Peter Pan y el hada Campanita tienen domicilio en Chile y no en la
isla que inventó el escocés Barrie. El País de Nunca Jamás, poblado de
niños que nunca crecen, hadas, piratas, indios y sirenas, está en el
extremo sur de América Latina y su población adulta todavía cree toda
clase de cuentos, sobre todo en periodos electorales. Por eso tal vez
los hijos de esta tierra son tratados como niños por una casta política
que periódicamente los convoca a elegir entre candidatos que representan
variantes de los mismos intereses. Así nada cambia y el sistema se
perpetúa.
Eso volverá a ocurrir a fines de este año. Todo apunta al consabido
esquema que convierte al “mal menor” en un antídoto de la decepción y en
una nueva ilusión que no tardan en desvanecerse.
El sistema de dominación -que no ha cambiado un ápice en los casi
treinta años de transición a la democracia- ha hecho de los chilenos los
“niños perdidos” de Peter Pan. Ellos pasaban la mayor parte del tiempo
divirtiéndose con aventuras irreales. Eso son los ciudadanos -si se
puede llamar ciudadanos a quienes no ejercen derechos de tales-, que
vivimos en este País de Nunca Jamás: niños que no maduran.
Mientras la casta política hace su juego -repartirse los recursos del
presupuesto-, Chile camina hacia lo más profundo de una crisis
institucional. Los cimientos -construidos por una tiranía- están
socavados por una desenfrenada corrupción y una pavorosa injusticia
social que la tarjeta de crédito, los automóviles y celulares no son
capaces de ocultar. Sin embargo, a los actores de la política no se les
mueve un músculo de sus caras de palo y repiten una y otra vez el
libreto electoral que ha demostrado su inutilidad hasta la saciedad.
Vamos otra vez a elecciones de autoridades que dan la espalda a la
crisis de la democracia representativa. Los candidatos, candidatas y
dirigentes políticos la esquivan con una palabrería que entrega más
oxígeno a la abstención. Por su parte, los medios de desinformación
hacen lo suyo creando espantapájaros y corrientes de opinión que a su
turno las encuestas convierten en mandatos para los partidos políticos.
En Chile se trata a los ciudadanos como si fueran los eternos niños
felices del País de Nunca Jamás. Los mandones creen que los ciudadanos
no se dan cuenta de su juego: prometer que algo cambiará para que no
cambie nada. Chile necesita mucho más que un Peter Pan o un hada
Campanita. La realidad exige un cambio profundo para cerrar la brecha en
el desarrollo democrático, la justicia social y la soberanía nacional
que el terrorismo de Estado y el neoliberalismo minaron durante 17 años.
Hace falta una experiencia democrática real para avanzar sin temor
hacia el futuro.
Esa experiencia tienen que hacerla el pueblo y sus organizaciones
sociales y políticas, y debe tener como objetivo dotarse de una nueva
institucionalidad democrática , participativa y solidaria. Mientras no
exista esa nueva institucionalidad, que se origina en la Constitución,
las carencias en salud, educación, previsión social, salarios, vivienda,
derechos humanos, autonomía del pueblo mapuche, etc., no tendrán
solución. Se les opone la fortaleza material e ideológica de un sistema
hecho a medida de explotadores nacionales y extranjeros. La Constitución
Política de 1980 -y sus parches- es un engranaje que asegura la
integridad del modelo. No se puede sacar ninguna pieza sin que se
derrumbe la estructura completa. Hasta las reformas más aguachentas,
como las del actual gobierno, son rechazadas por un sistema que aspira a
la eternidad.
Esta realidad hace prioritaria la lucha por una Asamblea
Constituyente como ineludible etapa para los cambios que el pueblo
anhela. No se trata de “reformar” la Constitución. Se trata de una nueva
Constitución -elaborada y plebiscitada por el pueblo- que construya una
institucionalidad distinta. Las próximas elecciones no significarán un
avance en esa dirección. Los sectores políticos en competencia no se lo
proponen. Lo que viene solo será un reacomodo de fuerzas y reparto de
cuotas de poder. Todo dentro del más riguroso respeto a la Constitución
dictatorial.
¿Y qué pasará con los “niños perdidos” del País de Nunca Jamás? Sus
problemas se agudizarán si sus organizaciones sociales no asumen la
responsabilidad política que hasta ahora rehúyen los partidos: impulsar
una Asamblea Constituyente. Se requieren millones de conciencias y una
verdadera revolución cultural para rescatar a los chilenos de la
interdicción a que están sometidos. Una batalla de ideas para recrear
valores humanistas y democráticos y desterrar los abusos.
El pueblo sufre graves problemas que afectan su vida cotidiana. Sus
padecimientos tienen su origen en la injusticia social. Es vergonzoso,
por ejemplo, que el año pasado casi 25 mil personas murieran esperando
atención hospitalaria. La mayoría necesitaba una consulta con
especialistas y otros una cirugía que nunca se efectuó. El Ministerio de
Salud señala que casi dos millones de personas esperan atención médica
que puede tardar hasta dos años.
En materia de previsión social la lucha del Movimiento de
Trabajadores No+AFP deja en claro que el trabajador está condenado a una
vejez de miseria mientras sus ahorros aumentan la riqueza de unos
pocos.
La imagen del país próspero y feliz es el “polvo de hadas” que hace
volar la imaginación, pero que impide construir la patria de hombres y
mujeres solidarios y dueños de su destino.
La coyuntura político-electoral debe servir al menos para iniciar un
debate que ponga en acción a quienes rechazan vivir en un país de
ficción y en flagrante complicidad con a mentira.
Síndrome de Estocolmo afecta a la población
Arturo Alejandro Muñoz-Politika
Los países, como los antiguos imperios, declinan resbalando por el
tobogán del fracaso cuando sus sociedades dejan de asombrarse ante los
delitos e inmoralidades cometidas por quienes les gobiernan.
Ocurre en Chile. Hay una verdadera podredumbre en las cofradías
políticas y empresariales que ya ni extraña ni alarma. Ese es un grave
peligro para una sociedad que siempre se ha jactado de la honestidad de
sus legisladores, gobernantes e instituciones, se vanaglorió de ella
frente a sus pares del subcontinente, e imaginó hacer patria a partir de
tal virtud.
En menos de dos décadas todo cambió, menos el nivel de asombro de los
chilenos, perdido en el período dictatorial a fuerza de bayonetas,
desapariciones, prohibiciones, censuras, asesinatos y apropiaciones
criminales de empresas del Estado.
El miedo le otorgó franquicia de “patriotismo” al delito. Una vez
retornado el país al sistema dizque democrático, la franquicia no fue
revocada. De ahí que Chile soporte situaciones vergonzosas que hablan
mal de los niveles culturales y políticos del pueblo que lo habita.
Nos acostumbramos a convivir con ladrones, nos habituamos a ser
gobernados por corruptos, traidores y mentirosos, por expoliadores de
los recursos naturales, por clasistas sin límites, bravucones e
ignorantes. No sólo nos acostumbramos a todo ello sino, además, un
significativo porcentaje de nuestra sociedad civil decide cada cierto
tiempo –elecciones mediante– ser gobernado por delincuentes.
La situación se agrava y Chile corre el riesgo de travestir su
condición de nación independiente en centro de acopio de mega empresas
transnacionales. En este bello continente se dice que existe un país
llamado Chile donde nada es de Chile.
Lo que viene puede ser peor: millones de compatriotas están aquejados
severamente por el llamado “síndrome de Estocolmo”. Aman a quien le
explota, le exprime y le miente. La prensa canalla, que ha servido
obsecuentemente los intereses del pequeño grupo de familias que se
apoderó del país, tiene alguna responsabilidad en ello.
Lo concreto es que el país está en serio peligro, aunque el 1% de su
población –el grupo dominante, el grupo dueño de todas las cosas– nunca
lo esté ni lo haya estado.
Un sabio proverbio árabe dice “Los ojos no sirven de nada a un
cerebro ciego”. Hay otro tan o más sabio: “El hombre es enemigo de lo
que ignora”. Si aplicamos ambos proverbios a la realidad chilena,
comprendemos lo que experimenta el país en el presente.
Perdida la capacidad de asombro, cercenada la fuerza de la
solidaridad mediante el triunfo del individualismo, y asfixiada la
capacidad de reacción, los chilenos ni siquiera se inmutan ante tanta
maldad, corrupción y mentiras provenientes de las cofradías políticas.
Ya nada inquieta al chileno medio, nada le estremece ni le hace
reflexionar. Se ha dejado llevar –cual no tan inocente cordero– por los
dictámenes (directos o subliminales) que los dueños del país le envían
diariamente a través de la televisión, la publicidad y la prensa en
general.
Es por ello que personajillos como Sebastián Piñera pueden alzarse en
los medios de prensa cual epítomes de la inteligencia administrativa y
política. En realidad llegaron a ocupar esas primeras posiciones gracias
a acrobacias delictuales que les llevaron –en su caso– a prisión y a
condenas de Justicia. Los chilenos lo saben, pero prefieren creer en
cuentos de hadas relatados por ladrones de alta estirpe.
Una trayectoria plagada de mentiras, datos falsos, hechos inventados y
tozuda persistencia en la falacia, es lo que individuos como Piñera
Echeñique trazan en su actividad política, aprovechándola para
incrementar su poder económico. El tipo no trepida ante nada si de
conseguir más riqueza personal se trata. Ni siquiera ante la dignidad de
su país, como quedó demostrado en el caso Bancard-Exalmar-La Haya.
Un malhechor que camina siempre en la frontera de lo delictual en
materias económicas, si llega –una vez más– al más alto cargo de la
nación, continuará delinquiendo. Rodeado de malhechores: unos cuantos
miembros del gabinete de su presidencia son investigados por la
justicia.
El gobierno “de excelencia” de Sebastián Piñera terminó con ocho de
sus ministros imputados o investigados judicialmente por casos de
corrupción, sin contar los casos de sus amigos, consejeros y/o asesores
como Jovino Novoa, Carlos Délano, Carlos Eugenio Lavín, Iván Moreira,
Felipe de Mussy, Pedro Sabat y Alberto Cardemil, todos igualmente
imputados y procesados por corrupción. Este es el listado:
- Santiago Valdés: ex administrador de la campaña presidencial de
Piñera y ex gerente de Bancard. Formalizado e investigado por facturas
falsas en el caso PENTA.
- Pablo Longueira: senador UDI, ministro de Economía en el gobierno de Piñera. Investigado judicialmente por delito de cohecho.
- Laurence Golborne: fue ministro de Minería. Investigado por boletas falsas, en el caso PENTA.
- Gabriel Ruiz-Tagle: fue ministro de Deportes. Imputado por delito de
colusión de precios , en el caso del cartel del Confort o papel
higiénico.
- Pablo Wagner: fue subsecretario de Minería. Imputado por cohecho, delitos tributarios y lavado de activos en el caso PENTA.
- Pablo Galilea: subsecretario de Pesca en el gobierno de Piñera. Investigado judicialmente en el caso CORPESCA.
- Julio Pereira: fue director del Servicio de Impuestos Internos en el gobierno de Piñera. Imputado en el caso Johnson’s.
- Ena von Baer: fue ministro en gobierno de Piñera. Imputada en el caso PENTA.
Sebastián Piñera logró “hacer escuela” en los partidos que le apoyan y
aplauden. Para muestra, un botón. El presidente de la Juventud de la
UDI de Concepción escribió en su cuenta de Twitter (luego lo borró, pero
algunos tuiteros le habían dado “pantallazo” a lo escrito y este
recorre hoy las redes sociales):
“Admiro a quienes luchan por lo suyo eludiendo impuestos”.
¿Merece comentario?
Sebastián Piñera lleva años evadiendo impuestos, se acostumbró a
mentir y le da igual que lo descubran o no. Seguirá mintiendo, falseando
datos e inventando falacias. Es un mercader de todo, incluso de una
falsa imagen que cree necesaria para volver a La Moneda.
Una de las falacias de Piñera asegura que después de su gobierno la
delincuencia ha aumentado. No se sabe si cuenta los suyos propios, pero
es desmentido por las estadísticas del Centro de Estudios y Análisis del
Delito. Sebastián Piñera falsea datos y cifras sin siquiera
ruborizarse. Nada dice respecto a que su gobierno terminó con un 43,5%
en el índice de victimización, el más alto desde el año 2000.
En todo este grave intríngulis, el asunto de fondo es que existe una
sociedad que le garantiza a este malhechor la más completa impunidad y,
además, le permite optar a la presidencia de la república.
El ‘síndrome de Estocolmo” invadió la mente de millones de chilenos, y
podría ser el prolegómeno del fin de la paz social en nuestra sociedad.
Para evitarlo tenemos que recuperar nuestra capacidad para
asombrarnos y reaccionar oportuna y drásticamente sacando de la política
a aquellos que les gusta mucho la plata.
Porque
“A los que les gusta mucho la plata hay que correrlos (definitivamente) de la política” (José ‘Pepe’ Mujica, ex presidente de la República Oriental del Uruguay).
*Publicado por Politika
Devolvamos todo
Aldo Torres Baeza-Politika
La Corte de Apelaciones de Santiago ordenó la devolución de los
dineros y bienes decomisados a la familia de Augusto Pinochet. 17
millones de dólares a alguien que, como dictador, logró juntar solo uno.
No cuadra, pero así es. En fin. Yo propongo tomar un dólar cada uno de
los 17 millones de chilenos, e ir a devolvérselos a los Pinochet.
De paso, devolvamos también el deambular eterno de madres y abuelas,
preguntando desesperadamente por sus hijos, por sus nietos: es moreno,
tiene bigote, pantalón azul y camisa blanca, ¿lo han visto?… ¿alguien lo
ha visto? es mi hijo, mi nieto, donde está, ¡quien lo ha visto!…
Devolvamos la impotencia, el silencio y la amargura espesa en la
garganta de esas madres y abuelas, cuando pasaban y pasaban los días, y
las noches se hacían cada vez más frías y cada vez más largas, y ellos
no aparecían por ningún lado, ellos no estaban.
Eran detenidos.
Fueron desparecidos.
Devolvamos los rieles del tren en que amarraban los cuerpos humanos antes de lanzarlos al mar.
Devolvámosle el cadáver frío de esas niñas, de 15 y 16 años, que un día
sacaron del Liceo 1, y que sus padres nunca más volvieron a ver. Nunca
más.
Devolvámosle las lágrimas de aquellos padres que veían como destrozaban sus familias mandando a sus hijos al exilio.
Devolvámosle las balas con que apagaron el canto de Víctor Jara. Todas, una a una.
Devolvamos las cárceles donde se encerraba a la gente para que el mercado fuera libre.
Devolvamos la sangre, los gritos, las lágrimas, el miedo y el fuego.
Devolvamos la noche que cayó sobre Chile. Saquemos de la historia todos
esos días en que un puñado de maniáticos de la DINA y la CNI eran dueños
de un país. Y devolvámosle todos esos días a la familia Pinochet. Todo
devolvamos, que nada de esos nos quede.
Devolvámosle el fuego con que quemaron vivos a Carmen Gloria Quintana
y a Rodrigo Rojas de Negri, también las declaraciones de Lucía Hiriart:
“para qué se queja tanto esta niña, si se quemó tan poco”. Devolvámosle
el otro fuego, aquel con el que Sebastián Acevedo se quemaba a lo bonzo
al no encontrar justicia por la desaparición de su hijos.
Devolvámosle la noche en que acribillaron a los hermanos Vergara
Toledo, colmando de ruido el alma de su madre. Devolvámosle todas las
tardes en que Luisa Toledo buscaba a sus hijos en el color de las nuevas
flores que brotaban de su jardín, en la profundidad de la tierra, en
los atardeceres de nubes rojas y al interior de su vientre.
Pero sus hijos no estaban.
Y nunca mas estarían.
Devolvámosle el golpe de Estado, los toques de queda, las patá en la
raja de los milicos y los culatazos en las costillas. Devolvámosle El
Mercurio, el cometa Halley, el vidente de Peñablanca, la UDI, Jovino
Novoa, Villa Grimaldi, Londres 38, los sapos en las universidades, los
autos sin patentes, los chanchos, Colonia Dignidad y Karadima. También a
Hernán Larraín, que ponía las manos al fuego por Karadima, las mismas
manos que años atrás ponía por Colonia Dignidad.
Devolvámosle todo a los Pinochet, todo. Que nada quede: devolvámosle
su sistema de pensiones, que tiene a los profesores de esta nación
recibiendo 4 veces menos pensiones que un militar. Devolvámosles su
sistema electoral. Su constitución. Su transición pactada y el saqueo de
Chile.
Llevémosle todo a los Pinochet, todo. Vaciemos a Chile de ese Chile.
Y entonces, desde las ruinas, sobre las montañas y los bosques,
construyamos otro Chile. No uno hecho por mercaderes y custodiado por
militares. Un Chile donde quepan muchos Chiles. Un país que no confunde
nivel de vida con nivel de consumo. Un país donde todavía hay señoras
humildes que invitan a tomar el té y a comer tostadas con mantequilla
bien cerquita de la estufa, mientras se habla del clima o se juega a las
cartas, y se vive por puro vivir nomas, así como juega el niño sin
saber que juega o canta el pájaro sin saber que canta. Ese Chile
sencillo que quedó aplastado por el miedo al otro, el consumo y la
apariencia.
Todo devolvamos.
Que nada quede.
Allá vamos, familia Pinochet, les devolvemos sus dólares y su Chile,
les devolvemos todo. Tómenlo, es suyo. No queremos ninguno de sus
rastros. No más. Nunca más.
....................................................
OTRA COSA:
Las
5 “NIÑAS” de FUENTES, de 16 a 22 AÑOS, raptadas, violadas, asesinadas y
arrojados a un pozo en el Aguaucho (Sevilla), por una horda de
señoritos franquistas. Ocurrió en 1936