Gideon Levy (Haaretz) 11/11/2023
La preocupación por autocompadecernos y darnos palmaditas en la espalda tiene por objeto tapar los agujeros negros, no sólo sobre lo que ha ocurrido, sino sobre lo que está ocurriendo y, principalmente, sobre lo que ocurrirá
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Heridos en un pasillo del hospital Al-Shifa, el mayor de Gaza. / Mohammed Zaanoun
La guerra sigue causando estragos, rugen las armas, pero Israel ya se está envolviendo en mantos amortiguadores que le protejan del verdadero examen de conciencia.
La conmoción inicial ha sido sustituida por innumerables ejemplos de heroísmo y renacimiento junto a espeluznantes e intolerables relatos de catástrofes. Un mes después del comienzo de la guerra, no pasa un instante sin que aparezca un rostro lloroso en la televisión ni una página de periódico sin una historia heroica.
En el lacrimógeno Yedioth Ahronoth cada soldado muerto es un “héroe israelí”, un combatiente que ha llevado a cabo una increíble heroicidad. También hay una cobertura excesiva de conmovedoras y emocionantes muestras de voluntariado: mirad qué guapos somos y qué satisfechos estamos de nosotros mismos. Junto a ellas discurren las noticias del frente, y todas –absolutamente todas– anuncian un gran éxito: la victoria está en camino.
Todas ellas tienen, por supuesto, un lugar de honor. Una sociedad desconsolada y un Estado en guerra las anhelan y las necesitan. Pero cuando se apoderan por completo del discurso, uno sospecha que la adicción a las historias heroicas también tiene por objeto ocultar la realidad y desdibujarla. En silencio, nos regodeamos en nuestra desgracia y nos sentimos impresionados y asombrados de nosotros mismos.
Fíjense en cómo los increíbles fiascos del 7 de octubre se están desvaneciendo lentamente en nuestra conciencia, quizá deliberadamente. La gente habla cada vez menos de la sorpresa que supuso para la inteligencia israelí y, cuando lo hace, no tienen presente el papel del omnisciente y omnipotente servicio de seguridad Shin Bet. Apenas se habla ya de la impotencia de un ejército pertrechado, dotado de presupuesto y poderoso, de su incapacidad para rescatar un kibutz conquistado durante doce horas.
Unos cuantos miles de muertos palestinos más en Gaza y la debacle se diluirá todavía más; las Fuerzas de Defensa de Israel están ganando. La experiencia correctiva del ejército, si realmente tiene tanto éxito como nos están contando hasta ahora, podría hacernos olvidar la chapuza. ¿Quién pedirá cuentas a los grandes héroes israelíes que nos sirven la cabeza de Yahya Sinwar en bandeja de plata y quizá incluso liberen a los rehenes? Les perdonaremos cualquier cosa.
La preocupación por autocompadecernos y darnos palmaditas en la espalda tiene por objeto tapar los agujeros negros, no sólo sobre lo que ha ocurrido, sino sobre lo que está ocurriendo y, principalmente, sobre lo que ocurrirá.
El primer agujero negro es lo que está ocurriendo ahora en Gaza: la verborrea sin límites de los medios de comunicación israelíes prácticamente ignora el espantoso baño de sangre. Ni una palabra sobre el desastre de Gaza. No es que esté justificado o injustificado: simplemente no existe. La indiferencia es deliberada. No hay noticias. No hay imágenes. Apenas se habla de ello. Tampoco se menciona el día después. Montones de palabras y todavía nadie ha dicho qué ocurrirá después de la gran victoria.
Todos queremos oír más y más historias de heroísmo –historias reales, sin duda verdaderas–, y compartir con todo el mundo la espantosa desgracia de tantos israelíes muertos, secuestrados, heridos, desconsolados, huérfanos y los que quedarán lisiados y llenos de cicatrices.
No hay israelí que no quiera tener toda la información posible sobre los rehenes y sus familias, sobre los muertos, los afligidos y los desaparecidos. Pero el luto y el heroísmo no pueden dominar totalmente el discurso público durante más de un mes y seguir sin dejar espacio para otros asuntos.
Además del heroísmo y el renacimiento, también debemos ocuparnos de la debacle y de los culpables de la misma, desde ahora mismo, antes de que su gravedad quede atenuada por una victoria militar, real o simulada. Tampoco podemos dudar en decirles a los israelíes lo que en estos momentos se está haciendo en su nombre en Gaza.
Los héroes israelíes están matando allí a decenas de miles de personas a gran escala. No pasa nada por justificarlo, se puede decir que no hay más remedio, o incluso alegrarse, movidos por la sed de sangre y los sentimientos de venganza. Pero no se puede ocultar, no sólo porque el mundo entero sólo se ocupa de ello, sino porque mirar la realidad de frente es un imperativo moral.
Un mes después del comienzo de la guerra, Israel no mira la realidad de frente. Por lo tanto, disminuye la posibilidad de un verdadero examen de conciencia tras la guerra. Probablemente tendremos que volver a encontrarnos en la próxima guerra.
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