Antonio Aramayona – ATTAC España28 enero 2014
El 16 de enero pasado el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, insistía en la necesidad de que el Gobierno español realice pronto una “segunda ronda” de reforma del mercado laboral para completar la “recuperación del país”. El aparato propagandístico gubernamental, encabezado por el ministro de Guindos, trató de explicar de inmediato a la ciudadanía que “ahondar en la reforma laboral” significa “perfeccionar”, “simplificar” y “flexibilizar” aún más las diferentes modalidades de contratación, sin hacer mención del erial laboral de precariedad y explotación en que están convirtiendo al país, la falta de crédito, el tamaño descomunal de la deuda pública –camino del 100% del PIB– o la inasumible tasa de paro laboral. Con tanto ahondar en la reforma laboral, olvida el Gobierno del PP la “primera regla de excavación” de la ley de Murphy: “si estás en agujero deja de cavar”.
Funcionan la propaganda y la manipulación mediante la presentación machacona de una sola cara o color de la realidad. El primer verso del mantra actual repetido por el PP es que ya estamos en la recuperación de la crisis gracias a las “reformas” o “ajustes” realizados, cuando en realidad solo se recupera la economía de las grandes empresas y las grandes fortunas (cada vez más ricas, como denota la creciente desigualdad social en nuestro país), y solo el pueblo llano, especialmente el sector de la población más desfavorecida, sufre las medidas perpetradas para “equilibrar” el déficit. Simultáneamente, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel DurÒo Barroso, quien acaba de recibir el Premio Carlos V, recalcaba la necesidad de una reforma fiscal que contribuya a la salida de la crisis; en realidad, una reforma fiscal en la que las grandes empresas y fortunas sigan pagando insultantemente poco amparándose en triquiñuelas legales concebidas a tal efecto, y sea el pueblo liso y llano el que cargue básicamente con las nuevas medidas impositivas. Por supuesto, de regulación de los mercados financieros, paraísos fiscales, blanqueo de dinero o de los enormes beneficios obtenidas por buena parte de las empresas del Ibex 35, ni una palabra.
Hablando de propaganda, Wert en España y Serrat en Aragón se amparan en que sus leyes y recortes buscan aumentar “la calidad de la enseñanza” (eso significa “CE” del acrónimo LOMCE) cuando en realidad atentan contra la calidad educativa la disminución del número de docentes y personal de apoyo en los centros, de becas y de ayudas, la reducción presupuestaria, la merma de horas de docencia de contenidos racionales y científicos reforzando, a cambio, las horas dedicadas a las creencias y al adoctrinamiento religioso, etc. Pero la propaganda funciona y se atreven a emplear los más gruesos argumentos para intentar justificar la adopción de unas decisiones políticas en materia de educación que fortalecen principalmente la red privada de enseñanza, dedicada a la multisecular formación de los hijos de las élites económicas y políticas. Ni Wert ni Serrat han pisado una sola vez un aula de Primaria o Secundaria, que desconocen por completo, pero son obedientes, cumplen los dictados de sus amos y repiten sin descanso el ideario propagandístico que les van proporcionando. Sorprendentemente, en el mundo educativo, en cualquiera de sus fases y etapas, no se mueve ni dios: allí trabajan muchos de los profesionales que más se quejan y lamentan, pero menos actúan. Ya lo dejó escrito Brecht: “Frente a los irreflexivos que nunca dudan, están los reflexivos, que nunca actúan”.
Todo el mundo habla de lo ocurrido en el barrio burgalés de Gamonal, pero España dista mucho de parecerse a Gamonal. La propaganda, el miedo, la comodidad, la indiferencia, el egocentrismo tienen paralizada a la inmensa mayoría de la ciudadanía, que nada hace porque, recordando el poema deMartin Niemöller, de momento no es judía ni comunista ni sindicalista (de los sindicalistas de antaño, claro).
¿Qué tiene que pasar para que la ciudadanía se ponga en pie y luche por los derechos que le están arrebatando? ¿De qué sirve un sindicato de clase o un partido de izquierda, si no encabeza esa rebelión (activa, permanente, aunque siempre noviolenta)? ¿Cómo aguanta un trabajador una jornada de ocho o diez horas en negro, sin seguridad y por una miseria de salario? ¿Cómo soportan unos padres de familia no poder dar de comer o vestir dignamente a sus hijos? ¿O un joven que vive en un piso viejo mediante el método de la patada a la puerta, sin trabajo, sin agua y electricidad propias, sin expectativas de futuro? ¿Qué clase de estómago necesita un agente de policía para que parte de su trabajo consista en reprimir las protestas y las reivindicaciones del pueblo? ¿Cómo se queda el cuerpo después de llamar “paz social” a esta penosa situación de letargo y parálisis de la población?
Ya lo dijo Goethe en su Fausto: “Lo que llamáis espíritu de los tiempos, en el fondo no es sino el espíritu de los amos”.
Profesor de Filosofía
Artículo publicado en El Periódico de Aragón
La Utopía es posible
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