Toni Mejías Periodista 22/08/2025
Imagen de archivo del presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (1d) y el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda (2d), en Chandrexa de Queixa, Ourense.El otro día, ante una de esas diatribas ilusorias del votante medio de Alvise a raíz de los incendios que asolan España, leía un comentario que me parecía tan acertado como banal: no todos pueden ser tan tontos, alguno tiene que estar fingiendo. Es la sensación que te queda cada vez que existe una noticia de gran alcance político en el Estado español, como son ahora los fuegos descontrolados causados por el cambio climático y agudizados por la dejadez de funciones de varios gobernantes. No puede ser que tanta gente se trague todos los bulos y todas las acusaciones que vierten sus líderes favoritos. Por mucho WhatsApp reenviado con un vídeo manipulado que le llegue, por muchas horas de Horizonte o Espejo Público que vea en televisión, por mucho sesgo de confirmación que favorezca a creerse la mayor mentira que le llegue sin contrastar ni pestañear. Algún límite tiene que haber. Alguna vez tienen que dudar o al menos torcer un poco el morro ante las conspiraciones.
Aunque no es nuevo, desde la pandemia se han agudizado este tipo de comportamientos tan extremos como sorprendentes. Creo que casi todo el mundo tiene alguien cerca que parecía una persona normal, incluso con ideas progresistas, que de repente se torció y se fue a un lado oscuro del que ya no regresó. Pueden empezar con un vídeo manipulado que mezcla vacunas y autismo o que habla de Bill Gates y su idea de reducir población mundial y acabar en un sectarismo donde a toda persona, digamos, normal, la ve como cómplice de una conspiración mundial que quiere anteponer una ideología woke a las libertades individuales. Ellos nunca tienen ideología, ni son manipulados, ni los medios ni nadie influyen en su manera de pensar. Se dicen libres y que tienen el derecho, como mínimo, de dudar. Como publicaba el otro día El Mundo Today: "Curiosamente, un joven que no se deja manipular por nadie defiende las mismas ideas que los tres hombres más ricos del mundo". Así es esta gente.
¿Qué podemos hacer para romper ese muro que se han creado? ¿Es posible que regresen a un mundo donde, como mínimo, se pueda debatir con ellos sin sentir vergüenza ajena? Porque dato ya no mata relato. Tienen respuesta para todo y de nada sirve que les enseñes información contrastada, el BOE o una confesión en vídeo de su líder favorito admitiendo que tiene cadáveres enterrados en el jardín de su casa. Ya dijo Trump que podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos. Y eso lo saben bien en el Partido Popular y, sobre todo, en la extrema derecha española. Lo vimos recientemente en la tragedia de la DANA en València, donde el máximo responsable de las consecuencias evitables de la catástrofe sigue en su cargo, culpando a otros y tratando con soberbia a las víctimas. Por desgracia, no sería extraño que fuera el partido más votado en algunas zonas afectadas. Quienes ya peinamos canas recordamos el chapapote gallego o el accidente del metro de València, por ejemplo.
En estas últimas dos semanas estamos viendo otro ejemplo de cómo aprovecharse de la mentira y de esos abrazadores de bulos. Los incendios que están arrasando varias comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular han pasado a ser culpa del Gobierno central, de los ecologistas y de lo que llaman ideología climática. No importa que las competencias en prevención y extinción de incendios sean de las comunidades autónomas, que se haya visto claramente cómo desde Génova 13 se ha orquestado a sus dirigentes regionales a atacar en bloque al Ejecutivo, que se haya desmentido que los ecologistas impiden la limpieza de montes o que esté demostrado que el cambio climático ha acelerado y empeorado los incendios. De nada sirve la realidad si están en una existencia paralela y virtual en la que el odio no les deja ver más allá. Pero los manipulados somos nosotros y estamos cegados por el Perro Sánchez y su poder dictatorial.
A veces da miedo. Piensas que no estás tan lejos de poder hacer clic e irte a un lugar del que no parece haber vuelta. O, como poco, te ves incapaz de poder dialogar con esa gente e intentar hacer del mundo, o al menos de tu barrio o localidad, un lugar un poco más respirable. Sientes que es difícil competir contra una maquinaria ideada y engrasada para que la posverdad reine y mantenga las relaciones de poder invariables. Antes pensaba que mediante el BOE y políticas sociales disruptivas se podría cambiar a estas personas, pero ya no lo tengo claro. ¿Podrían el PSOE y Sumar (ojalá) hacer una Ley de Vivienda que responda a las necesidades actuales, que limite precios, que termine con el alquiler vacacional, que haga accesible el acceso para todos y, pese a ello, saldrían votantes cavernarios a decirte que estás limitando su libertad para hacer negocio y premiando a los vagos, aunque ese mismo votante no tenga ni dónde caerse muerto? Parece mentira, pero hasta ese punto hemos llegado.
En Disney+ podemos ver la serie documental 548 días: captada por una secta, que narra cómo una adolescente alicantina acaba en una secta en la selva peruana. Sus padres no sospechaban nada, ni su gente más cercana, y de repente, alguien que parecía tener una vida normal, cruza el océano para seguir a un gurú que prometía salvar su alma. Parece un caso extremo, pero para nada. Existen numerosos casos a nuestro alrededor. Pero ahora esas sectas que antes se hacían a escondidas están registradas en el Ministerio del Interior; las tenemos a plena luz del día, con cámaras enfocando y medios de comunicación blanqueando y respaldando. Y ante eso, la realidad no es suficiente. Los datos y los hechos no valen. Poco se puede hacer. Pero no queda otra que seguir intentándolo, hacer pedagogía y dejar de reír las gracias a los conspiranoicos, por mucho que sea el primo que te cuidó de pequeño, un padre del grupo de WhatsApp de tus hijos o el antiguo amigo del cole. Si los normalizamos, también normalizamos la mentira y el odio. Aislarlos y repudiarlos no ayuda, pero hay que dejar de asumir que pueden estar entre nosotros con sus "opiniones" como válidas. Es agotador chocar con un muro constantemente, pero, poco a poco, esos ladrillos que parecen infranqueables pueden ir cediendo. Ánimo. Nos hará falta.
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