martes, 27 de mayo de 2025

CTXT. El apagón que no se acaba, de Antón Losada

 Antón Losada 2/05/2025

Si algo ha caracterizado el ecosistema energético español durante las últimas décadas ha sido la opacidad. Resulta casi imposible saber por qué pagamos lo que pagamos y cómo opera el sistema


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Para quienes nos criamos en la Mariña de Lugo durante el tardofranquismo y la Transición, con casi tantos días con luz como días sin luz por invierno, los apagones conforman un recuerdo de infancia revivido de la manera más inesperada el 28 de abril de 2025. El kit de la Unión Europea, que tantas risas provocó hace una semanas y ahora ya no da para muchas bromas, a nosotros nos venía de serie. No tenía que venir Ursula von der Leyen a explicarnos que conviene tener un transistor y pilas, linternas y velas, dinero en efectivo, comida no perecedera y algunas medicinas básicas.

Lo más importante aprendido durante aquellos inviernos fue que los apagones conviene tomarlos con paciencia, porque por mucho que te apresures la corriente vuelve cuando puede. No deja de pasmar la urgencia por tener ya una respuesta a por qué falló un sistema tan complejo que ni quienes lo manejan saben explicar muy bien cómo opera. Quien esto les escribe aún está esperando una explicación por tantos cortes de luz mientras cursaba la EGB.

Necesitamos tener un culpable y necesitamos tenerlo ya, para ejecutarlo lo más rápido posible en la plaza virtual ante los ojos de todo el mundo. Constituirá una gran decepción si, al final, resultase que no concurre una sola respuesta o una única causa; si al final de tanta comisión de estudio y tantos millones de datos resultase que han concurrido varias causas y una disposición determinada de circunstancias tan improbable como posible.

La exuberancia irracional de ingenieros y expertos en el “mejor sistema eléctrico del mundo” no debería distraernos de apreciar algunas cosas que destacan a simple vista, sin necesidad de ser perito. No les ayudarán a entender las causas del apagón, ni sirven para asegurar que no vuelva a ocurrir, pero dicen mucho del país donde ha sucedido. Puede volver a suceder y, si nos pilla en un día sin tanto sol, a lo mejor no lo llevamos tan bien.

Cuesta trabajo entender cómo, el mismo presidente Sánchez, que esa mañana se personaba en las instalaciones de Red Eléctrica Española, esperó hasta la hora de levantarse de la siesta para salir a contarnos lo que ya sabíamos: que no había luz, que la cosa era seria, que ojo con los bulos y que no usáramos el teléfono como si se fuera a acabar el mundo.

Tampoco cuadra del todo este empeño devoto por sostener las maravillas de nuestro sistema eléctrico. Resulta cierto que ha demostrado una notable capacidad de recuperación, pero eso ni justifica ni exime de la inexorable responsabilidad por una caída tan memorable como costosa. Para dimitir no hay que ser culpable. Basta con ser responsable.

Mejor no hablar del ventajismo de los presidentes autonómicos, mayoritariamente populares, que invocaron el nivel tres para transferir las culpas de cuanto pudiera ocurrir al malvado Pedro Sánchez, mientras se dedicaban a hacer de comentaristas de la jornada. Son como esos supervivientes del Titanic –seguro que hubo– que se subieron a los botes salvavidas mientras criticaban con dureza a quienes se quedaban a bordo. El empeño del Partido Popular en plantear una especie de empate a incompetencia entre la dana y el apagón se ubica entre lo cuco y lo patético.

Aunque nada llama tan poderosamente la atención como contemplar a Redeia, que acaba de anunciar 145 millones de euros en beneficios tras el primer trimestre del 2025, o a las empresas eléctricas como Iberdrola, que acaba de declarar otros 2.004 millones en beneficios, hacerse las ofendidas porque alguien les demande responsabilidades ante el mal funcionamiento de un sistema y un mercado energético donde todo constituye derechos para las compañías y todo acaba en obligaciones para los usuarios.

La liberalización del mercado nos ha traído una de las energías más caras de Europa. Todo aquello que, en teoría, debería hacer bajar los precios, desde el viento o el sol a la libre competencia, los empuja casi siempre hacia arriba. Si el sistema no resulta más robusto será porque operadores con beneficios millonarios no quieren pagarlo. Si algo ha caracterizado el ecosistema energético español durante las últimas décadas ha sido la opacidad y un funcionamiento a modo de caja negra indescifrable, donde resulta casi imposible saber por qué pagamos lo que pagamos y el sistema opera como opera. Ahí el apagón continúa. Nunca se recupera.

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