eso ya se ha olvidado. Sobre las protestas en el aeropuerto de El Prat y los cortes de carretera, por graves que fueran, no son muy diferentes a hechos similares ocurridos en otros conflictos políticos y laborales.
“La polarización como estrategia es muy útil para movilizar”, dice Míriam Juan-Torres, “puesto que activa miedo y emociones, pero puede ser demoledora a medio y largo plazo”. Los desacuerdos sobre asuntos básicos son lógicos en una sociedad democrática. Sin embargo, cuando el precio a pagar es tan alto como la supervivencia de la nación o la democracia, ahí ya no cabe aceptar el juego político normal. El rival es el demonio, la encarnación del mal, y cualquiera que le apoye o parezca equidistante es tan culpable como el enemigo (...)
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