sábado, 24 de febrero de 2018

Cementerio de chalecos salvavidas, isla griega de Lesbos


El más triste oxímoron, un cementerio de chalecos salvavidas. La foto me la envía mi hija mayor desde la isla griega de Lesbos, donde pasa un tiempo colaborando con una ONG en la atención de personas refugiadas. Siguen llegando, o intentando llegar, aunque la atención mediática y política haya decaído.
"Nuestra tarea es recoger a las personas una vez que han bajado de embarcaciones precarias llamadas dinguis y llevarlas a un campamento donde solo pueden pasar la primera noche. Ayer llegaron 35 personas, entre ellas doce niños", nos cuenta mi hija. "Les damos mantas y ropa seca y algo calentito de comer, después les llevan al campo de refugiados permanente de Moria, que está en muy malas condiciones".
Lo cuenta y me parece mentira que hable de Europa, que no seamos capaces de prestar mejor asistencia a quienes llevan tantas penurias y kilómetros recorridos, que no estemos evitando que tantas dejen la vida en la travesía. Que el gobierno español siga sin cumplir sus obligaciones de acogida.
Mientras los refugiados esperan y desesperan en campos precarios, sus chalecos se van apilando en un vertedero a la espera de ser destruidos o reciclados. Muchos de esos chalecos son falsos, están hechos de esponja y ni siquiera ayudan a flotar.
El cementerio de chalecos salvavidas es un gigante monumento de este drama humanitario, un vergonzoso recordatorio de que es nuestra obligación hacer mucho más por garantizar el derecho humano y universal a una vida digna.

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