Nomsa Maseko BBC News, Johannesburgo
Junto con otros 600 hombres, Ndumiso vive y trabaja en una pequeña “ciudad” controlada por una banda -con mercados y hasta una zona roja- que ha crecido en las profundidades de una mina de oro en desuso de Sudáfrica.
Las personas que salen de la mina de Stilfontein están frágiles y enfermas.Ndumiso le contó a la BBC que, tras ser despedido por una gran empresa minera, decidió unirse a la banda en su mundo subterráneo para convertirse en lo que se conoce como un "zama zama", un minero ilegal.
Él excava en busca del preciado metal y sale a la superficie aproximadamente cada tres meses para venderlo en el mercado negro con enormes beneficios. Ahora gana más que antes, aunque los riesgos son mucho mayores.
“La vida clandestina es despiadada. Muchos no salen vivos”, explica este hombre de 52 años, que habló con la BBC a condición de que no se utilizara su nombre real por temor a represalias.
“En un nivel del pozo hay cadáveres y esqueletos. Lo llamamos el cementerio zama-zama", explica. Pero para los que sobreviven, como Ndumiso, el trabajo puede ser lucrativo.
Mientras él duerme sobre sacos de arena tras agotadoras jornadas bajo tierra, su familia vive en una casa que compró en un municipio de la ciudad de Johannesburgo.
Pagó en efectivo unos US$7.000 por la casa de un dormitorio, que amplió para incluir otros tres dormitorios, explica.
Minero ilegal desde hace unos ocho años, Ndumiso logró enviar a sus tres hijos a colegios de pago, uno de los cuales va ahora a la universidad.
“Tengo que mantener a mi mujer y a mis hijos, y ésta es la única forma que conozco”, afirma, y añade que prefiere trabajar en la clandestinidad antes que aumentar el alto índice de delincuencia convirtiéndose en ladrón de coches o atracador, después de pasar muchos años intentando encontrar un trabajo legítimo.
Su trabajo actual es en una mina de la pequeña localidad de Stilfontein, a unos 145 km al suroeste de Johannesburgo, que está en el centro de la atención mundial después de que un ministro del gobierno, Khumbudzo Ntshavheni, prometiera “echar humo” a los cientos de mineros que se encontraban bajo tierra para obligarlos a salir, e impidiera con ayuda de las fuerzas de seguridad el suministro de alimentos y agua.
“No hay que ayudar a los criminales. A los criminales hay que perseguirlos”, afirmó Ntshavheni.
Un grupo activista, la Sociedad para la Protección de Nuestra Constitución, inició un proceso judicial para exigir el acceso al pozo, que según la policía tiene unos 2 km de profundidad.
El tribunal dictó una sentencia provisional, en la que se establece que se pueden entregar alimentos y otros artículos de primera necesidad a los mineros.
Trabajo rentable a pequeña escala
Ndumiso trabaja en otro pozo de la mina y salió a la superficie el mes pasado, antes del actual enfrentamiento. Ahora está esperando a ver cómo evoluciona la situación antes de decidir si regresa.
El enfrentamiento se produce tras la decisión del gobierno de tomar medidas enérgicas contra una industria que se ha descontrolado, con bandas mafiosas que la dirigen.
"El país lleva muchos años lidiando con la lacra de la minería ilegal, y las comunidades mineras se llevaban la peor parte de actividades delictivas periféricas como violaciones, robos y daños a infraestructuras públicas, entre otras cosas”, declaró Mikateko Mahlaule, presidente de la comisión parlamentaria de recursos minerales.
El presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, dijo que la mina era una “escena del crimen”, pero que la policía estaba negociando con los mineros para poner fin al enfrentamiento, en lugar de bajar a detenerlos.
Ndumiso es uno de los cientos de miles de trabajadores -tanto locales como de países vecinos como Lesoto- que han sido despedidos a medida que la industria minera sudafricana ha ido decayendo en las últimas tres décadas. Muchos de ellos se han convertido en “zama zamas” en las minas abandonadas.
El investigador David van Wyk, de la Fundación Benchmark, con sede en Sudáfrica, ha estudiado el sector y afirma que hay unas 6.000 minas abandonadas en el país.
“Aunque no son rentables para la minería industrial a gran escala, sí lo son para la minería a pequeña escala”, declaró al podcast de la BBC Focus on Africa.
Ndumiso explicó que trabajaba como perforador para una empresa minera de oro, donde ganaba menos de US$220 al mes, hasta que lo despidieron en 1996. Tras luchar durante los 20 años siguientes por encontrar un trabajo a tiempo completo debido a la aplastante tasa de desempleo de Sudáfrica, decidió convertirse en minero ilegal.
Hay decenas de miles de mineros ilegales en Sudáfrica. Según Van Wyk, sólo en la provincia de Gauteng, el corazón económico del país, donde se descubrió oro por primera vez en el siglo XIX, hay unos 36.000.
“Los zama zamas pasan a menudo meses bajo tierra sin salir a la superficie y dependen en gran medida de la ayuda exterior para alimentarse y cubrir otras necesidades. Es un trabajo arduo y peligroso”, afirma un informe de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional.
“Algunos llevan pistolas, escopetas y armas semiautomáticas para protegerse de las bandas rivales de mineros”, agrega el informe. Ndumiso declaró a la BBC que sí poseía una pistola, pero que también pagaba a su banda una “cuota de protección” mensual de unos US$8.
Sus guardias, fuertemente armados, se defienden de las amenazas, sobre todo de las bandas de Lesoto, que tienen fama de disponer de una potencia de fuego más letal, afirmó.
Minero "con suerte"
Bajo la protección las 24 horas del día de la banda, Ndumiso dijo que utilizaba dinamita para volar rocas y herramientas rudimentarias como un pico, una pala y un cincel para encontrar oro.
La mayor parte de lo que encuentra se lo da al jefe de la banda, que le paga un mínimo de US$1.100 cada dos semanas. Dice que puede quedarse con parte del oro, que vende en el mercado negro para completar sus ingresos.
Él es uno de los mineros afortunados que han llegado a un acuerdo de este tipo, y explica que a otros los secuestran y los llevan al pozo para que trabajen como esclavos, sin recibir ningún pago ni oro.
Ndumiso dijo que normalmente permanecía bajo tierra unos tres meses seguidos, y luego subía de dos a cuatro semanas para pasar tiempo con su familia y vender su oro, antes de volver a los profundos pozos.
“Estoy deseando dormir en mi cama y comer comida casera. Respirar aire fresco es una sensación increíblemente poderosa” (...)
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