martes, 26 de febrero de 2019

La testosterona como mecanismo de decisión.

Fernando Broncano R ·    Washington   
No sé si os ha interesado mucho la historia del "cierre de Gobierno" de Estados Unidos y su reciente solución: Donald Trump ha tenido que ceder ante la firmeza y astucia de Nancy Pelosi y ha aceptado un presupuesto sin sus cincuenta y siete millardos de dólares para levantar el muro en la frontera con México. En política hay derrotas y derrotas, pero las derrotas simbólicas son las más dolorosas y posiblemente las más efectivas (tal vez porque, entre otras cosas, la política se mueve muchas veces en el terreno de lo simbólico). Trump aguantó lo que pudo frente al Congreso, que tenía la llave de los presupuestos, y no le importó dejar en la calle a mucha gente y a otra obligarla a trabajar sin pagarles. No es que el país estuviera al borde del caos, pero comenzó a haber problemas en la seguridad de los vuelos, retrasos, etcétera y también comenzaron a escucharse muchas voces de ciudadanos afectados en la televisión diciendo "me arrepiento de haber votado a Trump". De hecho, ha sido esta creciente ola de desafección la que ha obligado al macho alfa a doblar la testuz. No es poco: para quien ha apostado por una forma política de poder simbólico, esta derrota ante sus propios fieles tendrá consecuencias a medio plazo.
Todo esto me lleva a una reflexión sobre los errores en política. Uno de los pocos placeres sublimes que nos quedan a los ciudadanos sin más poder político que el voto y la opinión es saborear el espectáculo de los errores, sobre todo los que están motivados por el abuso de la testosterona como mecanismo de decisión. Trump debería haber empezado a negociar con Pelosi al día siguiente de su elección, pero eligió el camino de la testosterona. Ha terminado aprendiendo una dura lección sobre hormonas y política: la progesterona puede ser mucho más efectiva en tiempos de conflicto. Sirva de lección para todos los adictos a la macho-política y de las alharacas del poder.

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