La antigua Escuela de Magisterio está en un lugar privilegiado de València, frente al jardín del río Turia, un parque urbano como una espina dorsal verde que recorre la ciudad y por donde antes pasaba un río que se desbordaba cada dos por tres y que causó la terrible inundación de 1957. “Hasta aquí llegó la riada”.
Desde este lunes, esa escuela universitaria con vistas a lo que fue un río acechante se ha dado la vuelta y se ha 'rejuvenecido' para acoger a los casi 500 alumnos de Primaria del Lluís Vives de Massanassa (10.000 habitantes), que fue declarado en peligro de derrumbe y cuya estructura mató a un trabajador al que la Generalitat había enviado a hacer tareas de limpieza el pasado domingo.
“Hoy ha sido un día de reencuentros y feliz, pero también agridulce por el operario fallecido en nuestro colegio”, cuenta su director, Salva Crespo, que ha instalado temporalmente su 'despacho' en unas mesas a la entrada para resolver dudas y problemas y estar a la vista. “En unos días ya nos iremos a las salas”. Es fácil encontrar a Salva, también para los padres, los alumnos y su equipo.
En el hall de entrada de Magisterio –un edificio serio de paredes de hormigón, techos altísimos y detalles de aluminio rojo– hace días que alguien colgó en secreto unos carteles que gritan con colores infantiles y mayúsculas “Benvinguts” i “Benvingudes”. Los llevaron con felicidad y alevosía los profesores para que este lunes los alumnos los encontraran a la entrada, en su primer día de colegio desde el 29 de octubre.
También han colgado algunos banderines de colores en los pasillos. “Estamos transformando todo poco a poco, nos sentimos afortunados de estar todo el colegio en el mismo espacio”. Los primeros planes eran diseminar clases en varios centros de acogida en otras localidades cercanas a Massanassa, pero al final la Universitat de València les ha cedido este enorme espacio para instalar a sus 22 grupos –el Lluís Vives es uno de los colegios de Primaria más grandes de la zona cero–.
Los más pequeños están pintando sentados en sus sillitas, minúsculos grupos que se pierden en espacios infinitos. Otros niños más mayores recorren el centro con sus tutores como guías turísticos. En el salón de actos, centenares de cajas de libros, juegos y material escolar. “Aquí hay para diez centros, la solidaridad ha sido increíble”, cuenta Crespo, mientras enseña cajas llenas de rotuladores, juguetes, libros por clasificar y hasta ordenadores cedidos.
Este lunes todo son llamadas, reuniones y gestiones entre los profesores y el equipo directivo. Están contentos porque los niños tendrán comedor, tras hacer unas pequeñas obras en la cafetería que antes acogía tazas de café y planchas de bocadillos para veinteañeros. “Han tenido que adaptar el circuito de residuos y también han hecho cambios para que se puedan enchufar neveras y lavavajillas, han trabajado el sábado y el domingo”. Todo ha ido bien, pero hasta que esté lista la cocina, este jueves, hoy toca pícnic.
También han tenido que hacer adaptaciones de seguridad: hay escaleras, barandillas y alturas que estaban pensadas para adultos, pero no para niños que miden menos de 1.50. “La respuesta de Prevención de la Universitat de València, de la directora de la Facultad, del vicerrector... Ha sido increíble”. Los universitarios que estudiaban allí el Máster de Profesorado que habilita para dar clase a Secundaria se han marchado y están recibiendo clases online hasta diciembre, como todos los campus tras la DANA. A partir de ahí, la UV buscará otras sedes para sus alumnos universitarios, para que los niños del Lluís Vives puedan acabar el curso en el mismo sitio. A partir de septiembre de 2025 está previsto que el CEIP Lluís Vives se traslade a Massanassa, a aulas prefabricadas en una parcela cedida hasta que se reconstruya su colegio.
“Todo ha ido bien, dentro de la situación caótica en la que estamos viviendo”, dice Crespo, mientras su equipo va y viene por escaleras y pasillos. Los niños han estado casi un mes sin rutinas ni colegio. Los padres, cuidándolos e intentando limpiar y hacer gestiones, muchos dejándolos con familiares o amigos. “Tenemos alumnos que han vivido cosas que un niño no debería haber vivido nunca, como ser arrastrado por una corriente junto a tu padre y salvarte en el último momento gracias a que te cogen unos vecinos”. También hay profesores y trabajadores afectados por la riada. Por eso, en este centro público han activado un plan de acción emocional con la Conselleria.
“Lo primero que hicimos tras la inundación fue llamar a las familias para ver qué había pasado, si había algún fallecimiento, si tenían casa o qué necesidades había para alertar a los Servicios Sociales”, cuenta el director, que recuerda la alegría de los niños al hablar por primera vez por teléfono con sus profesores. “Ahora estamos en la segunda fase, la de recibir al alumnado y que se pueda expresar, porque seguramente no han dicho nada aún. Se han visto en situaciones al límite, a ver si poco a poco podemos ayudarlos”.
En el hall, los pequeños estudiantes se arremolinan en torno a su profesora que, micrófono plateado y brillante en mano, les explica el que será su nuevo colegio. Unos bromean, otros admiten que al ir al baño se han hecho “un lío”. El equipo de funcionarios públicos que ha obrado este milagro de normalidad se despide rápido en la puerta porque hay mucho que atender hoy. Ellos también perdieron los materiales en el anterior colegio, todo, solo alcanzaron a guardar lo más valioso con llave en el primer piso “para evitar robos”. Aun así, como tantas personas de la zona cero, se sienten “afortunados”.
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A las cinco de la tarde, los diez autobuses que dejaron a los 470 niños del Lluís Vives de Massanassa los recogerán a las puertas del antiguo cauce del río de València que, al ser desviado tras la riada de 1957 hizo de barrera y dejó la capital intacta durante esta brutal DANA mientras la otra parte se anegaba.
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