domingo, 10 de abril de 2022

Ctxt. DESERTAD, de Franco ‘Bifo’ Berardi

 Diego León Socorro   

DESERTAD
Artículo de Franco Berardi 29/03/2022, en Ctxt
No está claro cómo saldremos de esta guerra. En el peor de los casos no saldremos de ella del todo. En el mejor, una ola de nacionalismo fragmentará el continente europeo en un mosaico de ejércitos fascistas en guerra entre sí.
Leo las palabras de viejos compañeros que instan a enviar armas al pueblo ucraniano que lucha contra el invasor. Como dice Gad Lerner en un discurso reciente sobre el tema, “estamos caminando descalzos sobre vidrios rotos”, así que respeto los sentimientos de esos viejos compañeros míos, pero espero no parecer cínico si los invito a reflexionar sobre el contexto y el sentido general del proceso del que la guerra de Ucrania es el catalizador.
Parece que hoy está prohibido pensar. Hay que tomar posición, hay una guerra de agresión desatada por la Rusia stalino-zarista, y hay una resistencia que involucra a la gran mayoría del pueblo ucraniano. Lo sé y parece innegable.
Sin embargo, antes de pronunciarme, si se me permite, me gustaría conocer el contexto histórico: desde la hambruna que mató millones de ucranianos en los años de Stalin, hasta el apoyo que la mayoría de los ucranianos dieron a Hitler durante la guerra, hasta la eliminación de 1,2 millones de judíos por las SS ucranianas, hasta la política de expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia.
¿Se me permite estudiar historia, se me permite comprender? O, queridos viejos compañeros que ahora son intervencionistas, ¿sólo es lícito tomar una posición, sin comprender, sin saber?
Conocí a esos compañeros míos en las ocupaciones contra la guerra estadounidense en Vietnam, juntos crecimos en la cultura del internacionalismo, creyendo que estábamos viviendo el amanecer de una época más feliz y no, como sabemos ahora, el ocaso de la civilización humana.
Juntos pensábamos que la nación era un concepto brutal y estúpido, herencia de una era bestial de la que la cultura podía emanciparnos.
Juntos pensamos que la nación era una máscara de depredadores competidores que envían a los niños a morir para obtener ganancias.
Ingenuamente juntos, pensamos que la cultura podía emancipar a mujeres y hombres de esa bestialidad. No sabíamos que la cultura estaba destinada a disolverse a raíz del darwinismo neoliberal que restauró la ley natural de la selva en la que sólo puede vivir quien sabe matar. No sabíamos que la bestia estaba destinada a resurgir como un monstruo de dos cabezas que ahora se muerden entre sí. Las dos cabezas son el globalismo capitalista y el nacionalismo soberano: de sus mordiscos proliferan pequeños monstruos nacionales.
Europa está dispuesta a enviar armas, no a morir. Tampoco está preparada para encontrarse de la noche a la mañana sin calefacción y sin gasolina.
Hace veinte años, las multitudes se unieron bajo el grito patriótico “todos somos estadounidenses”, y agitaron sus pañuelos para saludar a la gran empresa afgana que finalizó el 21 de agosto de 2021, ya sabemos cómo. Ahora, las 24 horas del día en las redes unificadas hay una demostración de heroísmo a través de terceros.
La persona interpuesta es el pueblo ucraniano, incitado, instigado, exaltado por una multitud de simpatizantes emocionados que siguen agitando sus pañuelos. Pero esta vez el espectáculo puede extenderse a la audiencia, involucrar al público y aplastar lo poco que queda de la vida civil.
Vi ‘Invierno de fuego’
Vi Invierno de fuego del director ruso-israelí Afineevsky. Una película que narra, sin dibujar el contexto nacional e internacional, la resistencia del pueblo, la solidaridad ciudadana, el orgullo nacional, la determinación implacable. Aunque me resulta difícil compartir el nacionalismo como se presenta, entiendo esto: si los ucranianos pudieron resistir la violencia brutal de los Berkuts de Yanukovych con sus propias manos, hoy, con las armas que les enviamos, podrán resistir como leones al ejército de Putin. Y morirán por miles. Y matarán a miles de soldados rusos, veinteañeros enviados a morir por la locura criminal de Putin.
Nosotros enviamos a los ucranianos al frente. Les prometimos la OTAN, Europa y la libertad. La libertad de la que goza Julian Assange, de la que disfrutan los estadounidenses negros y los trabajadores precarios de todo el mundo. Les prometimos democracia, la que vivieron los griegos en el verano de 2015.
A cambio de su libertad, les pedimos que mueran por la OTAN, aunque la llamen Unión Europea.
Pero ahora Zelenski nos llama: “Ucrania está dispuesta a morir por Europa. Veamos si Europa está lista para morir por Ucrania".
Animaremos desde las gradas.
Como en los días de los gladiadores.
Es el momento Anders en la historia del mundo. En la década de 1960, cuando la bomba atómica se apoderó de la imaginación, Günther Anders reflexionó sobre los efectos políticos y psíquicos de esa innovación tecno-militar. Judío, filósofo de educación heideggeriana, que emigró a América en los años del exterminio de su pueblo, Anders escribió, en artículos y libros que nunca tuvieron la circulación merecida, que el Tercer Reich era sólo el ensayo general de un espectáculo que (él lo dijo) verán nuestros nietos cuando el nazismo esté en todas partes. Ahora los nietos de Anders son testigos del triunfo del Nuevo Tercer Reich, el monstruo bicéfalo del supremacismo blanco que no acepta su declive.
Anders fue tratado con cierto desapego por parte de los académicos: un pesimista, decían de él los ensalzadores de las glorias de la democracia liberal.
Ahora es evidente: el culto a la nación, a la raza, ha vuelto por todas partes a dominar la escena, y lo que se libra en Ucrania es una guerra de Hitler contra Hitler. Guerra interna de exterminio en Occidente.
No es la primera vez que un poder blanco (por ejemplo los Estados Unidos de América) lanza campañas de exterminio contra poblaciones indefensas.
Gracias a las sanciones contra Irak en la primera guerra del Golfo, la mortalidad infantil pasó del 56 por mil en 1990 al 131 por mil en 1999. En 1996, el programa Sixty Minutes entrevistó a la embajadora estadounidense ante la ONU Madeleine Albright: “Parece que 500.000 niños iraquíes murieron a causa de los embargos. Es más que Hiroshima. ¿Es un precio justo a pagar?”. La respuesta fue digna del Putin que ahora vemos en acción: "Fue una elección muy difícil, pero sí, eso creemos”.
Pero esos muertos eran iraquíes, no pesaban mucho en la conciencia occidental. Los muertos de Mariupol nos impresionan particularmente porque la masacre ocurre dentro del mundo blanco, dentro de Occidente, ya que Rusia es Occidente, en el sentido de que es parte de la raza carnívora.
Lo que es Occidente no está claro. En términos geográficos, Rusia no forma parte de él. En términos políticos, Occidente es el mundo libre opuesto a la autocracia. Y, por supuesto, la geopolítica importa, y la política importa. Pero lo que más importa es la pertenencia cultural al mundo cristiano, blanco e imperialista.
Desde este punto de vista, Rusia es Occidente. Occidente es la tierra del declive, la tierra del futuro que ahora está en declive. El futurismo ruso y el futurismo occidental tienen raíces diferentes pero el mismo significado: expansión. Y tienen la misma suerte: el agotamiento en que ni siquiera somos capaces de pensar, ya que el culto a la expansión nos ciega, y nos impide comprender que la expansión ha terminado y que Occidente se está extinguiendo.


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