domingo, 2 de abril de 2017

Sobre esto del decoro, de Sofía Castañón

30 Mar 2017 - Sofía Castañón. Secretaria de Feminismos Interseccional y LGTBI de Podemos. Diputada por Asturies. http://blogs.publico.es/dominiopublico/19591/sobre-esto-del-decoro/

 

Unas camisetas azules con un lema sobre los escaños. La voz de la Presidenta de la Cámara Baja diciendo que tenemos el hemiciclo como si fuera un tenderete. No acabo de entender la imagen. ¿Cómo un tendal? ¿Cómo ropa tendida para secar al sol? En el hemiciclo apenas entra la luz del sol por la parte de arriba y las camisetas están secas. Queremos que se lea lo que pone, porque está en la tribuna Pedro Arrojo hablando sobre la corrupción en la gestión del agua. Está explicando cómo se especula con algo tan básico y tan de todas como es el agua. Y lo que afea el funcionamiento de la Cámara son telas y palabras.
Palabras. Porque se ve que molestan también los carteles, las reivindicaciones en textos escritos que pueda haber durante el Pleno. Y nuestro afecto -“más allá de una solidaridad formal”, nos dicen- hacia quienes acuden a ver las sesiones a las Cortes. La relación con los cuerpos.
Recuerdo lo que dice el poeta Ernesto García López sobre el 15M: lo que allí había, en aquellas plazas de todo el Estado, no era otra cosa que palabras (las pancartas, los carteles, murales) y cuerpos (los cientos de miles de personas). Vuelvo la mirada al hemiciclo: cuerpos y palabras.
Busco el término “decoro” en la RAE, y eso que una no es muy entusiasta con sus criterios, pero imagino a la Presidenta rigiéndose por sus definiciones ante la duda de matiz. Acepción 1. Honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad. Me desconcierta la diferencia entre nacimiento y dignidad. Pienso en cómo guardó Irene Montero el decoro asistiendo a la recepción de Macri con una camiseta que pedía la liberación de Milagro Sala. Honor, respeto, a todas las personas nacidas en Argentina y en otras partes del mundo, reconocimiento de su dignidad frente a quien vulnera los derechos humanos.
En la acepción 2, la RAE dice, “Circunspección, gravedad”. Reviso las fotografías que Dani Gago viene haciendo desde que mi grupo entró en el Congreso, hace ya algo más de un año. Me confirman las sensaciones. El rostro de Yolanda Díaz, de Lucía Martín, el de Pablo Iglesias. ¿No hay gravedad cuando sube Rafa Mayoral a decir que no es cierto que se respete el derecho a la vivienda? ¿No suenan graves las palabras de Noelia Vera preguntando al Ministro qué pensaba que les iba a pasar a los estibadores con su Real Decreto, por fortuna tumbado en la Cámara? ¿No fue grave, contundente, Marta Sibina recordándole al PSOE que “necesitar tiempo” cuando hablamos del derecho a una muerte digna, algo que cuenta con la conformidad del 80% de la población, es sencillamente vergonzoso?
En la acepción 3 conviven “Pureza, honestidad, recato”. La primera y la tercera se me hacen más cuesta arriba. No dudo con la segunda. La honestidad con la que interviene Eduardo Santos en la comisión de Interior. La honestidad con la que responde pausadamente Diego Cañamero ante un grupo de tertulianos sin educación ni recato (¡vaya, aquí la tercera variable, pero en ausencia!). La honestidad que veo en compañeras como Ione Belarra, Mar García Puig, Ana Marcello, Alberto Rodríguez cuando se reúnen con colectivos y desde esas mismas reuniones les observo y confirmo que con todos los baches, dificultades y contradicciones que supone esto de la política parlamentaria, estamos haciendo lo que sin duda dijimos que vinimos a hacer.
Acepción 4. Honra, pundonor, estimación. Me alejo de las huellas belicosas y machistas de la “honra” y pienso en su primera acepción: “Estima y respeto de la dignidad propia”. Nos pasamos mucho tiempo hablando de la dignidad, de cómo se nos arrebata a base de recortes. Cito de memoria unos versos de Ángela Figuera al pensar en esto: “No se llega hasta el cielo desde tantas prisiones, (…) desde tantas escuelas con los bancos helados,/ desde tantos lugares con letreros que dicen:/se prohíbe la entrada”. Es casi imposible mantener la dignidad si te dejan sin casa, si te dejan sin recursos, sin salud. Pero además es muy complicado mantener la dignidad si te dejan sin luz, si apenas puedes dar de comer a los tuyos, si pasas frío, si tienes continuamente miedo a los recibos en el buzón o a expresar una opinión con un tuit. Si tienes miedo al volver sola de noche a casa o tienes miedo a las preguntas que te harán cuando vayas a denunciar que alguien, por lo general un conocido, te ha violado.
Igual de complicado es considerar digna a una persona que ignora todo este dolor, que hace uso del lenguaje como quien cita y no como quien dice. Que dice importarle la violencia machista, pero aprueba los recortes en los planes para combatirla. Que dice importarle el sufrimiento de las personas para las que gobierna, pero es incapaz de recibir a las víctimas del accidente de Angrois. Que dice que le importa la generación de empleo y mantiene una reforma laboral que genera esclavitud.
Escribo a mano en un papel la última acepción: “Nivel mínimo de calidad de vida para que la dignidad de alguien no sufra menoscabo”. Y esto, ¿qué tiene que ver con camisetas con lemas, con cartelería, con una “relajación en los hábitos”? ¿Qué tiene que ver con llevar zapatillas deportivas, rastas o con los vaqueros rotos que me he puesto hoy? ¿No golpea más una palabra en falso que crea la ilusión de una justicia que no llega? ¿No supone mayor menoscabo negar una palabra? ¿No atenta más contra la dignidad de la propia Cámara que quienes están arriba, en la tribuna de invitadas, no puedan expresarse con un gesto -ya no digo voz-, no puedan, en definitiva, estar con pleno derecho allí?
No sé si la Presidenta del Congreso maneja una definición de “decoro” distinta a la de la RAE. O si sólo le interesa esa última cuestión final: “guardar el decoro: comportarse con arreglo a la condición social”. ¿Es mi condición social distinta, con distintas formas, como diputada que como autónoma precaria del medio audiovisual? Si soy una trabajadora menos que mileurista, ¿soy menos educada? ¿Hablo peor? Si soy una diputada de las Cortes Generales, ¿tengo una condición social con un estatus que implica que mi comportamiento es “mejor”? Porque las mayores faltas de respeto las he visto en las bancadas del Grupo Popular y también a veces del Grupo Socialista. Porque no había asistido a tantas interrupciones de la palabra en mi vida como ahora en el Congreso (y he estado en muchas jams poéticas en bares, por poner un ejemplo que quien haya vivido entenderá). Porque esto viene de lejos, no de ahora. Porque las veces que he intervenido en la tribuna, entre el ruido de tantas excelsas señorías, he pensado en aquellas palabras de Clara Campoamor que pronunció no ahora sino entonces: “Yo ruego a la Cámara que me escuche en silencio; no es con agresiones y no es con ironías como vais a vencer mi fortaleza”.
Nuestra fortaleza no es sólo de quienes estamos en el escaño, es una fortaleza de millones de personas a las que nos debemos. Y ésta tampoco se vence con andar redefiniendo qué es decoro sólo para decir con otras palabras que no se nos quiere en una Institución de la que no nos sentimos cómplices de sus trampas.


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