lunes, 24 de agosto de 2015

El diktado de Alemania, de Ignacio Ramonet


Nº: 238   Agosto  2015 



Sólo en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania, Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su pueblo mediante referéndum.

Exhibido por los vencedores como un trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar también tantos sapos y culebras que el propio semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...


Cuando la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes, la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas” (1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.


La gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para los pueblos.


Al presentar a las muchedumbres a un Tsipras con la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande, Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de otros frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados definidos una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.


Lo más perverso es que, al igual que en un juicio estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que lo elogie y que lo suplique.


Los que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya estamos en un momento que podríamos calificar de “postdemocrático” o de “postpolítico”, ya que lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el desgaste del funcionamiento democrático y del funcionamiento político. Además, muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.


La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?


Lo que Angela Merkel ha querido demostrar de manera muy clara es que, hoy en día, no existe lo que llamamos alternativa económica, representando ésta una opción contraria a la política neoliberal de recortes y de austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo nuevo alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país, ese equipo de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, descubre que, en realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de economía, de finanzas y de presupuestos no dispone de ningún tipo de margen de maniobra porque, además, están los acuerdos internacionales, que “no se pueden tocar”; los mercados financieros, que amenazan con sanciones si se toman ciertas decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay espacio.


Todo esto significa, simplemente, que el gobierno de un Estado de la zona euro, por mucha legitimidad democrática que posea y aunque haya sido apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no tiene las manos libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas para modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a voto de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea reformar la economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, se encuentra con que no puede hacerlo. Sus márgenes de maniobra aquí son prácticamente inexistentes, no sólo por la presión de los mercados financieros internacionales sino también, sencillamente, porque su pertenencia a la zona euro le obliga a someterse a los imperativos del Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa, del Pacto fiscal (que exige que el presupuesto nacional no puede tener un déficit superior al 0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los países que necesitan un crédito), etc. 


Como consecuencia, se ha creado, efectivamente, en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los Estados que han pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de manera “soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”). No obstante, todo lo que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda, con la banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está gestionado por una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir, Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido rebajado al grado de protectorado.


Dicho con otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de largas y, a veces, sangrientas luchas. 


Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que hay que pasar. Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban? ¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la educación?


La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo que hemos perdido es irreversible. “Lasciate ogni speranza” (3). Ése fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una bandeja...


 

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