lunes, 27 de noviembre de 2023

El Salto. Nada sirvió de nada: el mundo después de Gaza, de Brigitte Vasallo

Brigitte Vasallo   15 NOV 2023

La violencia no es el camino, oímos mientras la violencia arrolladora responde a la violencia. La violencia no es el camino, pero lo otro no sirvió.

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Opinión | Nada sirvió de nada: el mundo después de Gaza



Atodos los y las palestinas que un día nos acogisteis en vuestros hogares: nada sirvió de nada. Ni todas las noches hablando, ni todas las tardes en los cafés, ni el abrirnos las puertas, vuestras casas, vuestras vidas: no sirvió. Ni las limonadas ni las cocacolas ni los zumos ni los tés ni las recetas de platos con nombres extraños que nunca más sabrían como allí, nunca más. No sirvió: en el momento de la masacre que hace que todas las anteriores apenas lo parezcan, en el momento de esa masacre no pudimos pararla, no servimos para protegeros, no fuimos red aun queriendo serla.

La violencia no es el camino, oímos mientras la violencia arrolladora responde a la violencia. La violencia no es el camino, pero lo otro no sirvió. Todos los campos de trabajo que hicimos en verano por no ir de turismo, todo ese sentirnos especiales por estar allí, en vuestra normalidad, todas las kufiyas que compramos en el zoco de Jerusalén, en Al-Quds, y que llevamos al cuello todos aquellos inviernos en que se pusieron de moda; todas las banderas con vuestros colores en las carpetas, en las carcasas de móviles, en los salvapantallas; todos los artículos, todas las películas, nada sirvió: ni Edward Said, ni Rafeef Ziadah, ni Marcel Khalifa, ni Dam, ni aquella película que casi ganó un Óscar, ni aquella preciosa del festival de San Sebastián, ni aquella sobre el cantante de Gaza que, a pesar de todo, ganó.

Este es un momento (histórico) de la verdad.

Humanizar, humanizar. Para contrarrestar la deshumanización que precede a cualquier cosa, que vuelve posible lo imposible, humanizar, humanizar. Lo dice Helena Maleno, para el Mediterráneo —esa masacre sin banderas— humanizar, humanizar: los nombres, las historias, los rostros. Lo dice Alba Rico cuando dice que hay muertos que aparecen muertos en las pantallas y hay muertos que aparecen cuando estaban en vida. Hay niños muertos como Aylan Kurdi, cadáveres; y hay niños que al morir son recordados con sus fotos escolares, en la primera comunión, jugando con sus hermanas. Hay niños muertos que nunca se ven muertos. Ninguno debería verse, porque todos deberían seguir vivos: clausurar desde la vida el espectáculo ese del horrorizarnos y que no pase nada. El horror sin más, como un escalofrío que no deja marca.

No hay más humanizar que el acogernos en vuestras casas, no hay más humanizar que entregarnos vuestras voces, enseñarnos vuestras tierras, recorrer con vosotros esos muros también vuestros, cada muro, no hay más humanizar que ese. Tejer una red de cariño —we teach love, sir— con puntadas diminutas, apretadas, una red que sostenga cuando llegue el momento, una red que se oponga a la desinformación, al ruido, al tumulto, a los eslóganes, a la infinita desigualdad de fuerzas, también narrativas. Frente a la Fox, nuestras voces; frente a las tertulianas y las twiteras a sueldo o ni siquiera, nuestras memorias; frente a Eurovisión y su lavado de cara, nuestro boicot. La multitud de peces pequeños que se comen al tiburón, eso íbamos a ser. La apuesta por sembrar lo colectivo para hacer frente a lo inabarcable.

No sirvió, no sirve. No pudimos pararlo. Y lo único que logramos decir por debajo de todo lo que estamos diciendo es un alto el fuego un alto el fuego un alto el fuego que siempre llegará demasiado tarde.

En Israel también nos acogieron: aunque estemos en tiempos de absolutos, en tiempos malos para el matiz, la verdad es que en Israel también nos acogieron porque no todo el mundo está de acuerdo con el Estado, ni todo el mundo está de parte de la masacre. No todo el mundo en su nombre, no todos, aunque no imagino qué resquicios encuentra el desacuerdo hoy en día, ni imagino cuánta gente en desacuerdo queda después de todo esto. Israel, como Estado colonial, es una ecuación más compleja que el binarismo, que el dúo, que el ping pong, y esa es la jugada tan eficaz de las potencias que dijeron: Israel ahí, Israel en esa tierra y en esa historia. Porque llegado el momento de la masacre, solo hay dos banderas cuando en realidad tendría que haber muchas más. Porque en el momento de la masacre hay quien defiende a Israel cuando Israel como idea es indefendible, y también hay quien dice “que se vayan a su país” y su país somos nosotras. Nosotras que no hemos exigido la reparación que tal vez desactivaría la cadena, quién sabe.

El sionismo es anterior al Estado de Israel, lo es, y es una idea europea, lo es, pero sin Holocausto no sabemos si hubiese cuajado, no podemos saber, sin nazismo, no podemos saber, sin Polonia no podemos saber. Su país, que se vayan a su país es también el Iraq destruido de los judíos iraqís, el Yemen bombardeado de los judíos yemenitas. La ecuación del colonialismo de Israel, el colonialismo sin metrópoli a la que volver, donde replegarse, no es binario, es una cadena. Aquellos que nos acogisteis en Israel nos contasteis, es un ejemplo, cómo el Estado robó las criaturas a los judíos yemenís para dárselas a las familias askenazi. 4.500, dicen, esa es la magnitud. Y lo escribo para incidir en que ningún Estado es brutal solo de puertas a afuera.

A los y las israelís que nos acogisteis. Nada sirvió de nada: ni las madres por la paz, ni los músicos por la paz, ni las escritoras por la paz, las periodistas, ni Amira Haaz, ni la coeducación, ni los proyectos de convivencia contra todo pronóstico, contra viento y marea, ni Ilan Pape, ni Shlomo Sand, ni Idith Zertal. Nada.

El mundo después de Gaza es otro mundo, aquel en el que tendremos que mentirnos para tener esperanza, para creer en el poder de la gente, para seguir apostando por el humanizar, el humanizar, por poner rostros, por poner el cuerpo, por escuchar, por contar, por crear lazos, por conocernos (...)


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