lunes, 22 de enero de 2018

RELATO | ¡Pon a trabajar tus horas de sueño!

Aún hay países donde los ciudadanos, intoxicados por discursos reaccionarios, insisten en defender viejos privilegios (“derechos” los llaman), se empeñan en trabajar como si siguiéramos anclados en el siglo XX
Aprovecha las horas que pasas dormido. Todo ese tiempo que la humanidad lleva milenios desperdiciando. Despierta, que llega Udream. O mejor sigue durmiendo, pero un sueño colaborativo
Por suerte hoy vivimos el triunfo de la libertad y del espíritu colaborativo; hoy la mayoría somos “colaboradores libres” (denominación legal que vino a sustituir a la de “trabajador autónomo” hace años)
Relato publicado en '2034: El reto de imaginar el futuro', número 17 de la revista de eldiario.es.
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Ilustración: César Tezeta



Ilustración: César Tezeta

¿Eres de los que por las noches se limita a dormir? ¿En serio? ¿No te importa desaprovechar así siete horas diarias, cuarenta y nueve horas a la semana, más de dos mil quinientas horas al año…? ¡Por favor, que estamos en el año 2034! ¡Deja de perder el tiempo y únete a nuestra plataforma Udream! Miles de durmientes ya han puesto a trabajar sus horas de sueño, y así ayudan a otras personas a la vez que consiguen ingresos extras. Si prefieres seguir durmiendo como ha dormido la humanidad desde las cavernas, date la vuelta y buenas noches. Pero si quieres unirte a la comunidad de durmientes activos, sigue leyendo, buscamos soñadores como tú.
Udream no es el último hito de la economía colaborativa, es mucho más que eso: una revolución. En los últimos diecisiete años han surgido apps que han puesto a trabajar todo lo que tenemos. Lejos quedan los pioneros como Uber, Deliveroo y otras que se atrevieron a cuestionar la vetusta organización del trabajo y nos enseñaron cómo sacar rendimiento a cualquier recurso ocioso de nuestras vidas: empezaron, recuerda, por tu tiempo libre (todas esas horas estériles que podían ser ocupadas con pequeños trabajos para completar ingresos), tu coche particular (para qué tenerlo tantas horas aparcado, pudiendo transportar viajeros), tu bicicleta (repartiendo pedidos al tiempo que paseas y haces ejercicio), tu casa (ofreciéndola a turistas para así poder pagar tu propio alquiler), o tu habitación sobrante (alquilándola a quienes no podían permitirse un piso propio).
Tras aquellos primeros visionarios que sacudieron los cimientos del anquilosado mercado de trabajo y expandieron la buena nueva del consumo colaborativo, llegó una segunda generación aún más ambiciosa: compañías que pusieron en el mercado hasta el último resquicio de tu vida, tanto que hoy nos cuesta recordar el viejo mundo, ese que vemos en las películas y series de hace apenas dos décadas, y que solo echan de menos algunos nostálgicos inadaptados.
Por aquel entonces —y parece que hablamos del pleistoceno, cuando solo hace diecisiete años— la gente todavía hacía deporte sin más, ¡solo para ponerse en forma! Hasta que llegó la app que convertía tareas productivas en rutinas deportivas con las que se quemaban más calorías que en el anticuado crossfit. Fábricas, centros logísticos y grandes obras públicas se reconvirtieron en gimnasios, hoy comunes en cualquier ciudad, mientras las calles se llenaron de runners cuyas carreras encontraron un sentido: llevar pequeños paquetes de compras online de un lugar de otro de la ciudad, en feliz competencia con otras plataformas que convierten también en repartidores a jubilados paseantes, pandillas de adolescentes que no saben dónde ir, y en general cualquiera que tenga que ir de un sitio a otro por cualquier motivo, y con solo conectarse encontrará un pedido que entregar cerca de su destino. Da gloria ver la ciudad llena de muchedubres cargadas de paquetes cruzándose en inagotable movimiento, compitiendo alegremente por entregar más rápido para así aumentar su valoración en la app y obtener más encargos. ¡Y pensar que hubo en tiempo en que creíamos que serían los drones los que entregarían las mercancías! ¡Qué disparate, para qué gastar en drones que pueden estrellarse, despistarse o averiarse, habiendo tantos transeúntes por las calles!
Algo similar sucedió con las horas de televisión. Hoy cuesta creer que en el mundo de ayer las familias se sentasen a ver la tele ¡sin hacer nada más! Hoy solo algunos reaccionarios se empeñan en tumbarse en el sofá para cambiar de canal, mientras la mayoría nos apuntamos a smartv y aprovechamos esas horas para hacer todo tipo de “colaboraciones” con particulares y empresas, lo mismo rematar prendas de confección que atender llamadas de un call-center. ¡Y desde el mismo sofá donde antes vegetabas!


Ilustración: César Tezeta  
No hace falta que nos detengamos mucho en recordar a otros precursores a cuya historia exitosa queremos vincular nuestra nueva aplicación: los que acabaron con las aburridísimas vacaciones de antes (hay tantas “colaboraciones” compatibles con viajar o estar en la playa, y que además te permiten financiar esas semanas de vacaciones que las empresas dejaron de pagar hace años). O quienes dieron el salto de la “comida a domicilio” a la innovadora “comida en domicilio” (la genial DondeComen2Comen3, startup que terminó con el monopolio de los restaurantes incorporando al mercado a millones de hogares a partir de una idea tan sencilla como rompedora: si tu familia come en casa a diario, ¿por qué no aprovechar para compartir la comida con personas que comen fuera de casa? Pronto se sumaron desayunos y cenas, creando una gran red social de cocinas compartidas que hoy son el principal sustento de numerosas familias). O sin salir del ámbito doméstico, recordemos la app que puso en contacto a gente que necesita que le limpien la casa, con gente que adora limpiar, sin los inconvenientes legales ni fiscales de las antiguas “trabajadoras del hogar”, hoy reconvertidas todas en colaboradoras del hogar que desarrollan su actividad con total libertad, cuando y donde quieren.
Y por supuesto, todas aquellas plataformas digitales que en numerosos sectores y empresas han reformulado las rígidas relaciones laborales de antaño, cuando un hospital tenía médicos (¡contratados todo el tiempo, y con un sueldo fijo!), un colegio profesores, un avión azafatas, o un banco empleados (¡y sucursales, qué locura!), con lo natural que hoy nos parece que un enfermo contacte directamente con un médico y fijen libremente el precio de la consulta; o que todo el que esté capacitado para enseñar pueda compartir sus conocimientos con todo el que esté interesado en aprender; o que sean los propios pasajeros de un avión los que den las instrucciones de evacuación y ofrezcan la venta a bordo (a cambio de un irresistible descuento en el billete); o que un banco cuente con telecolaboradores como los tiene hoy cualquier empresa que necesite un servicio de atención al cliente (que antes obligaban a costosas oficinas o teleoperadores contratados).
Aunque quizás nuestra revolucionaria Udream se vincule más a aquellos visionarios que no tuvieron miedo de chocar con prejuicios morales ni obstáculos legales, y se propusieron ensanchar el cauce de lo posible, con no poco rechazo en sus inicios. Estamos pensando en la famosa app de alquiler de vientres, U-Tero, que puso fin drásticamente a la absurda polémica sobre la gestación subrogada, creando la gran red en la que hoy interactúan parejas que no pueden o no quieren procrear, con mujeres altruistas que entienden que no tiene sentido limitar la capacidad reproductiva de la mujer a solo uno o dos hijos, pudiendo tener una docena a lo largo de su vida fértil, y satisfacer así a otras tantas familias. O yendo un paso más allá, esa otra plataforma colaborativa que estimuló el intercambio de órganos, sustituyendo al ineficiente sistema de donación existente hasta entonces. Y por supuesto, la que más resistencia encontró: Love4U, otro apabullante éxito de la nueva economía colaborativa, la red que pone en contacto a personas con déficit sexual y personas con superávit sexual, encontrando así espacio para la mutua satisfacción de necesidades a la vez que una recompensa para quienes libremente deciden compartir su capacidad sexual, y que todavía hoy provoca ataques moralistas de quienes insisten en equiparar el sexo colaborativo con la prostitución de toda la vida. ¡Nada que ver!
Pues con estos precedentes conocidos, desde Udream estamos en condiciones de cruzar un nuevo límite, conquistar otro territorio. Hoy, año 2034, cuando la mayoría de ciudadanos no conoce un trabajo tal como lo entendían nuestros padres (y quién querría hoy tener horario, sueldo o tareas fijas, qué antigualla; el que añore una nómina, que vaya a verla al museo), cuando lo inteligente es poner en valor todas tus capacidades y todo tu tiempo para así conseguir los ingresos que el viejo modelo laboral te niega, alcanzamos la última frontera: el sueño. Las horas que pasas dormido. Todo ese tiempo que la humanidad lleva milenios desperdiciando. Despierta, que llega Udream. O mejor sigue durmiendo, pero un sueño colaborativo.
Seguro que nunca te habías planteado la cantidad de cosas que puedes hacer dormido. La cantidad de dinero que puedes ganar dormido. Y sin perder un minuto de sueño. Ni te imaginas cuántas actividades económicas necesitan cuerpos en algún momento de su proceso productivo, y qué mejor que un cuerpo dormido, disponible y que no opone ningún tipo de resistencia o reparo.
Son numerosos los particulares y empresas que ya recurren a durmientes a través de nuestra intermediación. Es cierto –y así lo advertimos al firmar el compromiso de colaboración- que algunas de esas tareas pueden interrumpir el sueño en uno o varios momentos de la noche. Es el caso del servicio más solicitado, la atención de alarmas (de seguridad, de centrales telefónicas y eléctricas, de fábricas automatizadas, etc): solo tendrás que despertar en caso de incidencia, y una vez resuelta podrás seguir durmiendo. Y todo desde casa, desde la cama, lo que ha permitido a cientos de empresas prescindir de las costosas guardias nocturnas, a la vez que ponían fin a los incómodos turnos de noche que tantos trabajadores sufrían.
Pero hay muchos otros servicios que ni siquiera perturbarán tu descanso, al que además te ayudaremos con productos somníferos totalmente gratuitos:
-Científicos que buscan cerebros con los que investigar (y nada mejor que tu cerebro dormido, sin distracciones).
-Laboratorios farmacéuticos e industrias cosméticas que necesitan ensayar sobre pieles, órganos, cabellos, uñas o mucosas reales (ni te darás cuenta, duerme tranquilo; y a cambio el beneficio para tu salud y estética será apreciable al despertar).
-Gente sola que querría tener a alguien al otro lado de la cama (y total, se trata de dormir, qué más te da dónde).
-Voyeurs que disfrutarán viéndote dormir (presencial o a distancia, tú eliges, y tú decides también si aceptas algún tipo de contacto físico).
-Aunque aún está en fase de desarrollo, esperamos contar pronto con un catálogo de tareas sencillas y repetitivas que pueden realizarse en estado de somnolencia inducida, con una utilización mínima del cerebro y sin que afecte al descanso del cuerpo (atender llamadas de call-center, grabar datos, etiquetar imágenes, community manager de marcas…). Si además eres sonámbulo, tus opciones de generar ingresos aumentan.

Ilustración: César Tezeta
Seguramente tienes dudas, y te entendemos. Cada paso hacia la construcción de un nuevo modelo de sociedad ha encontrado siempre el rechazo de sectores conservadores reticentes a todo cambio, así como aquellos que no quieren perder sus privilegios (como ocurrió con los ya desaparecidos taxistas, o los extintos estibadores, que en su día pretendieron mantener el monopolio de los puertos: ¡hoy cualquiera puede descargar barcos en su tiempo libre mientras se pone en forma!). Es lógico que nuestra revolucionaria propuesta genere controversia, sobre todo entre los últimos restos de sindicatos, esos dinosaurios que ya solo representan a la menguante aristocracia de funcionarios y los escasos trabajadores asalariados que increíblemente han conseguido sobrevivir a las transformaciones de los últimos veinticinco años.
Es verdad que hay algunos países, pocos, que todavía no permiten nuestra actividad. Son los mismos países (una minoría, por suerte) que llevan años poniendo obstáculos a lo que llaman despectivamente “uberización” del trabajo. Países donde los ciudadanos, intoxicados por discursos reaccionarios, se dejan llevar por el miedo al futuro e insisten en defender sus viejos privilegios (“derechos” los llaman), se empeñan en trabajar como si siguiéramos anclados en el siglo XX, y presumen de conservar reliquias que deberían estar en el museo arqueológico: salario mínimo, negociación colectiva, prestación de desempleo, pensiones... Países que hace años sufrieron la desgracia de que una parte de sus ciudadanos se sublevase contra el progreso y, mediante huelgas y formas de organización propias del sindicalismo decimonónico, lograron que gobiernos débiles aprobasen leyes que limitaban el desarrollo de la economía colaborativa. ¡Y todavía se muestran orgullosos de ello!
Hablamos de países anquilosados, que nunca han comprendido la economía colaborativa y aún hoy nos acusan, a los impulsores de la misma, de extender la precarización y destruir derechos laborales. Ni caso: son los mismos neandertales que hace décadas ya sostenían que la destrucción del empleo tradicional no era un efecto del desarrollo tecnológico, sino resultado de una estrategia del capitalismo (y siguen diciendo hoy “capitalismo”, pues no aceptan que el viejo sistema económico fue superado por el paradigma colaborativo). En fin, ya ves, argumentos propios no ya del siglo XX, sino del XIX.
Ellos se lo pierden. Udreams no es para ellos. Poner a trabajar el sueño es un nuevo hito, la última frontera. Recordemos cuándo hacia 2017, los llamados “expertos” pronosticaban un futuro donde los robots realizarían cada vez más tareas, el empleo se reduciría, trabajaríamos menos horas, y sería necesario algún tipo de renta básica universal (esa aberración económica que sí funciona en esos pocos países atrasados). Por suerte, sus vaticinios fallaron, y hoy vivimos el triunfo de la libertad y del espíritu colaborativo; hoy la mayoría somos “colaboradores libres” (denominación legal que vino a sustituir a la de “trabajador autónomo” hace años). Y en cuanto a la robotización… Fantasías futuristas de quienes carecían de imaginación. Acabó pasando como con los inútiles drones. ¿Quién necesita un costoso robot habiendo tantos ciudadanos dispuestos a poner a trabajar todo lo que tienen, incluidas sus horas de sueño? ¡Atrévete a soñar con nosotros!


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