martes, 21 de noviembre de 2017

Hartos, de Susana Quadrado



Hartos. En Catalunya cada vez hay más. Hartos pero inofensivos. Se asoma una a la calle, al metro, al bar donde almuerza, al colegio de sus hijos, a la oficina y ¿qué se encuentra? Pues a un montón de hartos. Coexisten los hartos de derechas con los de izquierdas, y estos dos, a su vez, con los de centro, y con los hartos perplejos y los asustados, y con los hartos jóvenes y los viejos, y con los hartos buenistas y los combativos. Son los hartos del monotema. Ya saben.
Hartos de que no se hable de otro asunto. A todas horas. De día y de noche. En todas partes. Como si no existiera nada más, ni el paro, ni la sequía, ni la educación, ni el precio del aceite, ni la sanidad, ni la precariedad, ni que a la cuñada, de Mataró de toda la vida, a la que el negocio le iba como un trueno hasta hace dos meses, esté perdiendo ahora pedidos y clientes a la velocidad del rayo.
Hartos de los dos polos opuestos que no se atraen.
Hartos de la súbita división.
Hartos de las medias verdades porque dos medias verdades equivalen a una mentira.
Hartos de que se les trate como idiotas. O, lo peor, como si les quisieran autómatas a los que se programa para obedecer consignas.
Hartos del helicóptero que sobrevuela Barcelona cuando menos lo esperas y que no es más que un síntoma de que la ciudad es otra.
Hartos de que la anormalidad sea algo normal.
Hartos de permanecer física y emocionalmente en estado permanente de emergencia, en alerta.
Hartos de tener que amoldar la agenda personal al calendario de movilizaciones y protestas.
Hartos de hablar en voz baja por si.
Hartos de tanto hooligan con la bandera al cuello y la verdad única en la boca en los debates de las
ideas publicadas, radiadas y televisadas.
Hartos de que se considere unos blandengues de espíritu a los que prefieren el silencio (o el derecho a la palabra a mano alzada) a dar voces en la calle.
Hartos de que alguien, de los que quieren tener mando en plaza, les obligue a elegir entre el blanco y el negro.
Hartos de que esa gente se ponga siempre detrás pero dejen a otros delante, a veces solos [esta frase no es mía pero la comparto].
Hartos de tanto espontáneo borrachito de odio en las redes sociales, y fuera de ellas, que ni escucha ni admite otra opinión que no sea la suya.
Hartos de una clase política cortoplacista, tramposa y mediocre en el momento político y institucional más delicado de los últimos 40 años.
Hartos de las huidas psicóticas de algunos.
Hartos de que otros gobiernen desde una gran distancia emocional, sin saber qué decir, qué responder o cómo convencer.
Hartos de que media Catalunya quiera volar un puente y que Madrid lleve años como eficaz proveedor de explosivos [esta frase también la cojo prestada]. Por ese puente pasean los hartos, el padre con su hija, el pensionista, la maestra, todos.
Hartos de lo que está por venir, de que una farsa tape otra farsa.
Hartos de que la pelea política sea a patriotismo limpio, que los problemas reales de la gente importen un bledo y que los electores, en vez de a las urnas, sean llamados a las cruzadas.
Hartos. Algunos estamos hartos.


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