lunes, 27 de noviembre de 2017

País Vasco: vivimos bien en la España finlandesa


Joseba, 42 años, mastica un bocata de jamón con rúcula en un banco al sol frente al Museo Guggenheim. Es la hora de comer y tiene una obra por aquí cerca. Cuando le pedimos un favor, que nos explique qué es para él España, tuerce el gesto. Para empezar, la palabra no acaba de gustarle. En «el Estado» viven familiares suyos, gente muy maja; pero (ahora sí) «España es un país de pandereta». Corruptos, ladrones. Nada, por otra parte, que no pudiera decirse en Benidorm, adonde este verano se irá de vacaciones.
- ¿Y el País Vasco?
- En Euskadi se vive muy bien.
Para explorar cómo se ve hoy a España desde el País Vasco, la primera parada podría ser cómo se le habla. Cómo se dice España. El catedrático de Historia y ex rector de la Universidad del País VascoManuel Montero García ha dedicado al lenguaje vasco muchas horas de observación. Su libro Voces vascas. Diccionario de uso (Tecnos, 2014) es clarificador. «España es el agujero negro del habla vasca», afirma Montero. Así, si quiere usted integrarse en tan hermosa esquinita del mundo sin que le miren mal, para decir «en España» utilice mejor «a nivel del Estado español». «Con todo lo que hablamos de nosotros mismos, ni siquiera tenemos un término indubitable para el territorio: País Vasco, Euskadi, Euskal Herria...». ¿Cómo hablar de una mirada a España si no hay una única mirada hacia dentro? A continuación, un breve diccionario para acercarse a la paradoja vasca.

Televisión y veraneo

«En Euskadi existe una cosa muy curiosa», cuenta a unos pasos de allí Joseba Arregi Aranburu, el consejero de Cultura del Gobierno vasco que trajo a Bilbao su símbolo más reconocible, el museo (¡americano!) de titanio que, más allá de ETA, puso a la comunidad autónoma en el mundo. La cosa curiosa que Arregi -antes nacionalista, hoy bestia negra para sus ex compañeros del PNV- detecta con sonrisa indulgente es esta dualidad: el vasco, incluido el votante no nacionalista, suele mostrar un desprecio casi natural por lo que significa España, pero al mismo tiempo se va de vacaciones a Cádiz.
En sus palabras: «Hoy sigue existiendo el componente del miedo a la muerte del euskera y con él, una identidad temática y refleja que admite una fuerte caracterización diferenciada. Pero al mismo tiempo, ésta convive con una identidad vivida y un consumo de cultura profundamente inmersos en lo español».
Cuatro ejemplos: mismos o parecidos gustos musicales (sí, aquí también suena Despacito), el español predomina -el 76% de los vascos usa el castellano y no el euskera en sus conversaciones habituales-, Telecinco es la cadena más vista y, lo dicho, siete de cada 10 vascos se van de vacaciones a otra parte de España. Como Joseba a Benidorm. O como el lehendakari Iñigo Urkullu, que este verano ha cambiado Sancti Petri (Cádiz) por Santo Domingo de la Calzada (La Rioja).

¿Vascos o españoles?

En la Euskadi de los tópicos (el marmitako, el «aúpa», la honradez, el caserío, el borroka, la playa y el monte), las encuestas dicen que a lo largo de los años «la mayoría (el 68%) de la población comparte un sentimiento constante de identidad dual vasco/española». Habla Francisco José Llera Ramo, director del Euskobarómetro. Llera lleva desde finales de los años 70 haciendo las mismas preguntas a los vascos y con sus respuestas tiene un dibujo que permite apuntar un par de conclusiones sobre este complejo paisito de apenas dos millones de habitantes.
Primera: quienes sólo se sienten vascos y no españoles siempre han sido minoría (el 37%). Ni siquiera son más entre los votantes del PNV. Y la tan nombrada mayoría nacionalista sólo existe en Guipúzcoa.
Segunda: los deseos de independencia han ido bajando y sólo los expresa el 30% de la población; la mayoría apuesta por el actual autogobierno (33%) o su desarrollo en un horizonte federal (34%).
Eso sí, aquí llega la tercera: el 59% querría celebrar un referéndum de independencia. Aunque el 39% votaría que no y sólo el 31% que sí. Estas cosas pasan. Es ahora Cataluña quien da la batalla por el derecho a decidir que inventó Ibarretxe.
¿Por qué Cataluña sí y el País Vasco, el más históricamente antiespañol, no? ¿Qué ha ocurrido? En Euskadi ha habido una banda terrorista de signo nacionalista que ha matado a más de 800 personas en casi 50 años y ha desterrado a muchos (se habla de miles) no identificados con su proyecto. El nacionalismo ha gobernado casi sin interrupción, a menudo con los socialistas de aliados, y ha ganado la batalla del lenguaje y casi todo el resto de los pulsos. Pero, como dice Joseba, con todas sus sombras -como el preocupante envejecimiento de la población-, aquí «se vive bien». El nosotros vasco entendido como somos porque vivimos bien.

Calidad de vida

Algo así viene a sostener el sociólogo Ander Gurrutxaga Abad en su último libro, Rutas nacionalistas (Biblioteca Nueva, 2017). «La calidad de vida, la confianza en las instituciones, el mantenimiento de unos servicios públicos buenos, que te atiendan bien y resuelvan tus problemas cuando vas a Osakidetza [la sanidad], la existencia de la renta de garantía de ingresos para las personas con más problemas económicos [que el resto de España muy probablemente no podría permitirse], que haya un buen sistema educativo».
«Esa confianza, ese modus vivendi, explica el mínimo denominador común que en el País Vasco, más allá de dónde se sitúe cada uno, articula la conciencia del nosotros», sostiene Gurrutxaga. Y explicaría el éxito del nacionalismo durante tantos años. Aquí, resumiendo, las cosas de comer funcionan. Hay dinero y se distribuye «razonablemente». A diferencia del nosotros español, el vasco parece tenerse en alta estima.
«Desde la época foral, e incluso antes, hay un sentimiento fuerte de singularidad vasca que perdura hasta hoy», indica Antonio Rivera Blanco, catedrático de la Universidad del País Vasco en Vitoria y viceconsejero de Cultura en el Gobierno de Patxi López. «Pervive la idea de que somos diferentes, tenemos rasgos culturales distintos, somos mucho más modernos (antes era más católicos)... Y no pensamos que estamos siendo privilegiados, sino que somos una región más rica que el conjunto de España y que España sale favorecida por nosotros. Existe la sensación de que el dinero va de aquí para allá [«a Madrid», como suele decirse], cuando cualquiera que sepa un poco de esto sabe que no es así».
«Esto» es el Concierto Económico (el sistema por el que las tres diputaciones vascas regulan y recaudan la mayoría de los impuestos) o, más propiamente, el Cupo, el cálculo que se hace del dinero que el País Vasco debe pagar al Estado por las competencias no transferidas.
Está extendido entre los expertos más respetados que esa valoración económica, que se aplica por un acuerdo entre el Gobierno autonómico y el central de forma muy opaca y dependiendo de los intereses políticos de cada momento, beneficia, y mucho, al País Vasco. Pero de eso, en esta tierra, no se dice ni palabra. «El único que cuestiona el Concierto es Ciudadanos», recuerda Rivera. «Y es prácticamente tratado de alienígena».
¿Las cifras? «El economista Ignacio Zubiri calcula que con el sistema actual existe una ventaja anual de 1.000 euros por ciudadano vasco respecto a la media española, lo que implica unos 2.000 millones de euros anuales extra», afirma el historiador.

Euskadi, tres vacas

«Euskadi es aproximadamente un 30-32% más rico según el PIB que la media española. Pero todos los estudios dicen que el gasto público por habitante es superior en un 60%», precisa Arregi. A su juicio, es la dualidad entre el vasco de superficie y el español soterrado -ese despotricar de España e irse a Cádiz de turismo- lo que actúa como «condición necesaria para justificar la situación fiscal y financiera privilegiada de la sociedad vasca». Hay una canción que ya se entonaba en la Transición y que dice así: «Siete vacas tiene Euskadi. Mientras los vascos las ordeñan, toda la leche va pa Madrid».

A Idoia Estornés Zubizarreta, historiadora y Premio Euskadi de Literatura, la encontramos en su casa del País Vasco francés, donde, dice, envidian la autonomía vasca dentro de España. Rompeclichés libérrima, hija del más importante editor vasco (el nacionalista Bernardo Estornés, que fundó la Enciclopedia Auñamendi), Estornés empieza así.
«Cuando, arrastrado por la crisis financiera, estalla el gigantesco globo del España va bien, descubrimos que la España de las autonomías ha segregado taifas opacas. Cataluña, endeudada hasta las cejas, es víctima de su clase más corrupta: el 3%, mordidas escalonadas, testaferros agradecidos, cosa nostra. En cambio, en Euskadi, donde la corrupción parece manifiestamente menor (¿gracias, entre otras cosas, a la vigilancia de ETA y sus avistadores infiltrados?), se piensa (no se dice): Que me quede como estoy, con un Concierto Económico bien renovado, con una moneda fuerte».
«En ningún momento ha devenido Europa una unión de pueblos sino de Estados; no se confía ya en el declive de sus fronteras. Se alardea de crear un Mónaco, pero se vive demasiado bien para aventurar un Kosovo. Un Estado con 500 años de reconocimiento y pasaporte privilegiado no es mala capa. Y en la manga, el libredeterminismo doctrinal, la bambarria declarativa, el gimoteo, según convenga», prosigue Estornés. Difícilmente Euskadi puede sentirse agraviada. Según el INE, su índice de pobreza es el más bajo «a nivel del Estado» y los ingresos medios anuales por vasco, los más altos.
San Sebastián es el símbolo de la riqueza. La ciudad más cara, con coloridas barras de pintxos a precio prohibitivo, señoras bien paseando y surfistas exhibiendo sus tablas. Bilbao, la estampa de una ciudad rehecha, capital de negocios de pasado industrial que atrae turistas. Y al sur, como se decía en Ocho apellidos vascos, está la pequeña Vitoria, capital administrativa, sede del Parlamento y el Gobierno, que carga con el sambenito de la más castellana y que tiene hasta tranvía. Ongi etorri a la España finlandesa.
Pero, de nuevo, no hay que confundirse: ya que estamos, Euskadi es plurinacional. Y pluriterritorial. El bilbaíno se siente más vizcaíno que vasco, y así sucesivamente. El último Deustobarómetro, encuesta de la Universidad de Deusto, da buena cuenta de ello. Frente a las patrias gloriosas y las cacareadas naciones, el vasco se identifica primero con su provincia (69,9%) y con su pueblo o ciudad (69,8%), y sólo después con el País Vasco (64,6%). Mucho más lejos le quedan Euskal Herria (incluida Navarra, 47,1%), Europa (41,8%) y, cómo no, España (30,7%).
¿Y de qué fuentes de identidad beben? ¿Qué los hace como son? La respuesta: ni la ikurriña, ni el euskera, ni la independencia (por debajo del 6%), sino, por este orden, la familia, la justicia social, ¡la cuadrilla y la buena mesa!
Joseba va terminando su jamón con rúcula, que muy vasca no es, pero es que ahora en Bilbao se han puesto de moda los garitos hípsters, dice. Los sábados suele quedar con la cuadrilla y está al día. «La cuadrilla [en España] no es lo mismo. Aquí estás con los de siempre desde crío. Es sagrau». Tras advertir que no quiere ver su apellido en este reportaje («es que preguntar aquí por España») y lanzar un agur, vuelta a la obra. «Trabajadores sí somos. Esto no es el paraíso, pero viendo lo que hay por ahí [léase ay]... Si las cosas nos van bien, o mejor que en otros sitios, por algo será».



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